Cochabamba: la necesidad de trascender
Demos de una vez un paso al centro. Si no tenemos la voluntad de reconciliarnos como sociedad, será muy difícil progresar. ¿Es posible avanzar sin diálogo, sin coordinación, sin remar en la misma dirección? ¿Acaso son tan profundas nuestras diferencias? El desarrollo de la ciudad seguirá postergado si oficialistas y opositores continúan enfrascados en esa pulseta inútil, inmadura, egoísta, desleal con el ciudadano que les confía su voto y que, además, les paga el sueldo.
En realidad, pagamos nuestros impuestos para que las autoridades destinen su tiempo a reuniones clandestinas, bajo una luz tenue, en las que hablan a susurros y elucubran conspiraciones bajunas, donde anteponen los intereses de una persona o de un partido por encima de la gestión municipal.
Luego de los acontecimientos turbulentos, de alta intensidad emocional, que sacudieron a Bolivia en el último tiempo, los políticos deben realizar, como quien se desnuda y se mira en un espejo, una valiente autocrítica. Tienen que replantearse su visión de país, redefinir el rol que desean interpretar, y comenzar a elegir con cuidado cada palabra de su discurso, cada mensaje que dirigen a la sociedad. Ya es tiempo de desechar la pólvora y el veneno, e incorporar, en su lugar, la inclusión y el afecto. No son útiles –nunca lo fueron– los políticos agresivos, cuya retórica gira alrededor del insulto, la burla, la ironía y la destrucción, recursos que en el fondo esconden su falta de ideas, su intolerancia, su racismo latente y su escasa comprensión del país.
En el caso de Cochabamba, la administración municipal saliente, caracterizada por la improvisación y la rebosante mala fe, no buscó subsanar las profundas diferencias que existen entre el norte y el sur, reforzando así la triste impresión de que existen ciudadanos de primera y de segunda. Tampoco tuvo la voluntad de trabajar con los municipios del eje metropolitano, ni mucho menos con la Gobernación, en proyectos que necesariamente deben desarrollarse en conjunto –tratamiento de basura, dotación de agua potable, organización del transporte, entre otros–, para que el resultado sea exitoso y sostenible en el tiempo. Nadie tuvo el desprendimiento de alzar el teléfono y coordinar con su adversario político asuntos en favor del bien común. Los últimos cinco años se diluyeron en acusaciones lamentables, triquiñuelas en tribunales y derrocamientos de telenovela.
Estamos en una situación muy delicada. La crisis que vivimos es tan grande que nos exige un cambio profundo en la manera de hacer política. El oficialismo debe dedicarse exclusivamente, día a día, a realizar una gestión real, con resultados tangibles, orientada a restaurar nuestra deteriorada ciudad, aliviar sus múltiples carencias y además sentar las bases para los siguientes 20 años. La oposición, con grandeza, debe apoyar las medidas que considere acertadas, sin dejar de debatir, sin renunciar a su derecho a disentir, ni perder su identidad. Y el ciudadano debe emitir su voto con responsabilidad, con argumentos serios, y principalmente debe comprometerse a cambiar de actitud en su vida cotidiana –dejar de ensuciar las calles, respetar los semáforos, cuidar el agua, plantar un árbol, aprender sobre reciclaje–, y contribuir desde su oficio a la transformación de esta realidad mediocre, que nos conduce al abismo.
El desarrollo sostenible de Cochabamba y la calidad de vida de sus habitantes debe estar por encima de un partido político, de los intereses de un sector específico, o de los caprichos de un pequeño rey. Partamos de esa premisa: encontrémonos en un acuerdo positivo para la ciudad.
El autor es arquitecto, Twitter: @lema_andrade
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