Tres eventos extra-ordinarios
En los últimos 16 meses he experimentado tres eventos totalmente fuera de lo ordinario, yo y millones de otras personas. Cuando digo “fuera de lo ordinario” o “extra-ordinario” (y lo escribo con guion a propósito, para resaltar que son eventos mucho más allá de lo ordinario) me refiero a que nunca en mi vida hubiera podido concebir que vería cosas así.
Si en septiembre de 2019 alguien me hubiera dicho que dos meses después cientos de miles de ciudadanos bolivianos saldrían a las calles, espontáneamente, armados únicamente con unas pititas y lograrían derrocar a un autócrata que nos tuvo sometidos a su yugo durante 14 años, yo le habría preguntado ¿qué has fumado? Sin embargo, eso es exactamente lo que sucedió. ¡Qué cosa! Que increíble demostración de civismo y de vocación democrática del pueblo boliviano. Aún me cuesta creerlo, pero sucedió.
Pocos meses después, si en enero de 2020 alguien me hubiera dicho que en unas semanas más empezaría una epidemia que se extendería rápidamente a nivel mundial, que tocaría a todos los países, que causaría millones de infectados y millones de muertos, que ocasionaría el cierre de fronteras, cierre de negocios, interrupción del tráfico aéreo y carretero dentro de los países y fuera de ellos, pérdidas masivas de empleos y producción, cierre de escuelas, tiendas y restaurants, suspensión de eventos artísticos y deportivos y muchas otras cosas que ya conocemos, yo le habría dicho ¿qué has fumado? Y, sin embargo, todo ello sucedió, sigue sucediendo. Todavía no sabemos con certeza cuándo acabará, pero aún hoy me parece una novela de ciencia ficción.
Y, en medio de la segunda ola de esa pandemia, antes que acabe la primera semana de 2021, vi otra cosa totalmente fuera de lo ordinario. Si alguien me hubiera dicho, digamos la Navidad pasada, que una multitud de ciudadanos de Estados Unidos, iracundos, enceguecidos por la ira, azuzados por un hombre desquiciado, tomarían por asalto el Congreso de esa nación, yo le habría preguntado ¿qué has fumado? Pero eso también sucedió y también es un desafío a mi credulidad. ¿Cómo es posible que en una de las democracias más sólidas y antiguas del mundo pueda pasar algo así? ¿Cómo? ¿Nada menos que un asalto al edificio emblemático de la democracia? Ya sabíamos que a su presidente le faltaba un tornillo, pero lo que hizo el 6 de enero revela que le falta más de uno. Y ahora sabemos a qué punto la ira puede llevar a miles de ciudadanos a actuar como animales heridos.
Creo que hay que tratar de entender esa ira, de dónde viene, qué la causa. No me cabe duda de que la incitación de Trump en aquella mañana, la estimula. Pero no la origina. Hay algo más. Me parece que tanto republicanos como demócratas deben hacer un acto de autorreflexión. Y también los medios.
Al día siguiente de ese evento me pasé casi todo el día viendo CNN, Fox News y BBC. No podía creer cómo CNN seguía difundiendo verdades a medias, versiones tergiversadas de los hechos y cosas parecidas que son precisamente parte originaria de la ira colectiva de aquellos ciudadanos enardecidos. Por supuesto que CNN tiene el derecho y hasta el deber, de condenar los hechos criminales. Me parece justificada su posición de pedir investigación y castigo. Pero persistía su falta de objetividad, su excesiva polarización al sostener que todos los políticos que apoyaron a Trump durante su mandato son cómplices y también merecen castigo. ¿Es que no se dan cuenta de su responsabilidad en echar sal a las heridas de esas actitudes bestiales?
Tampoco podía creer la posición de algunos comentaristas de Fox News: “Trump nunca le dijo a la multitud que asaltaran el Congreso”. Sí, así es, pero les envenenó el cerebro, les avivó la rabia y luego les dijo “¡vayan al Congreso!” ¿A qué? ¿Qué esperaba que hicieran en el Congreso? Es como dejar a miles de perros heridos, acorralados y sin alimento durante dos días y luego abrirles la puerta del corral. ¿Qué se espera que hagan?
Lo afortunado de este evento es que, al final de cuentas, los congresistas volvieron a sesionar esa misma noche e hicieron lo que la Constitución les mandaba. Al fin y al cabo, la institucionalidad democrática prevaleció. Pero el evento, además de increíble, nos debe dejar la lección de que ninguna democracia está exenta de vulnerabilidades. Por ello, bajar la guardia en el cuidado de los sistemas democráticos no es posible. Nunca, ni en ningún lugar.
La autora es doctora en econometría
Columnas de AMPARO BALLIVIÁN