Conocimiento y poder
El conocimiento, para desarrollarse, requiere de libertad porque se alimenta de la duda y del asombro ante lo maravilloso e incomprensible de la vida. Y ambas facultades –la duda y el asombro – sólo nacen en libertad. Los barrotes autoritarios y controladores del conocimiento desembocan en el dogma, la doctrina, la iniquidad en su acceso y expresión.
La duda y el asombro infaliblemente conducen al cuestionamiento. Gracias al cuestionamiento descubrimos que eran falsas las pretenciosas teorías teológicas y antropocéntricas, que no somos el centro del universo y que giramos alrededor de una de miles de millones de estrellas. Además, el cuestionamiento es el cimiento de la transformación social, por tanto, de la caída de tiranos y tiranuelos de toda laya que asolaron y asolan a la humanidad. En consecuencia, uno de los más comunes síntomas de gobiernos con prácticas autoritarias es el control del conocimiento para trocarlo en funcional al poder. Precisamente, son comunes las quemas de libros en ese tipo de contextos, mientras desde los aparatos del Estado se auspicia descaradamente otro “conocimiento” funcional que haga zalamera apología del poder y posicione inequitativamente una doctrina como “verdad”.
En Bolivia, por ejemplo, recordar que la dictadura de Banzer favoreció la publicación de libros tan sugerentes como uno denominado Anarquía y caos que manifestaba que el golpe banzerista fue la “revolución de agosto” contra un “satánico comunismo”, y otro que inventaba una “guerrilla” inexistente llamada “Zafra Roja” que sirvió de “motivo” para “cazar” disidentes. Simultáneamente se colocaba en la hoguera cualquier producción considerada “subversiva”, incluyendo a trabajos de pensadores de la talla de René Zavaleta, Sergio Almaraz, Marcelo Quiroga Santa Cruz.
En las imperfectas democracias latinoamericanas no nos libramos del intento de control del conocimiento por parte del poder y es más evidente en el marco de los sistemas políticos polarizados y las hegemonías partidarias (aunque recalcando las distancias entre democracias con prácticas autoritarias y dictaduras puras y duras).
En ese sentido, hace mucho que en el país se ejerce el deporte nacional del auspicio descarado del poder, de los libretos que le convienen y que replican las doctrinas políticas y partidistas dominantes de turno. En ello los gobiernos del MAS no son una excepción, añadiendo que los “socialistas del siglo XXI” amparan esa arbitrariedad a nombre de una militarista “guerra ideológica”. Así, utilizando la ventaja del manejo de los recursos públicos, a no pocos militantes y/o simpatizantes del régimen se les suele otorgar facilidades, auspicios, laureles, etc. y por supuesto que a cambio de su silencio, permisividad o militancia fanática (todo esto salvando excepciones que siempre las hay), al tiempo que a los/las ciudadanos/as que expresan crítica o disidencia se los/las ignora o combate. Hay que aclarar que eso igualmente acontece con los reinados chicos y roscas de algunas corrompidas universidades.
Lo ocurrido con los homenajes del Senado refleja aquello: Mientras se le rinde distinción a un militante del partido hegemónico que no tuvo otro mérito memorable que degollar perros, le niegan reconocimiento a un intelectual de gran producción como H.C.F. Mansilla y a un artista consagrado como Roberto Valcárcel por no profesar el credo acrítico de los que gobiernan. ¿No ubican los señores “revolucionarios” que semejante actitud es una cínica, grosera y desvergonzada práctica autoritaria y al mejor estilo de los despotismos de los que pretendían diferenciarse?
La autora es socióloga
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA