Covid: peor que en 2020
Vivimos la zozobra de la escalada de contagios de Covid-19, en un contexto que se asemeja en muchos aspectos a lo ocurrido hace un año, pero con la gran diferencia que entonces se conocía poco del comportamiento del coronavirus SARS-CoV-2, y ningún Gobierno, de ningún país, estaba preparado para luchar contra la pandemia que ahora está en su tercera ola en Bolivia. Las perspectivas de evolución de la situación sanitaria son sombrías, debido a aspectos evidentes, y hay uno no visible que puede complicar las circunstancias.
Y aquí estamos, desde hace unas semanas con más contagios diarios que los registrados hace un año en las mismas fechas, con hospitales al borde del colapso, personal de salud que trabaja sin contratos, y con la impresión, ya familiar, de que las acciones de las autoridades de salud se ejecutan sin una estrategia integral.
Hace un año, el Gobierno anunciaba la adquisición y el arribo de pruebas de diagnóstico y de respiradores, que escaseaban en todo el mundo debido a la enorme demanda y se denunciaban actos de corrupción en la compra, incluso, de barbijos.
Hoy, lo que escasean son las vacunas y, aunque el Gobierno proclama desde hace meses que se garantizó la provisión de éstas para la “inmunización masiva” contra la Covid-19 –“con lo que saldremos unidos de la pandemia”, asegura el Presidente–, las dosis de inmunizantes se terminaron o están a punto de agotarse en la mayor parte de los departamentos del país. Y es incierta la fecha de llegada de más vacunas.
Ahora, las pruebas de diagnóstico abundan en el mundo, pues los fabricantes producen lo suficiente para cubrir la demanda global y en el país se las aplica de manera gratuita. Pero el diagnóstico no es suficiente para mitigar el avance de los contagios, pues sin un seguimiento de los casos que dan positivo, sin un rastrillaje de su entorno, no se frena la propagación del mal. Y eso, como lo evidencia el aumento de casos, no está funcionando.
Lo que no es evidente es el peligro que se cierne sobre Bolivia por la propagación de variantes del coronavirus. Variantes más agresivas y mortales y que, como la P1, surgida en Brasil y presente entre nosotros desde hace meses, atacan a una población más joven: “Los más afectados por Covid-19 son personas de 20 a 55 años”, alerta la directora del Hospital del Norte, en Cochabamba.
Es precisamente ese aspecto: la alta probabilidad del surgimiento de variantes, propias o importadas, la amenaza que las autoridades de salud del Gobierno parecen ignorar. Tuvieron que pasar dos meses desde que surgió la sospecha de la presencia de la “cepa brasileña”, para que el Ministerio de Salud la confirme.
Y hasta hoy, nada dicen de la vigilancia genómica, el procedimiento que permite detectar las variantes del virus. O sea, estamos peor que hace un año.