Música celestial en el BCB: el déficit público no es problema
Hace unos días, el Banco Central de Bolivia (BCB) organizó el décimo cuarto encuentro de economistas con la presencia del presidente del Estado y de las principales autoridades del campo económico. Dos economistas de izquierda se presentaron en el evento JH Chang y Stephanie Kelton.
La reunión, antes que un evento académico, fue un encuentro entre conversos que fueron a oír, en deleite revolucionario, a los sacerdotes del estatismo del primer mundo. El primer caso, el profesor Chang, hablo de políticas industriales y la economista Kelton defendió la emisión monetaria sin restricciones. Hoy comentaré brevemente las ideas de la profesora y dejaré mis comentarios sobre Chang para la próxima semana.
Una de las preocupaciones centrales de la economía es el déficit público. Esto ocurre cuando los gastos e inversiones del Gobierno son mucho más elevados que los ingresos que provienen, generalmente, de los impuestos. En Bolivia tenemos un agujero fiscal desde hace ocho años. Este año el déficit estatal superará el 10% del producto interno bruto (PIB).
Ahora bien, en tiempos de recesión y desempleo, Bolivia y el mundo necesitan dinero. Así que la tentación de emitir moneda es muy grande. Es en este contexto, que ha revivido la teoría monetaria moderna (TMM) de la mano de Kelton. Ella sostiene que el tema del déficit público es un mito construido por los neoliberales. El tamaño del hueco fiscal no importa, cara de torta.
Con estas ideas la profesora Kelton, produjo un coro de suspiros ideológicos entre la muchachada del BCB en el encuentro. Resumamos sus principales ideas contenidas en el libro El Mito del déficit público. teoría monetaria moderna y el nacimiento de la economía del pueblo. Ella sostiene que existen seis mitos sobre el déficit público. Aquí hablaremos solo de tres por temas de espacio.
Mito 1: El gobierno es igual que una familia o empresa. Con frecuencia se hace este tipo de comparación en el debate público con el ánimo de ser más didáctico frente al tema espinoso. En tono bíblico se recomienda: “Una buena familia no puede gastar más de lo que recibe”. Kelton sostiene que la comparación entre un dulce hogar y el Estado es una falacia moralista y un despropósito técnico. La razón es muy sencilla: las personas no tienen algo que al Estado le sobra: el poder de emitir moneda. Chillidos de euforia en el auditorio del BCB. Además, el Estado no necesita aportar dinero antes de poder gastar, como en el caso de las familias. Asimismo, el Estado no quiebra ni desaparece, como a veces ocurre con las personas o empresas con deudas.
Kelton afirma que “cuando los gobiernos intentan administrar sus presupuestos como los hogares, pierden la oportunidad de aprovechar el poder de sus monedas soberanas para mejorar sustancialmente la vida de su gente”. El Estado tiene un árbol de metálico que, si sabe usarlo, no causará problemas. La única restricción para cosechar dinero sería que la inflación no se dispare. Y lo dijo en un país que pasó por una hiperinflación.
Aquí, unos comentarios: Es correcto que el Estado puede financiarse con emisión monetaria o deudas elevadas, pero el problema está en la calidad del gasto y la inversión que haga. En casos como el boliviano, se tira la plata por la ventana o se la llevan los corruptos. Asimismo, nuestro país tiene historias de inflación asociadas a desequilibrios fiscales y devaluaciones de la moneda local. Estos traumas están tatuados, con sangre, en los imaginarios colectivos nacionales. Por lo tanto, cuando se observan déficits públicos elevados, descontrol cambiario y expansión monetaria, por ejemplo, empresas y personas adoptan actitudes defensivas. Huyen de la moneda local, como el diablo de la cruz, y/o incrementan precios, provocando tempestades inflacionarias.
Mito 2. Los déficits son siempre evidencias de gastos excesivos y dispendiosos. En el ámbito político con frecuencia se escuchan frases como: “el Gobierno no puede vivir más allá de sus posibilidades, o el Gobierno está gastando lo que no tiene, o el Gobierno siempre invierte mal” y otras conclusiones demasiado facilonas y falsas, según Kelton. El déficit público se puede ver también como un superávit de personas y empresas, argumenta la economista. Supongamos que el agujero fiscal llega al 10% del PIB. Entonces, el Estado está en rojo, pero las personas están en azul en un valor de 10%. La economía tiene una nueva carretera, hospital o escuela. Aquí el supuesto fuerte de Kelton es que el Estado siempre gasta e invierte bien.
En América Latina y en Bolivia existen decenas de casos que demuestran lo contrario. Sistemas precarios y pobres de educación y salud u obras de infraestructura inútiles son la otra cara de la moneda del déficit público. Rojo en el sector público. Rojo intenso en la sociedad.
Mito 3. Los déficits serán una carga para la próxima generación. Gastos de hoy, hambre de mañana. El comportamiento dispendioso del Estado está dejando, a nuestros hijos y nietos, un país quebrado. Los retoños cargarán la pesada cruz de la deuda interna y externa, tendrán que pagarla con sangre, sudor e impuestos más altos. Así rezan las consignas de los críticos neoliberales del déficit público. Para Kelton, esto es una retórica política muy poderosa, pero no tiene lógica económica. El ejemplo sería que EEUU, después de la Segunda Guerra Mundial, registró enormes déficits públicos y una deuda de más del 120% del PIB, pero este desbalance creó el país moderno, exitoso y próspero de las siguientes cuatro generaciones. Entretanto, aquí en Bolivia, tenemos el contraejemplo. El gasto y la inversión gigantesca de los últimos 14 años, tanto con superávit como con déficit público, no nos dejaron un mejor futuro económico, porque básicamente, en el periodo, no se invirtió para superar el modelo primario exportador, sino que se caminó en círculos, puño en alto, en torno de las rentas.
En momentos de escasez de recursos para financiar la reactivación económica, como el actual, las ideas del Kelton sonaron a música celestial en el auditorio del BCB, sus funcionarios, en éxtasis, se arremangaron las camisas, listos para cosechar los árboles del dinero que supuestamente crecen en las bóvedas del Banco Central.
El autor es economista
Columnas de GONZALO CHÁVEZ A.