Inmunidad de rebaño sin suficientes vacunas
Ayer me inyectaron la segunda dosis de la vacuna china. Me dolió más que la primera, no tanto por sus efectos colaterales, sino porque quizá la dama que me pinchó quería cobrarse el mal momento con su pareja la noche anterior. Era un amontonamiento de gentes, la mayoría esperanzada de recibir la primera dosis, porque habían avisado que esa mañana vacunarían a los mayores de 60 años. Medio centenar sentados sin ninguna distancia social aconsejada; otro tanto, disciplinados agachados que somos, en larga fila de enmascarados.
Notificaron que la vacuna a colocarse sería una que ocasiona trombos cerebrales, en un país de gente descerebrada y mal informada por la radio-cocina o su versión moderna, el Facebook. Aunque esa posibilidad fuera e una en millones, hizo que una pareja de madre anciana e hijo solterón se marcharan renegando y rehusando la marca. Deben arrepentirse hoy, cuando que el titular del periódico pregonaba que se acabaron las dosis. ¡A volver al matecito y alguna humeada de sangre camélida mezclada con coca machucada!, digo yo.
No sé a quién se le ocurrió el concepto. Pero el de “inmunidad de rebaño” me recuerda a William Lederer y su A Nation of Sheep (Una nación de ovejas) y a El americano feo de Lederer con Eugene Burdick, premonitores no solo del desastre de Vietnam, sino de su narcisista demagogo de peinado de salón. Hoy está de moda la herd immunity (inmunidad colectiva), que me parece contrapuesta al pregonado “o estamos todos o no esta ninguno” que arguyen entendidos para curar la pandemia de Covid-19 que aflige al mundo. Puede ser que el 80 por ciento de vacunados inmunicen al desafortunado resto, pero la cosa es que ni el 80 ni el 100 por ciento se logran simultáneamente en el globo, menos en las regiones.
Empecemos por Estados Unidos y Europa. El país más poderoso del mundo publica diariamente las estadísticas de sus contagiados y fallecidos por la pandemia. Tantos infectados, tantos muertos, tantos inyectados. ¡No llegan a 20 por ciento de su población los vacunados! Bueno, un gran porcentaje de reacios, la mayoría debida a una mezcla de ignorantes o influidos por la demagogia, que también lo son.
En Europa hay todo un caleidoscopio de situaciones. Italia, la primera afectada por el coronavirus, barajando su cuarta ola ¿o es la quinta? Inglaterra braceando entre reabrir su desempleada economía y enfrentar el resurgimiento de la plaga. Francia arrodillada por sucesivos brotes y un silencioso París. Alemania con el bicho aparentemente contenido, hasta que el tenaz virus sacudió el país. Los barbijos no dejan silbar de admiración ante las pechugas de sus varitas en Copenhague, mientras que la altiva Suecia pensaba ser inmune, hasta que se contagió. España con sus playas vacías. El resto de los 27 países de la Unión Europea, enfermos o sobrepasados. Hasta la linda Úrsula fue relegada al asiento de segunda en Turquía, no se sabe si por mujer o por el Corán, o por los dos.
No debía extrañar que las vacunas sean insuficientes. Aparte de China y Rusia, claro, encomendaron a empresas privadas ocuparse de la emergencia, como si fuera un simple resfrío. ¿A quién le toca el chorrito de la ley del embudo? Pues a los países pobres. ¡Pucha!, en Bolivia quedan solamente 20.000 dosis. Ya casi son un millón los cadáveres en América Latina y el Caribe.
Si en Estados Unidos por fin se reconoce que es una guerra el combate al coronavirus, y que vendrán otras pandemias en el futuro, que no se ganan con nuevos portaaviones, siguen enfrascados en el show mediático de un juicio para determinar culpable o inocente de un crimen policial cuya raíz es el racismo.
En Bolivia, aparte del amargo despertar a la insolvencia fiscal de siempre, nuestra inmadura democracia atracó en el puerto de elegir a los despilfarradores de hace poco, que confunden el ser elegidos como una vía libre para cobrarse agravios, reales e imaginarios, y echar al desván del olvido los objetivos nacionales. Flaco consuelo será esperar al bolero de la vacuna cubana, o la samba de enredo de la versión brasileña. Bueno, tal vez organicen una agencia similar a la que tiene sin sueño a la NASA, en vez de mayor infraestructura sanitaria con la que se pretendía equilibrar un presupuesto malgastado en proyectos insulsos y corruptelas.
Aparte de ese crimen contra el planeta que es la contaminación ambiental, destacan el racismo y la desigualdad social, males que no solo afectan a los países pobres, sino que contagian a los países ricos exacerbando su egoísmo y su corrupción. En Estados Unidos se revela que no todos son millonarios y sus pobres se desloman queriendo alcanzar un “sueño americano” que es un espejismo. En Bolivia intentan hacer indígena aimara al país con conceptos falsos, a un pueblo mestizo que se debate en un regresivo columpio político regresivo.
El autor es antropólogo win1943@gmail.com
Columnas de WINSTON ESTREMADOIRO