Catedrales, o pensar allá lejos
El filósofo australiano Roman Krznaci en su obra The Good Ancestor (El buen antepasado) pide un alto a la tiranía del ahora y al cortoplacismo frenético. “Ya va siendo hora que la humanidad sea adulta y empiece a decidir qué cosas puede y no puede hacer”, manifiesta.
Reflexiona en que la planificación a largo plazo impacta ahora más que nunca y la humanidad debe optar por el “pensamiento catedral” o la capacidad de concebir y planificar con un horizonte más amplio, tal vez décadas o siglos por delante. Su postulado se basa en las catedrales medievales.
En ese tiempo se las construía sabiendo cómo comenzarían, pero no cómo terminarían, porque una vida no era suficiente para verlas terminadas.
Otros ejemplos son la Gran Muralla China, viajar al espacio, Machu Picchu o Brasilia, que no fueron pensadas sólo en el aquí y en el ahora. Krznaci apunta que hay aborígenes en Estados Unidos cuyo proceso de toma de decisiones considera el impacto de una decisión en las siguientes siete generaciones y subraya que la planificación no puede hacerse pensando en pequeñas etapas, sino en grandes.
La ciudad de Ámsterdam se ha fijado como objetivo que para 2030 no circulen autos a gasolina por sus calles y para 2050 el 100% de su economía sea circular. Entonces, es plausible considerar que las empresas pueden trazar planes de sostenibilidad de 100 años, o que Bolivia podría transformarse en el bosque verde de Sudamérica en lugar del mamotreto de cemento en el que se está tornando hoy.
En un plano personal, es factible creer que esos planes tan catedralicios no son realizables. Sin embargo, con una visión lejana, un odontólogo puede proyectar el crear un puente dental que dure más de 30 años. Un abogado puede redactar una demanda legal que afectará a varias generaciones de una familia y un informático será el autor de un código vigente por décadas.
Un ama de casa podrá crear una receta que será heredada por sus hijas y nietas y quién sabe si la bisnieta desenterrará esa reliquia y la transformará en un negocio culinario.
Así que no sólo se trata de soñar despierto, sino de trazar un futuro vital, donde los autos eléctricos sean el pan de cada día, la basura genere electricidad suficiente para las ciudades o, finalmente, los árboles no sólo hayan recuperado su sitial mundial, sino que se hayan multiplicado miles de veces.
El año 2021 se presenta como un reto. Para evitar pandemias. Para mejorar el sistema de salud mundial. Y para pensar más allá del fin de semana.
La autora confía en el pensamiento catedral
Columnas de MÓNICA BRIANÇON MESSINGER