Ciudades sustentables
Cochabamba, otrora tuvo viviendas con huertas frutales, hortalizas y animales menores. Hoy el crecimiento demográfico y migración campo-ciudad cambió el uso del suelo, priorizó la vivienda en desmedro de antiguos servicios ambientales, de los huertos y el paisaje. Los conglomerados urbanos no garantizarán la supervivencia de sus habitantes en un futuro mediato. No producen alimento solo prestan servicios. Ante el cambio climático, desastres naturales, conflictos sociales o pandemias como la actual, las ciudades son cada vez menos seguras.
El cambio climático inminente es consecuencia del “calentamiento y oscurecimiento global”, la continua degradación y desertización de ecosistemas, sobrepoblación, el agotamiento de recursos naturales renovables y no renovables y el fracaso permanente de “cumbres climáticas” que no logran consensos. Según la FAO, desde 1986 iniciamos un “punto de no retorno”. La población crece geométricamente mientras la producción de alimentos aritméticamente acrecentándose una inseguridad alimentaria.
Conflictos políticos y sociales paralizan el sistema socioeconómico, limitan libertades, promueven desabastecimiento, frenan un desarrollo planificado y sostenible. Hay ausencia de políticas de gestión sustentable del territorio e incapacidad de los políticos para la resolución de conflictos y el cumplimiento de la legislación vigente, y aún menos para responder a estas preocupaciones.
Desastres naturales ocurren debido a la deficiente gestión del territorio, la vulneración institucional de leyes y normas ambientales. La expansión de las ciudades destruye ecosistemas y afecta la calidad de vida. La utilización del suelo ignora su “capacidad mayor de uso” y genera deslizamientos, inundaciones, mazmorras (caso de la cuenca Taquiña).
Nuestros agroecosistemas campesinos andinos son poco eficientes, no cubren la demanda del mercado, no son rentables y erosionan suelos. Las especies de agrodiversidad andina están en extinción. Alimentariamente dependemos de la agroindustria cruceña basada en monocultivos transgénicos, uso de agroquímicos tóxicos. El alimento de pollos, cerdos y vacas del valle se basa en maíz, sorgo y soya transgénica.
Pandemias como la de Covid paralizaron ciudades, pero otros patógenos virulentos conviven pasivamente entre nosotros, con vectores transmisores que podrían activarse bajo condiciones “ambientales alteradas”, mutar y aumentar su virulencia. Nuestro sistema de salud, servicios públicos y hábitos cotidianos no contribuirían a frenar su propagación.
Si el crecimiento económico es “indicador de calidad de vida”, habrá que repensar la vida en las ciudades, sus actividades económicas, sociales y culturales. La pandemia dejará empresas en déficit, aumentará el desempleo y la mora bancaria. Habrá menos oportunidades para jóvenes.
Orientemos el desarrollo urbano hacia ciudades sustentables cuyas premisas son: conservar ecosistemas implementando planes de uso de suelos, manejo de cuencas, forestación, medidas para frenar tendencias de desertización. Es necesario un impulso a la agricultura urbana donde jardines, veredas y parques contribuyan a la canasta ciudadana produciendo alimentos. Asimismo, promover el uso de energías alternativas limpias, reducción del consumismo, uso de bicicleta. Nuestro desafío es concientizar a la sociedad civil en acciones y decisiones comunitarias participativas, logrando empoderar sus organizaciones, OTB y colectivos, con enfoques de desarrollo con responsabilidad social ambiental.
El autor es ingeniero agrónomo, magíster en agroecología, cultura y desarrollo sostenible