“Digitus dictatorem”
Luis Arce es una veleta en medio de una tempestad encubierta; el fiel de una balanza a punto de quebrarse por la presión de dos pesos opuestos. Es un encomendero atrapado entre Evo Morales, que lo impuso contra la decisión orgánica del MAS que escogió a Choquehuanca, y la presión de su partido que en silencio tenso repudia las prácticas estalinistas del autócrata, sus cocaleros y su cardenalato de –Zavaleta dixit– blancos mezquinos.
El carácter pusilánime de Arce y su falta de oficio para el poder son evidentes, pero su rol en la estrategia de Morales lo hace insustituible. Arce es criatura del digitus constituit digitus dictatorem; fue hecho por el dedo del tirano, ergo se debe al tirano.
Evo retornó con ínfulas desproporcionadas, hablando de milicias armadas y pregonando venganza contra sus enemigos. Sin embargo, no es más el déspota elegido –ese sátrapa abusivo que instauró una dictadura constitucional de 14 años–, sino un usurpador, sin investidura ni mandato, que pretende gobernar Bolivia desde la capital de la coca, amparado por su control de un Legislativo que fue caja de resonancia de sus excesos presidenciales y que últimamente lo amnistió de serios cargos por terrorismo.
Cierto, a Evo ya no lo protege la soberanía del mandato popular otorgado a él por mayoría absoluta hace más de un quinquenio, y, sin embargo, ha dictado un virtual estado de excepción, bajo el que usurpa y se arroga la soberanía del pueblo, ante la completa sumisión del presidente Arce que le otorgó el pomposo título de jefe nacional de campaña del MAS para justificar su uso de la logística del Estado en una operación de designación de candidatos oficialistas a las subnacionales tan chapucera que terminó de fracturar a su partido.
Jamás quiso entender que él ya no era el gobernante de Bolivia, ni durante su autoexilio ni tras su repatriación. Una especie de mecanismo defensivo de su traumada psique creó un bloqueo mental que lo protege de la realidad; de ver que en su ausencia transcurrió un año crítico y complejo que transformó a su partido y al país.
Y es que el MAS bajo Morales solía ser un adolescente víctima de abuso, lacerado en su autoestima y enajenado por el mito de que jamás podría hacer nada sin su caudillo. En un giro de la historia, el MAS, sin el expatriado Evo, ganó las elecciones 2020 con una campaña que irónicamente desmarcaba al partido de su tóxica imagen.
Atrincherado en esa diferencia entre el antes y el después, el mundo aimara, el bloque social disidente más importante en el gobierno, se reorganizó en torno a un nuevo instrumento político, Jallalla, instalando un estado mayor clandestino en la Vicepresidencia.
Porque fue en el mundo aimara donde más se resintió el discrecional dedazo y donde más intensa fue la insubordinación.
El dedazo postergó a Choquehuanca en 2014 y lo subordinó a Arce en 2020, desconociendo la democracia interna de su partido. El Pacto de Unidad se sometió porque Morales es el dueño de la sigla, pero se resintió y aún lo está con su exabrupto en Buenos Aires.
Fue también el dedo de Evo que fragmentó al MAS por segunda vez, al imponer a su cohorte de incondicionales por sobre el sistema de democracia comunitaria que eligió a sus candidatos de los municipios y comunidades. Eva Copa es el continuum de la rebelión de Félix Patzi y los liderazgos aimaras contra la dictadura sindical cocalera.
Y fue discrecionalidad de Evo ordenar ampliar un juicio de responsabilidades a Áñez, a Eva Copa, que ya le arrebató al evismo la alcaldía de El Alto, y fraguar el juicio y la sentencia contra el aimara opositor Rafael “Tata” Quispe por un cargo de “acoso político” por el que –de existir tal figura jurídica– todo el séquito evista debiera estar recluido a perpetuidad.
Evo busca la silla, Arce pretende ignorarlo y Choquehuanca y el mundo aimara lo resisten discretamente, pero pronto tendrán que decidir qué hacer con este incordio que, para someter al país de nuevo, primero debe someter y purgar a su propio emancipado partido y borrar con su famoso dedo todo lo que el nuevo MAS aprendió y conquistó durante su año de ausencia.
El autor es magíster en comunicación política y gobernanza
Columnas de ERICK FAJARDO POZO