¡Yo, yo, yo primero!
Fueron casi tres lustros de abuso desmedido, de corrupción, de polarización y de victimismo; de echarle la culpa al vecino y de condenar al imperio cuando algún sector reclamaba un trato justo o el respeto a los derechos que la Constitución le otorga. No estaba permitido ser librepensante; eso le provocaba ataques de cólera al cocalero megalómano, porque se creía juez y parte e imponía sus propias reglas de juego.
Le estaba permitido todo; desde propinar rodillazos en los testículos de sus contrincantes cuando le disputaban la pelota en la cancha, hasta festejar sus goles con una diana interpretada por los lata phukus del Ejército. Si se olvidaban tocar la diana, eran arrestados el fin de semana, así como el que recibía el rodillazo en las canicas tenía que ser expulsado por el árbitro bombero. Fuera de la cancha la cosa no era diferente, antes y después del partido sus adláteres estaban siempre listos para amarrarle los cordones de sus zapatos.
Se creía un dios de los andes de Orinoca y andaba acompañado de un falso matemático especializado en profecías, alguien que no le bajaba de indio maldito. Pero necesitaba de él para venderse como víctima cuando un conflicto se le venía encima. Tenía su propio museo, su avión y su Casa Grande; le gustaba todo lo grande, que haga juego con su ego grande e inflado y para justificar su grandeza; se autodenominaba socialista y paladín de la madre tierra.
La Constitución era para él un texto cualquiera que no tenía validez; lo acomodaba a su manera y lo interpretaba como le daba la gana. Era su librito, tan suyo como su museo, su avión y su Casa Grande. No contento con violar la Carta Magna a su antojo; desconoció un referendo que le dijo que No a su intento de elegirse por cuarta vez; cuando lo permitido son dos. Pero él quería mas, y listo, para eso se valió de un artículo ajeno basado en un derecho humano que sus tinterillos extrajeron del pacto de San José para habilitarle como candidato.
Con todos esos antecedentes se lanzó a las elecciones porque estaba seguro de ganar para eternizarse en el poder; pero cuando vio que los resultados mostraban lo contrario, recurrió a un fraude monumental. Eso provocó la ira del pueblo, que se lanzó a las calles durante 21 días hasta lograr la renuncia del abusivo y su pandilla; quienes huyeron a México y luego a Argentina olvidándose de su lema "patria o muerte" y desde allí llorarle al mundo, que fueron víctimas de un golpe de Estado.
El Gobierno transitorio llamó a elecciones con el aval de la Asamblea que siguió funcionando y donde el partido del cocalero tenia 2/3. En caso de golpe de Estado, lo primero que se cierra es el Parlamento; ahí la prueba más clara de que no hubo el tan mentado golpe. Las elecciones dieron por ganadores a los candidatos del MAS, que se posesionaron el domingo antepasado; mientras se llevaba a cabo ese acto; otro acto y a la misma hora anunciaba el retorno a Bolivia del cocalero fugitivo.
El caudillo está de nuevo en Bolivia, una caravana de mil coches lo acompañó, hubo bandas, desfiles, fiesta y jolgorio. Sus acólitos lo han declarado héroe de la democracia; frente a tamaño acontecimiento, el acto de posesión de los nuevos gobernantes se ha quedado pequeño. No hay duda él quiere ser el protagonista, quiere ser el centro de atención, necesita brillar con luz ajena y no le interesó opacar el estreno de Arce y Choquehuanca, pese a que son de su propio partido.
Así están las cosas de momento; el conflicto está programado y el enemigo del Gobierno entrante no está fuera y menos en la derecha o en el imperio. El cocalero es el peligro, él hará todo para desestabilizar al gobierno de su partido y para intentar hacerse del poder nuevamente. Es una hiena herida que ha vuelto con sed de venganza. ¡Pero mucho cuidado! el pueblo está atento para sacar sus pititas; el tramposo ha olvidado que no es más dueño de la pelota.
¿Será que Luis Arce se va a convertir en Lenin Moreno II? Si quiere paz y estabilidad tendrá que hacerlo.
El autor es instructor de adultos
Columnas de RUBÉN CAMACHO GUZMÁN