Subnacionales: autonomía y descentralización
Restituir la autonomía constitucional en la agenda democrática es una tarea central que debería presidir las propuestas de los candidatos para los comicios de marzo próximo.
Es que la construcción de un Estado descentralizado y autonómico, como establece el Art. 1º de la Constitución, es consustancial a una visión que supere definitivamente el centralismo como herencia colonial atávica que, junto a otras, ha impedido la construcción nacional. El centralismo, esa concentración excluyente de actividades en un eje troncal, fue el dispositivo colonial para la extracción y exportación de nuestros recursos naturales y marcó el abandono y la exclusión del 80% del territorio nacional que, después de 1825, siguió careciendo de gobierno en el sentido más elemental qué es la administración institucional de los intereses colectivos. Así como no era posible construir país excluyendo con el racismo a la mayoría de la población, tampoco lo era con la exclusión y el abandono de la inmensa geografía nacional.
Ahí la fuerza y la actualidad de la reivindicación autonómica que, pese a las iniciativas posteriores a 1952 y a la “participación popular” de los 90, sigue siendo una tarea pendiente ante la carencia de estrategias geopolíticas para el desarrollo, de procesos descentralizadores y de gobiernos locales y departamentales con planes y recursos.
Y estos últimos 14 años hemos retrocedido, pese a las previsiones constitucionales del año 2009. No se trata de replicar la confrontación nacional de 2020, pero dejar de lado, con motivo de las elecciones subnacionales, el enorme daño que el centralismo y el autoritarismo ocasionaron a la descentralización es un grave error que puede dejar en el vacío todas las propuestas electorales de este marzo. La Constitución Política y la Ley Marco de Autonomías han quedado casi como papel mojado con la recentralización de los recursos, con la invasión de competencias y con la acción represiva contra varias autoridades subnacionales.
Menos del 10% de la inversión nacional está en manos de las nueve gobernaciones y 342 municipios que, sin embargo, tienen que atender las principales demandas cotidianas de la gente. El renovado centralismo ha confiscado recursos y usurpado competencias, para financiar políticas nacionales o para remachar el caudillismo supuestamente benefactor y “obrista”.
El impuesto a los hidrocarburos (IDH), que por ley debería destinarse en un 50% a las regiones, ha sido descuartizado y confiscado obligando a los gobiernos locales a financiar la renta de vejez y el bono para discapacitados, amén de solventar al gobierno central en sus “políticas” de exploración de hidrocarburos, el 1%; de seguridad ciudadana, un 10%; y hasta de una supuesta “educación cívica”, 0,2%. Nunca el gobierno del MAS quiso aprobar el pacto fiscal que manda la Ley Marco y después de dos años de reuniones estériles, todo terminó en fracaso. Pero, además, el presidente se convirtió en supraalcalde invadiendo competencias, destinando recursos para obras barriales y propaganda, como mecanismo de promoción política que disminuía o anulaba las gestiones locales y departamentales. Para colmo, las principales autoridades subnacionales no masistas fueron objeto de una permanente persecución política judicial que los suspendió o derrocó o que, al menos, desestabilizó y asfixió a varias gobernaciones y alcaldías desconociendo el voto mayoritario de la gente.
Por eso, al inicio de las campañas, no podemos sino reclamar a los candidatos un mínimo de claridad político-institucional y algo de honestidad y realismo, si quieren ser gestores responsables de las demandas ciudadanas. Peor en medio de las crisis: de la sanitaria que obliga a destinar grandes recursos a la infraestructura hospitalaria, y de la económica que plantea la reactivación urgente desde los emprendimientos locales y las articulaciones productivas y comerciales departamentales.
Ya se ha anunciado un recorte a las transferencias subnacionales, no menor al 30%, y el Presupuesto General del Estado 2021 ha aprobado mayor centralización que los años anteriores. Sólo el 8,5% de la inversión pública está descentralizada permaneciendo el 91,5 % en la billetera del gobierno.
Estamos al inicio de las campañas y difusión de propuestas, pero hasta ahora –salvo Camacho y su desempolvado “federalismo”–, es casi inaudible una visión autonomista y descentralizadora; y sin ella los programas electorales están muy próximos a la demagogia y al engaño. Varios autoproclamados “municipalistas” se han puesto a repartir barbijos al tiempo que, sin visión autonomista, sólo están vendiendo humo.
Esperemos que los posibles éxitos electorales de varios postulantes no se conviertan luego en gestiones ahogadas por el centralismo, peor si vienen de la mano del masismo cuya ineptitud en gestión local y departamental no admite duda después de 14 años.
Marzo debería ser la ocasión para reimpulsar el pacto fiscal, la autonomía y la descentralización, y así avanzar en la construcción de un país más digno para todos y en todos sus rincones.
El autor es político y abogado
Columnas de JUAN DEL GRANADO