Marie: el amor por el conocimiento
Hace poco más de una semana, Netflix estrenó una conmovedora película para recordar a uno de los personajes más importantes en la historia de la ciencia y de la humanidad: Marie Curie o, como fuera bautizada en Polonia, Maria Salomea Sklodovska.
Marie no sólo fue la primera mujer en recibir un Premio Nobel, fue el primer ser humano en obtener dos veces este preciado reconocimiento: el de Física, en 1903 –compartido con su esposo Pierre Curie y Henrie Becquerel– por el descubrimiento de la radioactividad, y el de Química, en 1911, por presentar al mundo dos elementos radioactivos, el radio y el polonio. También, fue la primera mujer en obtener una cátedra en la prestigiosa Universidad Sorbona de París (Francia).
Pero, ante todo, Marie fue una persona que amó el conocimiento y dedicó su vida al mismo, a ese valor humano que nos diferencia del resto del mundo animal y nos permite buscar la libertad. Por ello, a través de la historia de la pionera de la radioactividad, hoy quiero analizar: ¿por qué es importante cultivar el amor por el conocimiento?
“Estoy entre aquellos que piensan que la ciencia tiene una gran belleza. Un científico en su laboratorio no es solo un técnico: también es un niño ante fenómenos naturales que le impresionan como un cuento de hadas”.
Esta cita atribuida a Marie Curie (El País, 2018) refleja la primera gran virtud del conocimiento: la capacidad inagotable para sorprendernos y ampliar nuestro entendimiento. Esa “belleza” radica en la singular satisfacción de sentir que sabemos algo más del complejo mundo que nos rodea.
Marie conocía muy bien ese sentimiento. No por nada, es reconocida como “una mujer única, capaz de superar cuantas barreras de género se hayan interpuesto en su camino y sobreponerse a la muerte accidental de su marido y compañero de trabajo”.
En esta descripción de Xavier Roqué (2011), también se muestra cómo el amor de Marie por el conocimiento logró abrir un camino de oportunidades para las mujeres en la ciencia. Aunque este no era el objetivo principal de la destacada científica, su destreza en el laboratorio supuso el reconocimiento inicial y la posterior inclusión de las mujeres en el mundo académico y científico.
Cabe mencionar que, para este importante logro, Marie contó con un entorno familiar favorable, en Polonia y Francia. Basta recordar una nota autobiográfica de Curie, publicada por Helena M. Pycior (1989), “la estrecha unión de nuestra familia me permitió cumplir mis obligaciones”. Al mismo tiempo, la científica supo motivar en su hogar el amor por el conocimiento.
No por nada, su hija Irene –también premiada con el Nobel de Química, en 1935– es uno de los tantos ejemplos de mujeres inspiradas por Marie Curie para ser parte del mundo de la ciencia. Esto evidencia cómo el conocimiento no sólo permite ampliar los horizontes de la mente, sino trascender las fronteras establecidas socialmente.
Precisamente, en relación al contexto social, radica una tercera virtud del conocimiento y la necesidad de motivar el amor por el mismo. En el citado texto de Roqué, el autor narra una característica poco comentada sobre Marie: “Como a otros científicos de su generación, la preocupación de Curie por la función social de la ciencia la llevó a implicarse políticamente a través del Comité para la Cooperación Intelectual de la Liga de Naciones”.
La “función social de la ciencia” está relacionada con los beneficios que la humanidad y el colectivo social pueden recibir gracias a la investigación científica y a la producción de conocimiento. A pesar de los malos usos que agentes externos a la científica hicieron de sus descubrimientos, es indudable el gran aporte de Marie Curie a la humanidad. Los rayos X o el tratamiento de radiación, contra el perverso cáncer, son muestra de aquello.
Así, el trabajo de Marie evidenció el gran potencial del conocimiento: contribuir a una mejor existencia de la humanidad, a través de las virtudes presentadas (trascender los horizontes personales, las limitaciones sociales y motivar la construcción de una mejor realidad).
Entonces… ¿cómo no sentirse “enamorados” del fascinante conocimiento?
La autora es investigadora y profesora en estudios sociales y de la comunicación
Columnas de GUADALUPE PERES-CAJÍAS