Desorden epistémico y crisis política

Columna
Publicado el 21/04/2021

Es muy conocida la propuesta de René Zavaleta acerca de que las crisis son momentos de revelación de lo social: “la historia, como economía, como política y como mito, se ofrece como algo concentrado en la crisis”. Los marxistas ven en las crisis coyunturas de lucidez política. Ahí los revolucionarios se encuentran “como peces en el agua”, según la metáfora de Mao. Sin embargo, ésta no es la única experiencia cognitiva posible.

Las crisis también son coyunturas de desorden epistémico, momentos de trastocamiento de las fronteras simbólicas que delimitan todo lo que resulta familiar al pensamiento; un trastorno de “todas las superficies ordenadas y los planos que ajustan la abundancia de seres provocando una larga vacilación e inquietud en nuestra práctica milenaria de lo Mismo y de lo Otro” (Michel Foucault, Las palabras y las cosas).

Si las epistemes son los códigos ordenadores de la cultura, las condiciones de posibilidad del pensar, un rasgo de la crisis es el trastorno de los referentes simbólicos del pensamiento. Los habituales criterios de clasificación que utilizamos para definir a las personas y a las cosas, pierden sentido. Son momentos de “desconocimiento”, de “desinteligencia”; lo cual, en parte explica el surgimiento de esa suerte de “imbecilización colectiva”, que, según Sergio Almaraz, caracterizaba a “las grandes caídas de los pueblos”.

La coyuntura abierta por la crisis de octubre-noviembre de 2019 dio lugar a la proliferación de varios eventos significativamente invertidos de ese tipo. Hace unas semanas, la presidenta de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia, Amparo Carvajal, reclamó públicamente, según ella lo entendía, por la conculcación de los derechos de policías y militares, frente a las detenciones propiciadas por el Gobierno. Una institución que históricamente había promovido la defensa de los derechos de los torturados, detenidos, masacrados, frente a la represión militar y policial, salía ahora a dar la cara, no por los reprimidos, sino por los represores de Huayllani y Senkata. Las palabras “defensa de los derechos humanos” perdían el referente habitual con el que se designaban a las “cosas”, en este caso la defensa de “los débiles”, “los desprotegidos”, “los vulnerables”. En la representación de Carvajal, ese lugar era ahora tomado por miembros de las instituciones armadas del país.

El hecho no es aislado. Con el estallido de la crisis en octubre de 2019, los motoqueros, vitoreados por miles como héroes de la democracia, golpeaban mujeres de pollera, impedían su ingreso en la plazuela de Cala Cala, y sostenían que no permitirían que los campesinos ingresen manifestándose a la ciudad, como si ésta no fuese también suya. Los fascistas eran los demócratas que defendían la libertad.

Centenas de miles en las calles, como en las redes, definían al nuevo gobierno de Jeanine Áñez como democrático, teniendo éste en su haber las masacres de Senkata y de Huayllani, miles de campesinos detenidos y torturados –según lo denunció la CIDH–, la prensa extranjera censurada. Y todo sector proclive a movilizarse era amenazado por el ministro de Gobierno, Arturo Murillo, con la represión y el encarcelamiento.

El gobierno de Áñez, formado por una agrupación que no obtuvo más del 5% de los votos en las elecciones anuladas de octubre de 2019, era socialmente definido como una democracia, en tanto el gobierno del MAS, que había salido victorioso en las urnas en 2014, era visto como una dictadura.

Los policías, miembros de una institución socialmente reconocida (según las encuestas) como la más corrupta de Bolivia, pasaron a ser los “protectores de la familia boliviana”.

Como puede advertirse, el orden simbólico que hasta entonces había permitido reconocer dónde estaba la dictadura y la democracia representativa, había sido drásticamente subvertido.

Lo propio sucedió con las palabras “derecha” e “izquierda”. La dirigencia del Magisterio Urbano de Cochabamba, de clara filiación trotskista, durante los cabildos en la plaza De las Banderas de noviembre de 2019, secundaban la voz de quienes por entonces habían devenido sus compañeros de lucha, los motoqueros, facciones de extrema derecha que airosamente repudiaban todo lo que tenía que ver con socialismo y comunismo. Junto a ellos, los dirigentes trotskistas de la universidad –que históricamente lucharon por abrir las puertas de la universidad a los hijos de los explotados– se armaban entonces con palos para golpear campesinos.

Después del ascenso del gobierno de Jeanine Áñez, una amplia capa de intelectuales, otrora reconocidos como “de izquierda”, sostenían que al fin se había recuperado la democracia. Justificaban las represiones de Huayllani y de Senkata haciendo suyas las palabras del ministro Murillo, quien acusaba a los manifestantes de “terroristas” y “vándalos”. Como puede advertirse, el orden epistemológico que permitía reconocer donde estaba la izquierda y la derecha también había sido subvertido.

La crisis vino de la mano del hundimiento de un cierto orden cognoscitivo. De ahí esta impresión de que por momentos todo el mundo hubiese perdido su brújula y su horizonte.

Una de las condiciones de posibilidad de este trastocamiento del orden del discurso puede rastrearse en la cotidiana práctica de nombrar las cosas de un modo distinto a lo que en realidad son, o de hacer las cosas de un modo diametralmente opuesto a como se las predica. Durante más de una década el gobierno de Evo Morales se autodenomimó como socialista, sin que importara que hacía sociedades con las transnacionales, ampliaba la frontera agrícola para los terratenientes y ganaderos, reprimía a los indígenas de tierras bajas al tiempo que ingresaba en las áreas protegidas para promover la exploración petrolera.

De igual modo, durante más de una década la oposición de derecha calificó al gobierno de Evo Morales como una dictadura castro-chavista. Uno no necesita ser masista para afirmar que los distintos gobiernos del MAS emergieron de elecciones generales. Entonces, si eso había sido una dictadura ¿qué era lo que debía de reconocerse como democracia representativa?

El sistemático trabajo de campaña –por un lado, del Gobierno, que persistentemente contribuyó a “mostrar” que la “izquierda” se encontraba en un lugar donde efectivamente no estaba; pero también de la oposición, que cotidianamente sostuvo que la dictadura era algo que en realidad no era– contribuyó al trastocamiento del orden epistémico. Como indica este pasaje de la canción de Leonard Cohen, The Future: "Las cosas se van a deslizar en todas direcciones/No habrá nada que puedas medir más/La ventisca del mundo ha cruzado el umbral y ha subvertido el orden del alma".

 

El autor es docente-investigador del IESE-UMSS

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