El pueblo de EEUU decidió (II)
La utopía negativa descrita por Philip Roth en su premonitoria novela The Plot Against America (El complot contra EEUU, 2004) –donde relata cómo un gobernante fascista puede llegar a apoderarse de las instituciones estatales–, ya no puede ser leída con la tranquilidad que nos otorga la ficción. Como muchos grandes escritores, Roth tuvo momentos de inspiración futurista. La democracia, quiso decirnos, vive siempre en peligro. Incluso en EEUU.
3. Si los desafíos que enfrentará Biden a nivel nacional son duros, aún más duros serán los que deberá enfrentar en el plano internacional.
Si bien es cierto que Trump durante sus cuatro años no inició ninguna guerra, ha abierto flancos para que emerjan conflictos internacionales en los cuales tarde o temprano EEUU se verá envuelto. Esos conflictos surgirán precisamente de la doctrina Trump. Una doctrina erigida sobre la base de tres dogmas: economicismo, nacionalismo, bilateralismo.
De acuerdo a esos dogmas Trump ha transformado conflictos puramente económicos en conflictos políticos.
El mismo concepto de guerra económica usado en la competencia con China es equívoco. No hay guerras económicas. Devolver su nombre adecuado a las cosas será tarea ineludible para la administración Biden. Una competencia que, como la que lleva con China, no pone en juego la sobrevivencia de EEUU. Puede incluso que en algunos rubros EEUU se vea superados por China. Pero ese no puede ser el problema principal. El problema es como crecer económicamente sin poner en juego los fundamentos sobre los cuales ha sido erigido el crecimiento. Y en el caso estadounidense esos fundamentos no son puramente económicos.
La ciencia y la tecnología, motores del crecimiento económico, solo pueden desarrollarse en plenitud cuando no es alterada la capacidad creativa del ser humano, y a esa capacidad pertenecen la invención y la inventiva. La invención y la inventiva, a su vez, pueden expandirse con más fuerza allí donde priman libertades consagradas en Constituciones como la estadounidense. Debido a la posesión de esos tesoros no económicos de la economía, EEUU logró derrotar al imperio soviético aún antes de que apareciera Gorbachov. Lo mismo deberá suceder en la competencia con China. Ninguna gran economía puede mantenerse en el tiempo sin libertad, y la libertad no es solo económica.
EEUU podrá seguir siendo América First en muchos terrenos de la vida mundial, mas no en todos. Tarea de la administración Biden será transmitir a la ciudadanía que el nacionalismo es legítimo siempre que no sea dirigido en contra de otras naciones. Para lograr ese objetivo las relaciones bilaterales son insustituibles. Pero las relaciones bilaterales no son, como ha dado entender la doctrina Trump, contrarias a las multilaterales.
Nada impide a EEUU mantener relaciones bilaterales con Rusia e incluso con China y al mismo tiempo ser fiel a las comunidades internacionales a las que no solo pertenece por tradición y cultura, sino, además, porque desde un punto de vista estratégico son indispensables para la conservación de sus propios intereses. En ese sentido, la cooperación con Europa será la clave.
4. Cierto es que la UE es una institución burocrática. Cierto también es que los países europeos fueron sobreprotegidos por EEUU durante y después de la Guerra Fría. Pero una cosa es incentivar la autonomía política de Europa y otra intentar demoler sus instituciones supranacionales, desconocer tratados de cooperación tecnológica, militar, cultural, política y abandonar espacios tan sensibles como son los referentes al cambio climático.
EEUU no puede ni deben ser el policía del mundo, eso está claro. Pero tampoco pueden ser espectadores del desmoronamiento del occidente político al cual, quiera o no Trump, pertenece su nación.
Europa, cuna del occidente político, está amenazada por tres peligros: el islamismo radical interno y externo, los movimientos y gobiernos nacional- populistas (o neo-fascistas) y la expansión territorial de la Rusia de Putin. Frente a ninguno de esos tres peligros EEUU de Trump han sido solidarios con Europa. Por el contrario, los ataques continuados de Trump a la UE, sus planes para liquidar la OTAN, y la complicidad de Trump con Putin (e incluso con Lukashenko), han abierto el camino a las tendencias más regresivas del antiguo continente, a las que apuntan hacia la balcanización de Europa. Objetivo central del futuro gobierno Biden deberá ser el de reconstruir la “alianza atlántica”, convertirla en una fuerza militar y política que frene el avance de la barbarie interna y externa y con ello establecer una nueva línea demarcatoria: la que se da entre las naciones que defienden a la democracia y las que la niegan.
Que Trump sea saludado por el neofacismo europeo como un líder mundial es un estigma para EEUU La administración Biden deberá devolver a EEUU al lugar donde históricamente pertenece: al de la comunidad de las naciones democráticas del mundo.
5. La reconsolidación de la alianza con las democracias europeas que deberá llevar a cabo el gobierno Biden, pasa también por una reformulación de las relaciones entre EE.UU. y América Latina.
Nadie exige en estos momentos una nueva doctrina como la de Monroe o como la tristemente recordada “doctrina de seguridad nacional”. Los aciagos tiempos de la Guerra Fría ya están atrás. Pero sí se trata de incentivar alianzas con las fuerzas democráticas de América Latina, amenazadas desde siempre por movimientos y líderes extremistas que se dicen de izquierda o de derecha.
Como en todas las relaciones internacionales, Trump ha sustituido las vías políticas por las puramente económicas. Ni siquiera hacia Cuba ha tenido Trump una estrategia coherente. Sus acciones frente a la dictadura de la isla o han sido disfuncionales (bloqueos, sanciones artificiales) o han establecido una relación de complicidad con las empresas norteamericanas que actúan en la economía cubana, sobre todo en la turística. Y en Nicaragua, mientras la dictadura mantenga buenas relaciones comerciales con EEUU, Ortega sabe que puede respirar tranquilo.
Con respecto a Venezuela, un país simbólico sufriendo bajo uno de los regímenes más anti-democráticos del mundo, Trump ha dado una lección de cómo no se deben hacer las cosas en la política internacional. Por de pronto, se apoderó, incluso financieramente, de la oposición de ese país, hasta el punto de desraizar y desnacionalizar a su política. Enseguida, con la complicidad de los sectores más extremistas de esa oposición, ha retrocedido hacia los años veinte y treinta del siglo XX, llevando a cabo acciones operativas, confiados en que los problemas de un país tropical solo se solucionan comprando generales, corrompiendo políticos, o embarcándose en conspiraciones, tal como lo mostrara Mario Vargas Llosa en su política novela Tiempos recios.
En manos de Trump, la que fuera la oposición más grande y democrática de America Latina, ha sido desviada de su línea democrática, electoral, pacífica y constitucional, para convertirse bajo la presidencia de un político de invernadero, como es Guaidó, en un remedo de lo que una vez fue.
Biden estará obligado a abandonar la línea aventurera en la que embarcó Trump a Venezuela a la que junto con Cuba solo supo utilizar para ganar más votos en Florida. El problema es que bajo el amparo estadounidense, ha tomado forma –sobre todo entre venezolanos y cubanos en el exilio– una suerte de trumpismo aún más agresivo que el original. ¿Serán los Bukeles y los Bolsonaros los sucesores de los Maduros y de los Castros en América Latina? Algunos indicios parecen indicar que así puede ser.
El gobierno de Biden se verá obligado a reconsiderar los vínculos con América Latina. Las democracias de sus países son muy frágiles. Pero eso será posible si EEUU no actúa solo y por su cuenta. En un mundo global, las relaciones internacionales también deben ser globales. Las fuerzas democráticas de América Latina necesitan de un apoyo internacional más amplio que aquel que se deduce de un solo gobierno, aunque ese sea el de EEUU.
Gracias al triunfo de Biden, en EEUU serán abiertas las posibilidades para un nuevo comienzo. Solo el tiempo dirá si el periodo de Trump fue un episodio descarrilado de la historia o el origen de una noche sombría extendida sobre el mundo democrático.
Por ahora lo importante es lo siguiente: el pueblo de los Estados Unidos decidió. Y decidió bien.
El autor es filósofo, polisfmires.blogspot.com
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