El árbol mágico de dinero del Estado
Una de las preocupaciones centrales de la economía es el déficit público. Esto ocurre cuando los gastos e inversiones del gobierno son mucho más elevados que los ingresos que provienen, generalmente, de los impuestos. Este año, la economía boliviana cierra con un agujero fiscal equivalente al 12% del Producto Interno Bruto (PIB). Entre 2014 y 2019, el déficit público fue del 6,7% del PIB. La hambruna fiscal se agravó con la pandemia y la cuarentena, pero es un viejo problema.
En tiempos de recesión y desempleo, Bolivia y el mundo necesitan dinero. En este contexto ha revivido la teoría monetaria moderna (TMM) que sostiene que lo del déficit público es un mito y que el tamaño de este no debería ser una restricción para que los Estados gasten o inviertan en infraestructura, salud, educación y creación de empleos. Por supuesto, estas ideas producen una urticaria irreversible entre los neoliberales y una polémica feroz entre los keynesianos.
Una de las exponentes de esta escuela es la profesora Stephanie Kelton, quien recientemente escribió el libro: El Mito del déficit público: Teoría monetaria moderna y el nacimiento de la economía popular. Ella afirma que existen seis mitos sobre el déficit. Aquí hablaremos sólo de cuatro.
El gobierno es igual que una familia o empresa. Con frecuencia se hace este tipo de comparación en el debate público para ser más didáctico. En tono bíblico se recomienda: “Una buena familia no puede gastar más de lo que recibe”. Kelton sostiene que la comparación entre un dulce hogar y el Estado es una falacia moralista y un despropósito técnico. La razón es muy sencilla. Las personas no tienen algo que al Estado le sobra: El poder de emitir moneda. Además, el Estado no necesita aportar dinero antes de poder gastar, como en el caso de las familias. Asimismo, el Estado no quiebra ni desaparece como a veces ocurre con las personas o empresas endeudadas. Kelton afirma que “cuando los gobiernos intentan administrar sus presupuestos como los hogares, pierden la oportunidad de aprovechar el poder de sus monedas soberanas para mejorar sustancialmente la vida de su gente”. El Estado tiene un árbol de metálico que, si sabe usarlo, no causará problemas. La única restricción para cosechar dinero sería evitar que la inflación se dispare.
Aquí unos comentarios desde el sur. Es correcto que el Estado puede financiarse con emisión monetaria o deudas elevadas, pero el problema está en la calidad del gasto y la inversión que haga. En casos, como el boliviano, la plata se la tira por la ventana o se la llevan los corruptos. Nuestro país tiene historias de inflación asociadas a desequilibrios fiscales y devaluaciones de la moneda local. Estos traumas están tatuados, con sangre, en el imaginario colectivo nacional. Por lo tanto, cuando se observan déficits públicos elevados, descontrol cambiario y expansión monetaria, por ejemplo, empresas y personas adoptan actitudes defensivas. Huyen de la moneda local y/o incrementan precios, provocando tempestades inflacionarias.
Un segundo mito es que los déficits son siempre evidencias de gastos excesivos y dispendiosos. En el ámbito político con frecuencia se escuchan frases como: “el gobierno no puede vivir más allá de sus posibilidades, o está gastando lo que no tiene, o siempre invierte mal” y otras conclusiones demasiado facilonas y falsas, según Kelton. El déficit público se puede ver también como un superávit de personas y empresas, argumenta la economista. Supongamos que el agujero fiscal llega al 10% del PIB. Entonces, el Estado está en rojo, pero las personas están en azul en un valor del 10%. La economía tiene una nueva carretera, hospital o escuela. Aquí el supuesto fuerte de Kelton es que el Estado siempre gasta e invierte bien.
En América Latina y en Bolivia existen decenas de casos que demuestran lo contrario. Sistemas precarios y pobres de educación y salud u obras de infraestructura inútiles son la otra cara de la moneda del déficit público. Rojo en el sector público. Rojo intenso en la sociedad.
El tercer mito es que los déficits serán una carga para la próxima generación: gastos de hoy, hambre de mañana. El comportamiento dispendioso del Estado está dejando, a nuestros hijos y nietos, un país quebrado. Los retoños cargarán la pesada cruz de la deuda interna y externa. Así rezan, las consignas de los críticos del déficit público.
Para Kelton esto es una retórica política muy poderosa, pero no tiene lógica económica. El ejemplo sería que EEUU, después de la Segunda Guerra Mundial, registró enormes déficits públicos y una deuda de más del 120% del PIB, pero este desbalance creó los EEUU modernos, exitosos y prósperos de las siguientes cuatro generaciones. Entretanto, aquí en Bolivia, tenemos el contra ejemplo. El gasto y la inversión gigantesca de los últimos 14 años, tanto cuando hubo superávit como déficit público, no nos dejó un mejor futuro económico porque, básicamente, no se invirtió para superar el modelo primario exportador, sino que se caminó en círculos, puño en alto, en torno de las rentas.
El cuarto mito es que los déficits desplazan la inversión privada y socavan el crecimiento a largo plazo. Para el keynesianismo tradicional, en la economía hay una cantidad de ahorro fija, por la cual compiten el sector público y privado. Cuando el Estado financia sus gastos e inversiones, con deudas, debe ofrecer una tasa de interés más elevada a la gente para que le entreguen sus ahorros. A su vez, este mayor costo del dinero (préstamos más caros) reduce la inversión privada. Este es el conocido efecto desplazamiento (crowding out), donde la inversión privada se contrae por el aumento del gasto público. Kelton sostiene que, en realidad, la inversión y el gasto público generan un efecto de crowding in, es decir incentivan, más bien, la iniciativa productiva privada. En nuestros países es difícil ver una separación entre política fiscal y monetaria. Pero en economías como las de Japón y EEUU, el gasto público está por los cielos y las tasas de interés son negativas. Este es un punto válido, pero sin antecedentes en economías pequeñas, como la boliviana.
En momentos de escasez de recursos para financiar la reactivación económica, como ahora, estas ideas pueden ser una gran tentación para acudir al árbol del dinero que supuestamente crece en las bóvedas del Banco Central. En el país han surgido seguidores instantáneos de la TMM. Pero se debe evitar las tentaciones populistas y ser muy cuidadoso. La alquimia de convertir piedra en oro es una quimera antigua y ya fracasó en Bolivia.
El autor es economista
Columnas de GONZALO CHÁVEZ A.