Menos ministros y más maestros
Algunos consideran que la etimología es una ciencia del pasado. Una práctica de eruditos lingüísticos, de ratones de biblioteca, de profesores a la moda antigua, de coleccionistas de curiosidades de los idiomas. Por ejemplo, mi apellido Chávez viene la palabra en portugués: “chaves” (llaves). Según una versión religiosa los "Chaves" serían los que tienen las llaves que abren las puertas del reino de Dios. Somos parientes de San Pedro.
Por supuesto, esta etimología es una anécdota intrascendente, pero Irene Vallejos –la maravillosa escritora española que escribió El Infinito en el Junco– se dio a la tarea de escudriñar los orígenes de dos importantes palabras: ministros y maestros. Ella afirma: “Al indagar el origen del término ‘ministro’, topamos con una de esas sorpresas. Deriva del latín minus, es decir, ‘menos’. El ministro, según nuestros antepasados, es quien se ocupa de las minucias, o sea, de administrar asuntos más bien incordiantes que esenciales. En cambio, lo fundamental, lo que realmente importa, lo más –en latín magis– es la tarea del magíster, del maestro. Esta es la antigua idea plasmada en las palabras que, sin saberlo, utilizamos hoy: hace algo más grande quien se dedica a enseñar que quien gobierna. La voz del pasado nos dice que la educación es, más que ningún otro oficio, el territorio donde soñamos y creamos el futuro. Una profesión que merece gratitud, no sólo en latín sino en todos los idiomas. Quizá convenga repensar nuestras nuevas ideas: ¿qué valoramos más como sociedad, a quiénes encumbramos? Las etimologías responden: pasar de un ministerio a una escuela supone un ascenso”.
En el imaginario popular, en América Latina, llegar a ministro de Estado es como la culminación de una carrera exitosa. La opinión pública también atribuye a los ministros méritos muchas veces inmerecidos. Ciertamente hay ministros que han contribuido y lo siguen haciendo con dedicación a sus naciones. Sospecho que son los menos. En Bolivia, en especial en los últimos tiempos, los ministros son improvisados, no están preparados para el cargo y lo que es peor, algunos tienen una inclinación tremenda por la cosa ajena. Este parece ser el caso del ministro de Desarrollo Rural y Tierras de que fue agarrado in fraganti recibiendo un soborno. Ocupándose de las minucias, del robo descarado, del tráfico de favores, honrando así, la etimología de la palabra ministro. Es decir, los que se ocupan de lo menos, aunque son del MAS.
Contrariamente, en la construcción simbólica del sentido común, los maestros son vistos como una categoría menor, aunque, como dice Vallejos, la etimología de la palabra describe a aquellos que se ocupan de lo más valioso de la sociedad: la educación, en latín magis, magister. Versión disminuida de maestros/profesores, por supuesto, es común en América Latina y en particular en Bolivia. No es el caso de los países escandinavos, por ejemplo, donde los maestros son admirados y bien remunerados por la sociedad y el Estado. Habitan en la cúspide de las pirámides sociales y salariales.
Los maestros, como señala Vallejos, trabajan en los territorios donde habitan los sueños y donde se construye la esperanza y el futuro. Los maestros son responsables de sembrar valores y conocimientos para cosechar ciudadanos dignos y productivos para la sociedad. En términos económicos los maestros están a cargo de lo más valioso en una sociedad: su capital humano, este es fuente de la creatividad y la innovación que se aplica en todos los quehaceres de la vida.
Es probable que en los próximos años podamos recuperar el crecimiento de la economía. Ciertamente, la “PIBocracia” estalinista que nos gobierna y que reduce el desarrollo del país sólo al crecimiento del producto interno bruto, lanzará cohetes al cielo.
Pero las cosas han cambiado en el mundo: el desafío trascendental, que tenemos como país es superar el grave deterioro que se produjo en el capital humano debido a la pandemia y la cuarentena. Que escuelas y universidades hayan parado más de un año sus clases presenciales y/o se hayan trasladado, muy precariamente, al sistema virtual hizo retroceder la educación varios años. Si a esto se suma la tendencia de los últimos 15 años de desvalorizar el saber técnico, en especial en la gestión pública, y reemplazarla por la lealtad política o el alineamiento ideológico, estamos frente a la tormenta perfecta. Con un sistema educativo colapsado y stock de capital humano debilitado, la sostenibilidad, calidad y dirección del desarrollo económico están seriamente comprometidos.
Cabe recordar que el capital humano es el nexo entre lo económico y lo social. La inversión destinada a aquel, tiene un doble objetivo: aumentar la productividad de la economía y al mismo tiempo, mejorar la calidad de vida de grupos sociales afectados por la falta de ingresos.
En este contexto, el desafío central del desarrollo en Bolivia es revalorizar la función de los maestros y profesores en la sociedad. Sin educación, la recuperación económica volverá a la antigua normalidad a saber: crecimiento concentrador de la riqueza, desigualdad social, elevada informalidad, destrucción del medio ambiente y baja productividad. La nueva normalidad implica, que maestros y profesores, tomen la conducción del desarrollo desde cada aula, contribuyendo, junto a padres de familia y el Estado, a encumbrar lo más valioso de la sociedad: Los niños y los jóvenes.
El autor es economista
Columnas de GONZALO CHÁVEZ A.