12 de octubre
Antes del arribo de los europeos, América estaba poblada por múltiples y diversos grupos étnicos. Muchos de esos pueblos ostentaban culturas asombrosas. Sólo remitirse a la tradición soñadora de los yaquis, al mítico legado ancestral de los arawak, a las maravillas arquitectónicas de Teotihuacán o Tiahuanaco, al arte y don musical guaraní, entre tantos otros pueblos. Y algunos de estos pueblos tampoco estaban exentos de sistemas políticos autoritarios, corrupción, violencia e injusticia social. Hay que recordar que los quechuas erigieron el imperio Inca conquistando a otros pueblos, traer a la memoria el rígido sistema político maya que incluía esclavitud y sacrificios humanos, pensar en las guerras constantes de varias etnias en la Amazonía, en Centro y Norte América.
Un 12 de octubre de 1492, llegó Colón a América y con él, las medievales cruz y espada ibérica en el caso de América Latina. La Conquista y la Colonia tampoco fueron pacíficas. Se erigieron imperios a costa del trabajo esclavizado de los pueblos anteriores y de africanos, y se asentaron los templos cristianos encima de las ruinas humeantes de los templos de los conquistados. Muchas/os murieron, muchas culturas desaparecieron.
Se supone que ese orden social completamente injusto se iba a abolir con los procesos independentistas del siglo XIX. No obstante, los Estados independientes latinoamericanos terminamos gestando un remedo del sistema social colonial, por ejemplo, en Bolivia tuvimos que esperar hasta la segunda mitad del siglo XX para abolir el pongueaje y otorgar ciudadanía a indígenas, mujeres y clases empobrecidas.
La estructura y mentalidad feudal/esclavista con la que nacimos como Estados independientes, es un escollo que hasta hoy no nos deja avanzar ni aceptarnos como sociedad diversa. Posiblemente a los latinoamericanos nos martiriza ser hijos de una violación, de un choque cultural violento, y nuestra consciencia colectiva está plagada de traumas con ese pasado turbulento.
Por un lado, están los que parecieran añorar el orden social colonial donde se aseguraba que existían “razas superiores” que mandaban, y “razas inferiores” destinadas a ser fuerza de trabajo. Algunos de esos reaccionarios aseguran que “América no fue invadida y saqueada, fue civilizada y evangelizada”. Para variar, estos fundamentalistas religiosos cristianos se creen dueños de la verdad, al punto de defender genocidios, hogueras y saqueos en nombre de imponer su mitología al resto y, más de paso, exhibir su ridículo complejo de superioridad indicando que “civilizaron”.
Por otro, están los esencialistas étnicos que enarbolan la “pureza” indígena, aunque apelliden Morales, Arce, García, Chávez, y demás apellidos españoles, se comuniquen en castellano, rindan culto a la virgen de Urcupiña y corrompan al Estado como buenos altoperuanos. Ellos han erigido otra falacia histórica al machacar con la “perfección” social en la que, según su mitomanía, vivían los pueblos precolombinos, cuando las evidencias históricas muestran que también eran Homo sapiens, es decir, culturas llenas de contradicciones.
Es decir, unos/as reniegan de su parte indígena y negra y otros/as de su parte ibérica, como si pudiéramos escapar de nuestra historia: América Latina, su formación social, sus sistemas políticos, su cultura, su sincretismo religioso, su arte, su música y todo lo que somos, es una simbiosis de culturas indígenas, el legado africano y la herencia ibérica.
Paradójicamente, lo más lindo y esperanzador de nuestras desiguales formaciones sociales es reflejado por el sincretismo, por la mezcla. Un maravilloso referente de ello es la música. ¿Acaso la dulzura del son, la alegría de la cumbia y del samba, la seducción de la cueca, no vienen de una evidente mezcla indígena, negra e ibérica?
La autora es socióloga
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA