Todorov, Trump y los enemigos íntimos de la democracia
Tzvetan Todorov fue un tenaz fiscalizador de la democracia occidental. Su visión crítica por las taras enquistadas en este mundo que cada vez más va hacia un nuevo desorden general e indefinido, lo ubicaba en ese tiempo histórico en el que se debía ser honesto y crítico para identificar los males que aquejan a esta humanidad, que ahora más que nunca, necesita una brújula de la conciencia, la reflexión y el humanismo: Neoconservadurismos, fanatismos, populismos, misoginia y muros son ingredientes que mezclan la masa y van deteriorando a la ya cuestionada democracia occidental. Esa que, sin pudores ni demoras, encabeza el matador Donald Trump. El primer gerente general de EEUU que echa al tacho de basura la institucionalidad vigorosa de un país que históricamente se forjó a base de mezclas raciales y libertades apegadas a la ley y que ahora parece removida por un tornado donde "el pueblo se transforma en masa manipulable".
Todorov y Los enemigos íntimos de la democracia, ajustan cuentas con este presente en el que danzan populismos, xenofobias y afanes ambiciosos. Rituales políticos en los que las promesas y los paraísos terrenales corroboran, paradójicamente, las esperanzas de los ciudadanos luego de este presente sombrío que toca vivir.
En el séptimo capítulo de Los enemigos íntimos de la democracia: El futuro de la democracia, Todorov plantea que el régimen democrático supone articular con eficiencia equilibrando principios fundamentales y determinantes. Esto supone, desde luego, buscar “el remedio a nuestros males en una evolución de la mentalidad que permitiera recuperar el sentido del proyecto democrático y equilibrar mejor sus grandes principios: poder del pueblo, fe en el progreso, libertades individuales, economía de mercado, derechos naturales y sacralización de lo humano”.
Los enemigos íntimos de la democracia es un libro lleno de revelaciones y alertas que nos lleva a comprender, a cabalidad, los despropósitos globalizadores de este aciago mundo que parece atomizase en taras, mezquindades, desprecios, racismos, individualismos y mesianismos.
Estamos en un mundo multipolar, la Guerra Fría nos condujo hacia una bipolaridad en donde creíamos que después de su conclusión la humanidad abrazaría una dirección con timón occidental. Sin embargo, los hechos y los acontecimientos demostraron que las historias virtuosas y claras las escriben los pueblos. Las oscuras, las hilan sus nefastos gobiernos.
Bellacos, estúpidos, corruptos, perversos y bravucones. Joyitas a granel en un país en el que poco importa agredir con lenguaje racista, misógino y excluyente, casi nada, disparar a quemarropa a negros, hispanos y hasta blancos.
No presumo de que sea bueno, pero en tierra de George Washington, Abraham Lincoln y Franklin D. Roosevelt, la doble moral es inmanente a sus ciudadanos ridículamente conservadores. Falsos pudores que dislocan la verdadera esencia de lo políticamente correcto e incorrecto.
La lista de joyitas está escrita con letras de oropel vacuo: Warren Harding, Herbert Hoover, Dwight D. Eisenhower, Richard Nixon, Ronald Reagan, el de la medalla de diamantes, George W. Bush y, ahora, el maestro de maestros, el matón: Donald Trump.
“¿Cómo es posible que un hombre como Ronald Reagan llegue a ser presidente de Estados Unidos?” le preguntó en una ocasión el desaparecido presidente de Francia, François Mitterrand, al escritor William Styron, Styron le respondió: “Los estadounidenses admiramos a las estrellas de cine por encima de todo”.
Estados Unidos, presidido por Trump, va tejiendo ese trecho histórico que alertaba Todorov. El capataz no se hizo de la noche a la mañana, surgió de un crisol social occidental en el que confluyeron hartazgos, desequilibrios sociales y fanatismos. El gran señuelo tendido por Trump, fue hacer creer a los “estúpidos hombres blancos” que estaban pasando a ser ciudadanos de segunda y que, junto a su país, habían perdido el primer puesto en este, cada vez más, deshumanizado planeta. La sociedad estadounidense es por excelencia un universo de obsesiones. Trump es un ciudadano obtuso y obsesivo por el poder y el dinero. Es un terminator con un exoesqueleto de “negociator”.
Ese es el discurso que sedujo a una sociedad estadounidense polarizada: poder, dinero, transacciones, imposiciones.
Trump es el arquetipo del empresario-negociador-tramposo que recurrió al juego sucio para chantajear el voto de ese electorado que se dejó seducir por la vena de las obsesiones.
“Los demagogos se niegan a admitir ese principio fundamental de la política, que dice que todo logro tiene un precio”.
Todorov cuestiona los daños que implica el ultraliberalismo, haciendo que el imperio de la economía se sobreponga a la política. También, desde luego, el poder de los medios de comunicación que, en muchos casos, se cuadran a ese imperio.
En el umbral de un nuevo desorden mundial, parece que las capas tectónicas de la política y de la aldea global se van desacomodando peligrosamente. Una señal de multipolaridad acecha al hemisferio y “obliga” a gestar nuevas “políticas de contención”. No solo los muros como los que obsesionan a Trump, sino los otros, esos que se crean en las mentes marginadoras, excluyentes, sociedades cerradas, ultra nacionalistas que hacen que nazca un temor inexplicable por el otro, por el forastero. Pavor por el florecimiento de las sociedades abiertas.
Trump es todo un manual del perfecto idiota, rico y conservador republicano estadounidense, no es un político, por ello es hace un hombre sin compromisos ni responsabilidades ideológicas, entonces, la libertad con la que insulta, acusa y enfrenta la corrupción es total.
Con Donald, surgió una nueva y excéntrica forma de hacer política en EEUU, tan idéntica al populismo hocicudo de muchos países latinoamericanos. En la práctica, EEUU tiene a su comandante Chávez, a su Evo Morales, a su Correa que aún les endulza los oídos y le produce un orgasmo a base de insultos, afrentas, acusaciones y amenazas, a la comunidad inmigrante, a sus opositores políticos y de su mismo partido, a los afroamericanos y a todos los que osen cuestionarlo.
¡Todo eso es una neolengua que hay que descifrar!
“¿Qué hay en un hombre?” se pregunta Shakespeare en Romeo y Julieta, a lo que G. Orwell responde en 1984: “La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza”.
Trump, con sus últimos pataleos de bestia herida, se niega a conceder su derrota. Le cortaron su falo verbal y su egocentrismo recalcitrante. ¡Es un loser!
El autor es comunicador social
Columnas de RUDDY ORELLANA V.