Francisco y la opción por los pobres: menos discursos, más efectividad
“El Episcopado Latinoamericano no puede quedar indiferente ante las tremendas injusticias sociales existentes en América Latina, que mantienen a la mayoría de nuestros pueblos en una dolorosa pobreza cercana en muchísimos casos a la inhumana miseria (…). Sobre el continente latinoamericano Dios ha proyectado una gran Luz que resplandece en el rostro rejuvenecido se su Iglesia”.
Estas citas corresponden al Documento Final de Medellín, emanado de la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano realizado el 30 de noviembre de 1968. Diez años después, el Documento de Puebla refrendaría con nuevos compromisos y convicciones el Documento de Medellín como uno de los más reveladores y profundos que indiscutiblemente abrió en el seno de la Iglesia latinoamericana un nuevo período de su vida.
Tanto en Medellín y Puebla, la opción por los pobres sonó a un fuerte jalón de orejas a la Iglesia católica. Pero no solo emitió esa señal evidente de una postura ambigua y contemplativa de una Iglesia anquilosada, sino que empuñó un discurso efectivo y obligatorio para apostar con todo a los pobres. A la pobreza como una forma de ejercer la evangelización y desde esa pobreza seguir el legado de un Cristo muerto en la cruz.
La polémica en torno a la opción por los pobres siempre estuvo en el ojo de la tormenta, más allá de haberle dado un tinte político y de haber suscitado enfrentamientos y oposiciones dentro y fuera de la Iglesia católica.
Por fin, en el Documento de Aparecida (2007), se logró aplicar un fijador inequívoco de que en la “opción por los pobres no hay que partir del pobre para llegar a Jesús sino de Jesús para llegar al pobre”. Esto, en buenas cuentas, significa que la retórica a boca llena siempre lleva la cara limpia y las buenas intenciones. La opción por los pobres no se debe valer de discursos demagógicos, sino, de hechos claros, específicos, concretos. Partiendo del ejemplo evidente de un Jesús que no pretendió solucionar el problema de los pobres, sino que ejerció su evangelización como un reto indudable de dar la libertad al hombre a través de la igualdad, del amor, de la solidaridad y, desde luego, de un ejercicio ético hacia el prójimo.
¿Pero qué es realmente optar por los pobres? ¿Es un concepto, una práctica que solo parece y aparece como un postulado teórico que debe ser contado en voz baja?
La opción por los pobres debe ser la mejor manera de ejercer la Iglesia católica, es esa determinación activa y eficaz de darlo todo. Es optar por una posición clara hacia esa evangelización tenaz que se vacía entera a favor de los que no tienen. Es replantear por completo los caminos tortuosos por los que se manejó la Iglesia católica, siempre.
Esta Iglesia católica debe dejar ser acomodaticia y contemplativa, debe optar por una acción más determinante hacia quienes lo necesiten de verdad. Puebla y Medellín así lo proclaman. Aparecida lo refrenda con una voz fuerte, reivindicativa y rejuvenecida.
La opción por los pobres va mucho más allá, se estaciona en la fe del hombre, en la vida y el amor por el semejante, por esa práctica cristiana que encuentra su punto inicial en un Jesús que nació y murió pobre, sin que esto signifique nacer y morir pobre para optar por lo pobres.
Puebla y Medellín dieron el puntapié de partida, sin ambigüedades, a una Iglesia que siempre se negó a tomar una posición concreta, clara, contundente y efectiva. No política. La opción por los pobres no debe llevarnos a interpretaciones incorrectas ligadas a posturas repugnantemente políticas, sino más bien renovadora, con ese espíritu de entrega y sencillez, sin ostentaciones y opulencias. Puebla y Medellín descubrieron la cara oculta de la profunda tristeza del hombre, de la fe y de la evangelización incierta de la Iglesia.
El papa Francisco me daba esa confianza de creer nuevamente en la Iglesia católica. Me transmitía esa nueva peregrinación por caminos más humanos y menos celestiales. Francisco pretendió devolver la fe a una Iglesia que históricamente se equivocó de cabo a rabo. Francisco parecía allanar el camino para que esa opción por los pobres, que la Iglesia católica tuvo y tiene que ejercer, se acerque con rostro humilde y real hacia un pontificado menos discursivo y más práctico y concreto.
Hoy, a un año y medio de pandemia, la pobreza en el mundo se ha triplicado y no tiene un espacio en los programas de gobierno. La Iglesia católica mira de sesgo un panorama desolador y crítico. La pobreza y la extrema pobreza en Latinoamérica llegaron en 2020 a niveles impresionantes y no tiene un pronóstico alentador.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) estima que en 2020 la tasa de pobreza extrema se situó en un 12,5% y la tasa de pobreza alcanzó el 33,7% de la población. El total de personas pobres ascendió a 209 millones a finales de 2020, 22 millones de personas más que el año anterior. De ese total, 78 millones de personas se encontraban en situación de pobreza extrema.
El papado debe ser un medio poderoso para cobijar a los más débiles. La simplicidad y la humildad nos debe aproximar un poco más a ese rostro ensangrentado y humano del hijo de Dios.
Menos discursos y más acción efectiva, papa Jorge Mario Bergoglio. La Iglesia católica debe tener una presencia más clara de servicio y sensibilidad, reivindicando el Evangelio y haciéndolo menos retórico y más pragmático. Recuperando los postulados de una Iglesia católica más transparente y contundente que, por mucho tiempo, permaneció en la vitrina de lo intocable. Hay que desvelar a una Iglesia más comprometida, falible, que necesita ser fortalecida a base de fe, reconciliación y entrega. Esos, creo yo, deben ser los caminos hacia una verdadera Iglesia, una comunión incondicional e inclusiva que oiga y actúe sin distinciones de raza, credos o ideologías.
“El amor preferencial por los pobres es misión de todos”, dice el papa Francisco. ¡Sí! Pero también desde la Iglesia católica y desde la acción por una opción por los pobres más visible y menos teórica.
En estos tiempos de pandemia y dolor es necesario ofrecer caminos claros y de luz. Siempre hay una vía, la de la aceptación, la tolerancia y el diálogo. Es preciso reivindicar la fe. Más allá del bien y del mal. Difundir un mea culpa en nombre de la Iglesia católica y, desde esa profunda posición humana, humilde, aceptar la vulnerabilidad del hombre y la falibilidad de la Iglesia.
"Quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos". Vuelve a rectificar el Papa. Seguramente que sí. Pero también, son necesarias las acciones y la lucha activa por defender sus aspiraciones y ser parte de ese camino de esperanza y de igualdad.
Que la opción por los pobres no sea solo eso, una opción, sino, una obligación moral constante, compartida y comprometida.
El autor es comunicador social
Columnas de RUDDY ORELLANA V.