Perú 2021: ¿Comunismo ya?
¿Está ahora el Perú al borde del abismo? El maestro de primaria Pedro Castillo ya es oficialmente el presidente electo de ese país y Lima se ha precipitado en un caldero de histeria que recuerda la caída de Saigón en 1975. Sin embargo, las razones para tanta zozobra parecen estar tan mal explicadas como sucediera también en aquel Vietnam caliente de la Guerra Fría.
Zaraí Toledo Orozco, politóloga e hija de un expresidente peruano, ha dicho que el Perú está más cerca del entrampamiento que del comunismo. Es correcto. La pregunta no es si Castillo aplicará en el Perú el modelo de Chávez, Castro, Maduro, Evo, Correa u Ortega. Sencillamente carece de las herramientas para hacerlo.
No, la pregunta pertinente es en realidad si el nuevo presidente del sombrero chotano podrá gobernar con sus escasos 37 asambleístas, fruto de su magro 18,9% alcanzado en la primera vuelta.
Este dato lo predice todo. El triunfo de Castillo por más del 50% de los votos en el balotaje no es obra de sus ideas, sino del sentimiento antifujimorista que en el Perú ha volcado la balanza en las últimas tres elecciones (2011, 2016 y 2021). Esta es la tercera derrota consecutiva de Keiko Fujimori en su ya dilatada carrera hacia la presidencia de su país y conste que este año logró al fin el respaldo del escritor Mario Vargas Llosa. Sobre el Nobel de Literatura, Toledo Orozco se ha preguntado desde Piura: “¿hasta cuándo el futuro del Perú va a depender de lo que piense alguien en España?”. Otro politólogo, Gonzalo Banda, añadió desde Arequipa que “hay ciertos actores a los que les importa decisivamente el futuro del Perú cada cinco años, pero que en los dilemas cotidianos no aparecen”. Podríamos agregar que aquél, allende los mares, es una especie de anticomunismo caviar.
Por primera vez desde 1984, la izquierda peruana conquista unida y por el sufragio un espacio de poder en el Perú. El antecedente lejano es la victoria de Alfonso Barrantes en la alcaldía de Lima. Pedro Castillo es sin embargo algo más que un líder sindical derivado en la política. Es el primer presidente de este siglo que no tuvo punto de contacto previo con las élites económicas del país. Ni se ha mudado a la capital ni ha intentado ejercer la moderación para capturar el centro del prisma social. Llega al poder con el mismo semblante y sin angustiarse por su manifiesta falta de cálculo.
Perú Libre, el partido que lo catapultó a la cima, no es el suyo. A él se inscribió el año pasado. La sigla es patrimonio de Vladimir Cerrón, exgobernador regional de Junín. Tanto él, médico neurocirujano con estudios en Cuba, como Verónika Mendoza, la excandidata presidencial con la que Castillo firmó un pacto para la segunda vuelta, serán figuras imponentes en el nuevo Gobierno.
Se dice que Cerrón es el intransigente y que Mendoza tendrá un efecto suavizante en la improvisada constelación que se ha formado. Que Cerrón sea admirador de Correa, los Castro o Maduro lo hace temible para muchos. Se espera que Mendoza, más cercana a Evo Morales, amortigüe la marcha. Sin embargo, nuevamente, ese no es el dilema pertinente de la hora. El Perú no transitará por la vía comunista como tampoco lo ha hecho Bolivia.
Lo interesante es que el centro gravitacional de la política peruana parece haber cambiado bruscamente de lugar. Cerrón desde Huancayo, Castillo desde Cajamarca y Mendoza desde el Cusco, llegan para gobernar una capital que los resistirá, aunque quizás ya deba nomás aceptar resignada que el Perú es algo más vasto que los arbolados jirones de Surco o San Isidro. Perú Libre se proclamó desde el inicio como la izquierda provinciana del país. En el fondo la intuición parecer conducir a un Estado más armónico y equilibrado, menos macrocefálico.
Desde la caída de Fujimori se ha venido diciendo que todo funcionaba con piloto automático y que los vaivenes electorales no alcanzaban a afectar el tren de las exportaciones y del crecimiento. Toledo Orozco nos enseña que aquella afirmación, provista de un optimismo rebosante, no era otra cosa que la confesión estilizada, por parte de Lima, de que el Perú avanzaba prescindiendo de la gente. Cada cinco años, ésta ha intentado hacerse visible, solo que ahora la capacidad para secuestrar al líder popular de turno ha tocado finalmente su caducidad. En el horizonte está el entrampamiento, jamás el comunismo, pero también la tentación de un cambio pacífico y acordado. Lo mejor está por venir en el año del bicentenario de la independencia del Perú.
El autor es periodista y docente universitario
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