Un aborto que trae preguntas
En un país lejano, (el nuestro), en una provincia lejana, aunque muy cercana a la capital, en uno de los últimos rincones de esa provincia, ha tenido lugar un hecho absolutamente detestable. Un degenerado ha abusado sexualmente de una niña, aprovechando cierta cercanía de parentesco. La niña ha quedado embarazada.
La historia de esta niña, amén de la tragedia personal, puede ser vista como parte de las miserias humanas y estructurales de nuestro país, que tiene como víctimas más frecuentes precisamente a las mujeres, y dentro de este marco, obviamente a las mujeres campesinas, pobres, y en particular a las niñas.
El que, aunque tremendamente a destiempo, el Estado boliviano y sus débiles instituciones hubieran funcionado, ese embarazo, que simplemente nunca debió haber tenido lugar, haya sido interrumpido puede ser motivo, no de felicitarnos, porque ese término no entra en esta historia, pero de ver un avance en el proceso de buscar el bien de una niña.
El proceso no fue fácil, porque, en primera instancia, los médicos del pueblo –donde se presentó en primer momento la niña acompañada por su madre y su tía– se negaron a practicar el aborto por motivos concienciales. La niña tuvo que ser trasladada a la ciudad más cercana para que sea allí donde tuviera lugar el aborto. Los médicos del pueblo, no actuaron inadecuadamente, porque inclusive la Constitución del Estado plurinacional, reconoce el valor de los usos y costumbres, y el rechazo al aborto, es uno de estos usos y costumbres bien arraigado en esta sociedad de corte muy católico.
Pero más allá de ese detalle, el asunto es que el embarazo ya estaba muy avanzado, al momento en que este fue interrumpido, el feto tenía ya alrededor de 25 semanas, una más o una menos, y este detalle tiene implicaciones morales muy serias.
Cuando se discute sobre el derecho al aborto, éste se plantea ante todo cuando el embrión está dejando de ser un huevo fertilizado. Pero cuando tenemos a un feto que puede convertirse fácilmente en un bebé, en un ser humano dependiente, pero autónomo por el solo hecho de salir del vientre de su madre, las preguntas se vuelven más importantes. ¿Tiene derechos ese niño, o esa niña? ¿Tiene alguien derecho de decidir que ese feto/bebé no merece vivir? ¿Puede decidir una niña de 12 años al respecto?
Venimos de un mundo en que la interrupción de un embarazo era considerada un tabú, y estaba penado sin tomar en cuenta ninguna consideración, pero es posible que estemos yendo hacia otro extremo, justificando la muerte de una criatura de la misma edad de una que podría sobrevivir si es que su madre hubiera sufrido un parto adelantado.
Cabe preguntarse si más allá del derecho que tienen las mujeres a abortar, y el cuidado y el bienestar que se debe tratar de proporcionar a las niñas, si consideramos todo el aparato que se movilizó para que ese aborto sea posible, ¿no hubiera sido posible movilizar otro tipo de sistemas y estructuras para mejorar la vida de la madre, para ayudarla a llevar adelante ese involuntario proceso en su cuerpo, y salvar al mismo tiempo la vida de la criatura que estaba en su vientre?
No se trata de respetar los tabúes ancestrales, pero sí de ser, en situaciones tan complejas y tan aberrantes como esta, lo más justo posible para con absolutamente todos los involucrados, incluido el nonato, que en cualquier guía de embarazo es ya llamado bebé.
Creo que lo acontecido la semana pasada merece una muy amplia discusión, esta debe estar alejada de los dogmas, sean estos religiosos o ideológicos, (los cuales, dicho sea de paso, se parecen enormemente).
Lo que ha sucedido en la vida de la niña referida en este artículo no es algo muy usual, pero tampoco es algo completamente extraordinario, es precisamente por eso que se debe trabajar en el tema. Creo que patrocinar abortos de fetos/bebes de 24 o 26 semanas de embarazo no es una solución.
El autor es operador de turismo
Columnas de AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ