Entre “noimportismo” y solidaridad, rasgos de la ciudadanía local en pandemia
Cuando se analizan las tendencias en el ejercicio ciudadano a niveles locales, destacan falencias visibles de los accionares, sobre todo, en lo que se refiere al cumplimiento de obligaciones. A los ciudadanos locales parece no interesarles la necesidad de pagar impuestos, alentar la producción nacional, cumplir con las reglas de convivencia mínima, ni con normas básicas cotidianas (desde el respeto a los semáforos hasta el hecho de no botar basura en la calle o dejarla en lotes baldíos).
Cuando se trata de obligaciones ciudadanas o de los derechos de los “otros”, el “noimportismo” es el que destaca. Todos los que no están incluidos en el grupo, gremio, corporación al que se pertenece, no importan y por lo tanto son desechables. Las visiones de “lo colectivo” son fragmentadas y no existe la idea de un Estado (entendido no como gobierno sino como comunidad de pertenencia) común a todos.
La pandemia ha visibilizado aún más este rasgo ciudadano: desde las cuestiones más simples (como el hecho de ponerse barbijo) hasta las diferentes pugnas que se observan en cada reunión del Comité de Operaciones de Emergencia Departamental (COED), dan cuenta de este “no importismo” frente al otro. Muestra clara son las palabras de aquel dirigente del transporte cuando hacía notar que, si bien “tenía consciencia de que la gente se estaba muriendo, ellos necesitaban trabajar”. Desde su perspectiva, tiene toda la razón, acude al derecho al trabajo, que es una “demanda legítima”.
Y en Bolivia la lucha constante por lo “legítimo” aparece como un rasgo esencial histórico de las reivindicaciones ciudadanas, siendo en muchos casos más importante que lo legal Y hasta, de hecho, lo legal puede acabar acaba legalizando lo legítimo; parafraseando a algún expresidente: hay que “meterle no más que en el camino los abogados arreglarán las cosas”, tendencia que predomina cada vez más en el accionar político de unos y otros.
Ahora bien, a la par de este rasgo negativo de la ciudadanía local, también se puede apreciar –sobre todo en momentos difíciles– actitudes que dan cuenta de una gran solidaridad interciudadana. En estas épocas oscuras del tiempo de Covid, cuando las redes parecen obituarios y donde circulan cotidianamente rifas de colaboración, esa actitud noimportista que predomina en la esfera pública se transforma y, a pesar de los miles de problemas económicos que se sortea cotidianamente hoy en día, actos de solidaridad con aquellos “otros” que, por lo general, no cuentan, se multiplican. Las personas –de todas las esferas sociales, aunque sobre todo de sectores populares– se organizan fácilmente tanto para donar productos, como para comprar rifas y promocionar cualquier evento de ayuda al otro.
Así, nuestro accionar ciudadano parece constantemente fluctuar entre un noimportismo que desecha al otro y una impresionante solidaridad frente a ese mismo otro, cuando la ocasión así lo requiere (aunque ello suceda en esferas informales). ¿Cómo aprovechar este rasgo solidario de una población que, mucho más en los últimos años, se presenta como fragmentada? La apuesta por una educación que busque construir ciudadanos con una visión de país y Estado, que vaya más allá de los límites de las colectividades particulares, debería ser una vía. Pero para ello se requieren gobiernos de turno que tengan la misma apuesta ciudadana, así como una idea integrada de país que vaya más allá de sus intereses políticos, partidarios y/o personales.
La autora es responsable del Área de Estudios del Desarrollo del CESU-UMSS
Columnas de ALEJANDRA RAMÍREZ S.