Detener el cambio climático sin poner en riesgo la prosperidad
Los políticos alrededor del mundo están haciendo todo lo posible por prometer políticas climáticas increíblemente caras. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha prometido un gasto de 500.000 millones de dólares cada año. Y la Unión Europea gastará el 25% de su presupuesto en políticas climáticas.
La mayoría de los países ricos prometen ahora que reducirán a cero sus emisiones de carbono para mediados de este siglo. Pero, sorprendentemente, solo uno de ellos ha hecho un cálculo serio e independiente del costo que conllevará: Nueva Zelanda. El Estado oceánico ha descubierto que esta reducción se llevaría, en el mejor de los casos, un 16% de su PIB para mediados de siglo, lo que equivale a todo el presupuesto actual del país.
Para EEUU y la UE, el costo equivaldría a más de cinco billones de dólares anuales. Una cantidad que es superior al presupuesto federal total de EEUU, o al conjunto de lo que los gobiernos de la UE gastan en todos sus presupuestos de educación, recreación, vivienda, medio ambiente, asuntos económicos, seguridad, justicia, defensa y sanidad.
Es revelador que, recientemente, el vicepresidente de la Comisión Europea, Frans Timmermans, haya admitido que las políticas climáticas van a ser tan costosas. Y que sería un asunto de “vida o muerte para nuestra industria” sin unos enormes aranceles que la protegiesen.
El cambio climático es un problema real y está provocado por el ser humano. Pero el impacto es mucho menos inquietante de lo que sugieren los informes climáticos. El Grupo de Expertos sobre el Clima de la ONU ha descubierto que, si no hacemos nada, el impacto total del cambio climático para la década de 2070 será equivalente a reducir nuestros ingresos entre un 0,2% y un 2%. Teniendo en cuenta que para entonces se espera que cada persona sea 363 veces más rica que hoy, el impacto del cambio climático logrará que “solo” seamos 356 veces más ricos. No parece el fin del mundo.
En cambio, las políticas climáticas podrían ser mucho más nocivas al cortar el crecimiento económico de forma drástica. Un menor crecimiento traería riesgos de protestas y de cambios políticos bruscos. Y no es que sea una sorpresa. Si vive en una economía floreciente, sabe que usted y sus hijos vivirán mucho mejor en los años siguientes. Y, gracias a ello, se puede tomar con calma el presente.
Pero sin crecimiento, el mundo se convertiría en un juego de suma cero. Que otros tengan mejores condiciones significará que las suyas serán peores, lo que conllevará una pérdida de cohesión social, de confianza en el futuro próximo. Las protestas ante los impuestos ecológicos de los chalecos amarillos en Francia, que han tomado el país europeo desde 2018, podrían convertirse en un elemento habitual de muchas de nuestras sociedades.
Y, pese a todo, los políticos se siguen centrando de manera obsesiva en el clima. Las “soluciones” que proponen y que acabarán con el crecimiento podrán seducir a unos cuantos académicos con trabajo fijo, pero conllevarían consecuencias trágicas de estancamiento, desacuerdo y conflicto entre la gente de a pie.
La mayoría de los votantes no quieren pagar estas extravagantes políticas climáticas. Mientras Biden propone gastar cada año el equivalente a 1.500 por cada estadounidense, una encuesta reciente del Washington Post mostró que más de la mitad de la población no está dispuesta a pagar ni siquiera 24 dólares.
¿Y, además, para qué? Si todos los miembros de la OCDE rebajasen hasta cero sus emisiones de carbono mañana mismo y durante el resto del siglo, el esfuerzo conllevaría una casi imperceptible reducción de 0,4 grados en las temperaturas para el año 2100.
Esto se debe a que más de tres cuartos de las emisiones globales en lo que queda del siglo procederán de Asia, África y Latinoamérica. Estos países están empeñados en sacar a su población de la pobreza y alcanzar el desarrollo a través de energía barata, y de la que se puede disponer en cantidades enormes.
Los últimos 30 años de políticas climáticas han generado costos gigantescos y mayores emisiones. A la hora de cortar las emisiones solo han funcionado dos cosas: las recesiones y los confinamientos por la Covid-19, y ambos son indigeribles a nivel social. Esperar a que los Estados dejen de utilizar energía barata tampoco será la solución. Necesitamos innovación.
Veamos, por ejemplo, la terrible polución en el aire de Los Ángeles en 1950. Ese fue un problema que no se solucionó pidiendo de forma educada a los conductores que dejen de manejar sus vehículos. No. Se solucionó a través de la innovación: el convertidor catalítico permitió que los ciudadanos condujesen más lejos contaminando menos. Necesitamos invertir en investigación para que la energía verde sea mucho más barata: necesitamos una mejor energía solar y eólica, mejores baterías, y una fisión, fusión y captura de carbono más barata.
Si podemos innovar y reducir el precio de la energía verde por debajo del de los combustibles fósiles, todo el mundo abrazará el cambio sin poner en riesgo la prosperidad.
El autor es presidente del Copenhagen Consensus Center
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