Aislado: desesperación, reflexión y segunda oportunidad de vida
¡No pasa nada! También decía o llegué a pensar así, pero no, no señoras y señores, y también a los no tan señores. Sí, sí pasa, mucho y nada bonito es.
Y me pasó. Un cuadro de resfrío, de esos que a veces pensamos “se pasará al cacho”, no fue más que el presagio de lo que se confirmaría a través de un hisopado nasal en el, otrora centinela de la Covid-19, Hospital del Norte.
Tocaba encarar la situación, así que comencé inmediatamente el tratamiento correspondiente. Afortunadamente, tenía vigente aún el seguro de salud Cordes, lugar al que necesariamente tuve que acudir como una decena de veces, desde el chequeo inicial, controles rutinarios hasta mi alta definitiva.
Fueron en total 16 días que literalmente estuve encajonado en el dormitorio de la casa donde resido hace casi un año y seis meses. Poco más de dos semanas que parecieron una eternidad, debido al malestar general (dolor de cabeza, fiebre, dificultad para respirar…) y lo tedioso de los días.
Claro que lo psicológico tiene que ver mucho en todo esto, pues saber, asimilar y finalmente aceptar que uno es positivo de Covid es complicado.
Las primeras 96 horas tras la detección del virus en mi cuerpo, fueron fatales. Tanto así que en la madrugada del quinto día, como a las 2.30, en mi desesperación por encontrar alivio a esa sensación terrible, salí de casa con la intención de hacerme atender en Emergencias de Cordes, sin éxito, al igual que me iría tras buscar socorro en las clínicas San Pedro y Los Ángeles, y sobre todo en el hospital Viedma, en cuyas puertas estuve a nada de desvanecerme aquella noche fría; pero gracias a Dios, mi fortaleza de mente se impuso a mi debilidad física y pude continuar. Hasta ahora no sé qué habría pasado de no ser así…
Más allá de las atenciones y el apoyo moral que recibí de parte de mi singular familia y amistades, la monotonía, el desánimo, el cansancio y la desesperación fueron una constante en los días posteriores de mi aislamiento obligatorio.
Sin embargo, no todo fue malo, pues si hay algo verdaderamente positivo de esta experiencia ingrata es que, definitivamente, te cambia tu forma de pensar, de sentir… ¡te cambia la vida!, ésa que ahora aprecio más que nunca.
Hay tiempo y de sobra para la reflexión. Piensas en lo que tienes y eres en ese preciso momento; meditas en lo bueno y malo que hiciste hasta entonces, arrepintiéndote de tantas decisiones equivocadas. Y es cuando te das cuenta que debes empezar de nuevo…, pero esta vez de la mano de Dios.
Gran parte de esos días mi hermano José Luis, mejor conocido como el ‘Topo’, me cocinó la más rica comida, aquella que hasta un paciente Covid puede oler y saborear.
Pese a sentirme cada vez mejor al punto de recobrar el apetito, los últimos días de mi aislamiento fueron complicados debido a permanentes ataques de ansiedad, por salir al mundo exterior y retomar mis actividades rutinarias.
Con el alta en Cordes, tras exactamente 16 días de enclaustramiento en mi habitación, puedo asegurar que soy una persona diferente, un hombre renovado y que, desde entonces, ha venido puliendo su mejor versión. Decidí hablarle a Dios también en las buenas, no beber más o por lo menos ahora con el debido control y darme íntegro al amor, más que siempre, aunque no fuera suficiente…
Lo que, en suma, queda de esta experiencia para el olvido, es el descubrimiento de la valía propia, así como la de familiares y amistades, sin quienes definitivamente estaría perdido y no la contaría. Agradecimiento y retribución es lo que tengo para todos ellos y la recomendación de que sigan cuidando de los suyos y de sí mismos de la enfermedad que aún no cede del todo.
A no descuidar el uso del barbijo y alcohol desinfectante, el distanciamiento físico-social y otras medidas básicas de bioseguridad, es un consejo de alguien que no le desea el contagio de Covid absolutamente a nadie y que, a diferencia de otras personas no tan afortunadas, tiene la dicha de una segunda oportunidad de vida.
El autor es comunicador social
Columnas de DANIEL ZUBIETA OLIVERA