“Hello, Goodbye”
No soy tan fanático de Los Beatles como mi nietito, que migró del taquirari y ojalá descubra la cueca en sus rasgueos del “Dúo Abucherito” que ha formado con su abuela. Pero desperté con la canción Hello, Goodbye del famoso cuarteto de Liverpool para ilustrar el histórico 20 de enero de 2021 que vivió Estados Unidos y la palabra que lo define: esperanza.
La terquedad narcisista del ahora expresidente pretendió opacar la asunción de Joseph “Joe” Biden como primer mandatario del país más rico del mundo. Pocos notaron la aeronave privada que le llevó de Delaware a Washington D.C., en vez de que el ahora ciudadano ordinario enviase un avión de la Fuerza Aérea a recogerle, como el protocolo disponía. Sin embargo, muchos no olvidarán su empatía al expresar condolencias, en el monumento a Lincoln, por los 400.000 muertos, a la fecha, de Covid-19, tanto más apropiado para un Biden signado por las tragedias de su primera esposa e hija, y de su hijo mayor.
Estos días, Estados Unidos cierra la ansiedad de tuits autoritarios del régimen prorroguista de Donald Trump, con la esperanza del gobierno democrático de Joe Biden. Lejos están los días de la llegada al poder del “boquita de cereza”, del banquete de su inauguración con la presencia caballerosa de Hillary Clinton, su adversaria: todo era vino y rosas. Pero el poder corrompe, y al golfista se le fueron los humos a la cabeza. La pandemia, el virus chino le llamaba, lo llevaría a la ruina como presidente y a 400.000 muertos –más que en la II Guerra Mundial. Hoy solo restaban grupúsculos ocultos de fanáticos evocativos del nazismo, tatuados por su racismo y su jingoísmo, aunque el demagogo presumía de millones de votantes engrupidos por la repetición de sus mentiras.
El miércoles 20 de enero de 2021 fue un día preñado de celebraciones. Sin embargo, hubo tiempo para arremangarse la camisa e iniciar una esperanzadora gestión, con trabajo. El nuevo mandatario emitió órdenes ejecutivas de las cuales un número significativo tiraron a la basura algunos de los más notorios desvaríos de su ególatra predecesor. Retomar los estrechos nexos con la Unión Europea (EU). Abandonar obras onerosas y ridículas como el muro en frontera entre EEUU y México, como si el de Berlín no hubiese sido franqueado por los berlineses del Este; ¿acaso los pichicateros no excavaron túneles, los migrantes caminan millas, cruzan desiertos y navegan ríos para alcanzar el supuesto “sueño americano”? ¡Retornar a la Organización Mundial de la Salud (OMS)!
No obstante los discursos plenos de buenas intenciones del presidente Biden, el reparto de vacunas contra el coronavirus es prueba de que el mundo es de los países ricos. Tratándose de una pandemia, (una epidemia de alcance planetario), podrían haberla encarado como en la II Guerra Mundial cuando hicieron de la nada, en el desierto de Nuevo México, un núcleo urbano secreto, lo poblaron de esclarecidos científicos y construyeron la primera bomba atómica. Pero así como los chinos se comen cualquier cosa aderezada con soya y verduras en cama de “aloz con palitos”, los europeos y sus vástagos son buenos para fabricar armas de destrucción, y tacaños para afrontar este otro tipo de guerra.
En vez de dar fondos a la OMS para contratar científicos y equipos, los países ricos prefirieron un enfoque capitalista, académico y científico, pero con el afán de lucro como norte. Los unos enyuntaron una firma interesada en el éxito comercial del potenciador inguinal (el Viagra), al prestigio de la ciencia alemana. Sus primos ingleses prefirieron acoplar lo comercial con lo académico. Sin pangolines que aderezar, los chinos optaron por lucrar con vender el remedio para el virus emanado de sus excesos culinarios capturando bichos silvestres. Los rusos cambiaron la sotana sórdida de inventores de venenos de la era soviética, por el guardapolvo blanco de científicos capitalistas produciendo vacunas quizá más baratas, pero menos efectivas.
El problema sobrevino porque las vacunas no alcanzan para todo el globo. Aun reconociendo que sus naciones son primeras en la fila, saben que ni siquiera hay suficientes para inocular a sus ciudadanos de la tercera edad, su personal médico y sanitario, y millones de brazos rosados que faltan por pinchar. Nosotros tendremos que conformarnos con matecitos de alguna hierba amazónica o altiplánica.
De todas maneras, el pacífico y festivo traspaso de poder en la democracia estadounidense recuerda cuánto falta para que alcance mayoría de edad nuestro remedo democrático. ¿Imagina usted, apreciado lector, una trasmisión de mando entre Manfred Reyes Villa y Evo Morales en la bulliciosa Asamblea de mayoría “originaria”?
El autor es antropólogo, win1943@gmail.com
Columnas de WINSTON ESTREMADOIRO