Elección, ilusión y esperanza
Hace unos días, una persona sugirió que yo estaba sumido en una profunda depresión y que esa era la causa de que mis programas sean tan críticos.
Pues, no, yo aseguro que si alguien está deprimido sólo atina a encerrarse en su mundo, no reclama, no denuncia, no se queja, no propone, no sugiere, cosa que sí hago yo, porque, pese a que los vientos no soplan favorablemente para el país, creo que es posible lograr un cambio y por eso actúo como lo hago: no me rindo ni me conformo. El inconformismo es optimista.
Créanme, sé que estamos muy mal, pero me sobra optimismo; creo que es posible que la sociedad logre un cambio, que mejore, que, además de los que lo merecen, los ladrones, los ineptos, los que sólo buscan figurar, entiendan que la sociedad necesita que ellos, que van a ser elegidos, muestren algo más de lo que muestran.
¿De dónde sale el optimismo? De saber que no todos son aquello por lo que uno reclama, por eso voy a ir a votar con ilusión, que es la esperanza que se tiene, con o sin fundamento, de que suceda algo que nos dé, a todos, la posibilidad de mejorar.
Y si el optimismo es esperanza, recordemos que esta última es la confianza que se tiene de que se realice algo que se desea.
Y como desde mis micrófonos y cámaras deseo cosas colectivas, me declaro optimista, pese a que en las dos campañas electorales, en su generalidad, los candidatos no nos mostraron lo que de verdad necesitamos. Nos mostraron los “lugares comunes”, los discursos giraron en lo que se convierte en una costumbre electoral. La gente se adaptó a eso, a que en elecciones se le mienta o se le ofrezca lo superficial: pavimento, escuelas, hospitales, “fuentes de trabajo”… que sí son necesarios, pero son de “manual”.
No escuchamos a muchos (la TV y diarios digitales son los únicos que nos conectan al país) referirse a seguridad, a desarrollo humano sostenible, a la posibilidad real de que se accionen los mecanismos de participación: que el vecino sea escuchado y sumado a los procesos de construcción de ciudades. Las ofertas de gobernaciones adolecen de lo mismo que las municipales, pero en mayores escalas, porque contienen a los municipios. No hay ideas claras, ofrecen pactos fiscales irrealizables, proyectos regionales de los que sólo conocen sus nombres. En fin, aun así, alguien se va a hacer cargo de esto y es de esperar que lo haga bien.
Pero para esperar que ellos lo hagan bien, nosotros los electores tenemos que hacer las cosas bien. Miremos lo que pasa alrededor nuestro, veamos lo que está pasando en el mundo, por ejemplo, con los que ofrecieron “acabar” con la corrupción. Ellos se olvidaron de avisar que la idea era acabar con la corrupción ajena para instalar la propia. Nosotros, los ciudadanos, no merecemos ser objeto del destrato de quienes creen que se los elije para que hagan lo que les dé la gana durante cinco por años, necesitamos que entiendan que si les encargamos, si les dimos la oportunidad de representarnos (ahí entran los que ganan y los que pierden) tienen la obligación de rendir cuentas cuando se las pidamos como ciudadanos individuales o como colectivos y plataformas.
Necesitamos que haya un cambio de actitud, que el gobierno central entienda el rol de los municipios y las gobernaciones, que tome en cuenta que la Constitución Política del Estado no establece que para que haya concurrencia de acciones y coordinación hay que ser del mismo partido, que sin esa “condición” será imposible trabajar con ellos, sólo porque Evo Morales así lo dijo en un discurso de campaña. Arce no muestra mucho apego por la democracia, no muestra respeto por la opinión ajena y debiera comenzar, a hacerlo, de una buena vez.
En la sociedad boliviana hay mucho odio acumulado y eso no es bueno; no es bueno que el odio sea el motor que mueva a la gente, porque nos estamos haciendo daño, después, esas heridas no cierran.
En su libro Contra el odio (2017. Penguin Random House), Carolin Emcke dice: “A veces me pregunto cómo son capaces de algo así: de sentir ese odio. Cómo pueden estar tan seguros. Porque quienes odian deben sentir eso: seguridad. De lo contrario, no hablarían así, no harían tanto daño, no matarían de esa manera. De lo contrario, no podrían humillar, despreciar ni atacar a otros de ese modo. Tienen que estar seguros. No albergar la más mínima duda. Si se duda del odio, no es posible odiar. Si dudaran, no podrían estar tan furiosos. Odiar requiere de una certeza absoluta. El más mínimo ‘tal vez’ sería molesto”.
Está claro que el odio se induce, se cultiva, se genera por interés de “alguien”. Ir a votar no es lo mismo que ir a elegir. Se elige con esperanza, se elige con ilusión, se elige con certeza, se vota sin odio. Se elige por el interés de algo mejor, se elige para que gobiernen o se elige para que sean control; contrapeso, para que representen desde el no gobierno. Por eso es que es buena la democracia, porque nos da la oportunidad de mejorar, de hacer cambios. ¿Si nos equivocamos? Puede pasar, pero si lo hacemos creyendo, habremos actuado de buena fe… y eso también es bueno. ¡Que tengamos una jornada en paz!
El autor es periodista
Columnas de CARLOS FEDERICO VALVERDE BRAVO