El costoso legado de Donald Trump
NUEVA YORK - Por fin podemos afirmar con confianza que el presidente de los EEUU, Donald Trump, abandonará la Casa Blanca, aunque sea de mala gana, el 20 de enero. Ahora que sus cuatro años en el cargo llegan a su fin, no es demasiado pronto para plantear la cuestión de cómo será visto.
La historia juzgará a Trump como un presidente estadounidense trascendental, ya que dejó a EEUU y al mundo muy cambiado. También será visto como uno de los peores, si no el peor, de todos los tiempos.
La presidencia de Donald Trump ha sido trascendental, pero más por sus efectos destructivos que por sus logros. El daño causado por los repetidos ataques a la democracia estadounidense, una respuesta inepta a una pandemia y decisiones disruptivas de política exterior serán difíciles, si no imposibles, de reparar en el corto plazo.
Es cierto que Trump logró algunas cosas útiles. A nivel nacional, impulsó políticas: un recorte a la tasa impositiva corporativa demasiado alta; la flexibilización de algunas regulaciones excesivamente onerosas, que parece haber contribuido a un crecimiento económico sólido. En política exterior, él merece crédito por mover la política estadounidense frente a una China cada vez más represiva, poderosa y asertiva, en una dirección más sobria y crítica. También hizo bien en proporcionar armas defensivas a Ucrania, dado que parte de ese país está bajo ocupación rusa.
Negociar un nuevo pacto comercial con México y Canadá, y luego persuadir al Congreso para que lo aprobara, fue un logro significativo, incluso si la mejora con respecto al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Tlcan) fue modesta y partes importantes del nuevo acuerdo fueron tomadas del texto de la Asociación Transpacífico, mucho más grande, que Trump rechazó imprudentemente. EEUU también jugó un papel valioso al facilitar la normalización de los lazos entre Israel y varios de sus vecinos árabes, a pesar de que no logró avanzar en la cuestión palestina.
Pero estos y otros logros se ven eclipsados por sus errores. Destacan tres fracasos en particular. El primero es el daño que le ha hecho a la democracia estadounidense. Los eventos del 6 de enero de 2021, cuando una turba de sus partidarios asedió y ocupó el Capitolio de los EEUU, fueron la culminación de los esfuerzos del presidente por satanizar a los medios, violar las normas establecidas, promover mentiras, cuestionar la autoridad de los tribunales, rechazar la ley y los resultados de una elección presidencial que pasó todas las pruebas serias de su legitimidad.
La incitación e instigación a actividades ilegales y a la violencia fue la gota que colmó el vaso. Sin duda, aquí no toda la culpa es suya, porque nadie obligó a tantos funcionarios republicanos a seguir su ejemplo en la búsqueda de socavar la legitimidad de la victoria del presidente electo Joe Biden. Aquellos que se los permitieron, a través de su apoyo político y financiero, comparten la responsabilidad de su ataque sostenido a las restricciones que son esenciales para el funcionamiento de cualquier sistema democrático. No obstante, lo que distingue este incidente de populismo estadounidense, de episodios anteriores es que fue diseñado desde la Oficina Oval y no desde el exterior.
El segundo problema es la Covid-19. El brote del coronavirus y su posterior propagación fueron el fracaso de China, pero la respuesta inepta e inadecuada de Trump es lo que explica por qué 400.000 estadounidenses habrán muerto a causa de la enfermedad cuando él deje el cargo. La respuesta defectuosa de EEUU también provocó la desaparición de millones de empleos y empresas (algunos de forma permanente), el retraso de millones de estudiantes y la pérdida de respeto a EEUU por parte de gobiernos y personas de todo el mundo.
Hubo mucho que la administración Trump pudo y debería haber hecho para lidiar con el coronavirus. Aunque merece crédito por su papel en la aceleración del desarrollo de las vacunas, este logro se vio parcialmente empañado por la falta de arreglos para su entrega eficiente. La administración tampoco ofreció mensajes coherentes sobre la necesidad de máscaras faciales, ni se aseguró de que el personal médico tuviera el equipo de protección adecuado ni proporcionó apoyo federal esencial para el desarrollo de pruebas efectivas y eficientes.
El contraste con las respuestas relativamente exitosas de Taiwán, Australia, Nueva Zelanda, Alemania, Vietnam y China subraya que un brote viral no tiene por qué haber conducido a una pandemia, y ciertamente no a una en la escala experimentada en EEUU. Irónicamente, parece que Trump temía que priorizar la lucha contra la Covid-19 debilitaría la economía y condenaría sus posibilidades de reelección, cuando en realidad fue su incapacidad para enfrentar el desafío lo que probablemente lo derrotó.
El tercer fracaso de Trump que definió su legado fue una política exterior que socavó la posición de EEUU en el mundo. En parte, este resultado se debe a las razones descritas anteriormente: su ataque a la democracia y su incapacidad para lidiar de manera efectiva contra la Covid-19.
Pero la política exterior de Trump también fracasó por sus propios motivos. Corea del Norte amplió su arsenal nuclear y construyó más y mejores misiles a pesar de la diplomacia personal de Trump con Kim Jong-un. Tras la salida unilateral de EEUU del pacto nuclear de 2015, Irán redujo el tiempo que necesitaría para desarrollar armas nucleares. La dictadura de Venezuela está más arraigada, y Rusia, Siria e Irán aumentaron su influencia en Medio Oriente después de que EEUU retiró tropas y apoyo a sus socios locales.
En términos más generales, la retirada de EEUU de los acuerdos e instituciones internacionales se convirtió en el sello distintivo de la política exterior de Trump, al igual que su crítica a los aliados europeos y asiáticos, la intimidad con los líderes autoritarios y el desprecio por el respeto a los derechos humanos. El resultado neto ha sido una reducción de la influencia de Washington en el escenario mundial.
Trump heredó un conjunto de relaciones, alianzas e instituciones que, aunque imperfectas, durante 75 años habían creado un contexto en el que se habían evitado los conflictos entre las grandes potencias, se había expandido la democracia y se habían incrementado la riqueza y los niveles de vida. Adoptando una mezcla de nacionalismo, unilateralismo y aislacionismo de “EEUU primero”, Trump hizo lo que pudo para interrumpir muchas de estas relaciones y acuerdos sin poner nada mejor en su lugar.
Será difícil, si no imposible, reparar este daño en el corto plazo. Trump ya no será presidente, pero seguirá siendo influyente en el partido Republicano y en el país. Si bien el mundo ya estaba en un creciente desorden, y mientras la influencia de EEUU ya estaba disminuyendo, Trump aceleró dramáticamente ambas tendencias. La conclusión es que está entregando un país y un mundo en condiciones mucho peores que las que heredó. Ese es su angustioso legado.
El autor es presidente del Consejo de Relaciones Exteriores de EEUU. © Project Syndicate-Los Tiempos 1995-2021.
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