Josh Reaves y el dilema del baloncesto boliviano
Como un fresco y breve amanecer, el virginiano Joshua Alexander Reaves –primer boliviano en alcanzar la meca del baloncesto mundial: la National Basketball Association (NBA) de EEUU– brilló en la eliminatoria contra Ecuador, para el día después anunciar su alejamiento de la selección boliviana que juega su pase al Mundial FIBA 2023.
Josh anunció que se va debido a la falta de respeto por los profesionales bolivianos, en una mezcla de sentimientos encontrados que van desde el orgullo por haber representado al país de origen de su madre, hasta el disgusto por haber sentido en piel propia el trato indigno y las denigrantes condiciones en que los atletas nacionales asumen representar a un país que no tiene noción de su rico y diverso talento humano.
Entre 1989 y 1995 jugué baloncesto afiliado a la Asociación de Basquetbol de Cochabamba. En una ocasión seleccionado juvenil, en dos ocasiones seleccionado sub-22, y como parte de la escuadra de Andino, campeón de clubes 1993-1994, representé a Cochabamba en varios torneos nacionales, así que conozco de primera mano que en Bolivia la práctica del deporte es un amor mal correspondido entre atleta y Estado.
Bolivia es quizá el único Estado en el mundo que todavía no entendió la importancia estratégica de su capital atlético. El Estado boliviano desaprovechó decenas de generaciones de canasteros que pudieron ser parte del boom global de la millonaria industria del básquetbol que arrancó con la era que inauguraron Michael Jordan y su Dream Team al fusionar los universos NBA y FIBA, durante los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992.
En los siguientes 30 años, vimos a Argentina aprovechar cada minuto para poner su baloncesto a nivel de la NBA, hasta derrotar a la cuarta versión del Dream Team en Atenas 2004 y lograr el oro olímpico frente a Italia, con los mismos jugadores que vinieron a medirse con mi generación en un Sudamericano Juvenil en Ecuador, en 1991; entre ellos los también NBA Pepe Sánchez y Rubén “Colorado” Volkowyski.
En Bolivia, en esas mismas tres décadas, nada cambió para los atletas, salvo que son cada día mejores por su propio esfuerzo y el Estado hace por ellos hoy día menos incluso que antes. Debido a la falta de soporte y estructura estatal y federada para desarrollar sus habilidades naturales, cientos de talentos bolivianos tuvieron que guardar las cañas y enterrar los sueños para adquirir una profesión o migrar en busca de mejor porvenir.
Mientras la liga argentina mueve hoy un mercado de billones en patentes, pases, derechos de imagen y memorabilia, además de su efecto económico multiplicador en el turismo y los servicios, en cambio la Federacion Boliviana de Basquetbol tiene a los internacionales bolivianos recluidos en una especie de centro de detención fronterizo: con una dieta frugal, sin alojamiento adecuado y sin derecho a protesta.
La selección que vi jugar ayer en Tarija es de lejos el mejor plantel que ha visto el básquetbol nacional. El trato que esos virtuosos profesionales y patriotas han recibido de la Federación Boliviana de Basquetbol y un siempre espectral Viceministerio de Deportes es, sin duda alguna, el más humillante y negligente del que tengo memoria.
Mi generación fue una generación perdida porque hubo siempre mediocridad dirigencial y postergación estatal, pero jamás al extremo de perder al mejor jugador boliviano de todos los tiempos y marrar la primera oportunidad clara del país, en décadas, de llegar a un mundial de la mano de un equipo irrepetible.
Josh Reaves vino, vio, venció y ahora parte de Bolivia en un acto de solidaridad con sus compañeros del equipo nacional; un acto de protesta contra un manejo feudal, discrecional y negligente del baloncesto federado, que debe terminar, y contra la ausencia de una política de Estado que asuma la promoción del diverso capital atlético nacional de manera contingente, abandonando la obsesión monotemática por el balompié.
El autor es magíster en comunicación política y gobernanza
Columnas de ERICK FAJARDO POZO