Divagaciones
Dirán que soy rebuscado, pero me intriga el tema de la esclavitud desde el surgimiento de Black Lives Matter, y los impunes asesinatos de negros en EEUU. Me arrulla la canción cubana Siboney de Ernesto Lecuona en la voz helénica de Nana Mouskouri, luego de releer la biografía de Abraham Lincoln, de Carl Sandburg, y la sangrienta guerra civil estadounidense, descrita en The Civil War and Reconstruction en el sesudo análisis de J.G. Randall. Afecto a complicarme la vida, abordo el difícil asunto con el disparatado intento de división de la población boliviana entre “originarios” y “blancoides” en un país mestizo. Revuelve el menjunje ser amazónico en una sociedad de por sí enconada entre “collas” y “cambas”.
Haciendo abstracción de proporciones de los dos países, ambos, negros en EEUU, y “originarios” en Bolivia, son mulatos y mestizos en su mayoría.
¿Sabía usted que en la Nueva Inglaterra norteña había tantos esclavos como en el sur algodonero? Para el año de su independencia (1776), “el número de esclavos en las colonias americanas se había incrementado a 500.000”. Como documenta Randall, el Sur de antes de la Guerra Civil “estuvo lejos de apoyar la esclavitud, (y) el Norte estuvo lejos de oponerse a ella”.
El periodo de la reconstrucción (1865-1877) evocó tres visiones de la memoria de la Guerra Civil: de reconciliación, de supremacía blanca, y de emancipación. Sostengo que EEUU es un país racista y fue la de supremacía blanca que Trump atizó y que prevaleció en la asonada insurreccional del 6 de enero de 2021. Hoy, ese gran país vive sobresaltado por informes de posible recurrencia de brotes de violencia racial; eventual rebrote que acompaña a la pandemia mundial de Covid-19, la insuficiencia de vacunas, el desempleo y la crisis económica, y las urgencias del cambio climático.
Pero es curioso que en Estados Unidos se desconozca la mitad de la sangre que la lujuria del blanco dominante sembró en sumiso vientre esclavo. En ese país, la espinita de sangre mohawk es motivo de orgullo, mientras que algún vástago de esclava negra y patrón blanco, así fuera albo como cruce de noble musulmán con cautiva hispana, es relegado a la categoría racial de negro (colored antes, afroamericano hoy).
En Bolivia, la situación difiere en formas de prejuicio y racismo. Desde que los conquistadores se opusieron a que los nobles indígenas, principalmente aimaras, participaran del banquete de explotación de los nativos luego de Calamarca, la pugna ha sido por “blanquear” la sangre. La mayoría de los roperos bolivianos esconde una pollera o un tipoy por ahí. Un país mestizo acomplejado –variedad latinoamericana– permite la ridícula división de su población en “originarios” y “blancoides”; para completar la aberración se incluyen otros grupúsculos sociológicos como “campesinos”, “indígenas de tierras bajas”, etc. Sin embargo, cual volcán apagado, que humea de cuando en cuando, su erupción asesina es incierta e impredecible. Así como en el Senado estadounidense prevalece el voto partidario sobre la razón, en Bolivia la transición política está plagada de revanchismo vengativo que inhibe el progreso: se quiere avanzar deshaciendo lo avanzado, cultivar sobre tierra virgen.
Las noticias resaltan día a día hasta el encono de reescribir los hechos si el péndulo electoral lo permite. Un escape presidencial vergonzoso se torna en presunto “golpe de Estado”, de golpe y porrazo. Cuando fallan las convicciones ideológicas, surgen las componendas monetarias o los “arreglos” de pegas en las jerarquías estatales, departamentales o provinciales. Cuando se cometen peculados o inversiones corruptas, sobrevienen los “caballos blancos” que disfrazan obras millonarias imperfectas, o sueños húmedos de proyectos que nunca se realizan, así viniera Jesucristo de socio, tal vez porque la “tajada” del firmante local no satisfizo sus expectativas (o su faltriquera). El fondo es el mismo: el prejuicio racial y la corrupción.
Ahí se deben hurgar las coincidencias históricas entre elefantes y hormigas, entre Estados Unidos de América y el Estado Plurinacional de Bolivia. Quizá todo tenga que ver con los grados de madurez del desarrollo de la democracia electoralista. Mientras tanto, ¡a ponerle ribete ideológico hasta a las vacunas!, porque ¿a quién le importan las prioridades de un país pobre e ignorante?
El autor es antropólogo, win1943@gmail.com
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