Hegemonías discursivas y retóricas asimétricas
La eficacia del conflicto asimétrico y sus métodos no convencionales es la constatación del principio foucaultiano de que el poder no es producido por estructuras hegemónicas, sino por la microfísica de la intersubjetividad. Y si aún está vigente ese aforismo de Von Clausewitz, el de “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, entonces la comunicación política es el nuevo saber productor de competencias estratégicas en la disputa contemporánea por el campo simbólico.
Desmenuzando este acertijo lógico: en el perpetuo conflicto por el poder, la disputa por el campo discursivo es la “madre de las batallas” y la retórica asimétrica es la tecnología de poder última.
La verificabilidad de ambos —el principio de Foucault y la eficacia de la asymmetric warfare (guerra asimétrica N. del E.)— se extiende de la antigüedad a la edad moderna, de Esparta a Cartago, de Gandhi a Mandela y de Vietnam a la Primavera Árabe. De Sun Tzu a Von Clausewitz los estudiosos de la estrategia política-militar coinciden en que no hubo imperio o régimen que haya sobrevivido a la prolongada ilegitimidad de ser el antagonista en la historia que el otro relata.
“Gana la guerra no quien arroja la última jabalina sino quien escribe el último verso del poema”, diría Alighieri sobre la Guerra de Troya que según él no fue definida por el ardid del caballo de Odiseo sino al mitologizar los griegos el “ultraje” a Menelao, que supuso el “secuestro” de su esposa Helena, cual argumento legitimador de una inédita coalición de reinos insulares en el sitio de la codiciada Ilion; un acto de invasión y conquista que Grecia encuadró como “contienda de honor”.
Lo mismo que Troya, por mil años los muros de Roma resistieron el embate convencional de pictos, visigodos, hunos y cartagineses, hasta que la retórica no convencional de una secta post-hebraica mesiánica resquebrajó los cimientos morales y la legitimidad del mito de poder de la Urbs aeterna tornándola en capital de una doctrina que por dos siglos llevaría a Europa a pelear sus cruzadas.
Sin embargo, para el movimiento cívico cruceño que aspira a dirigir la resistencia a la restauración del régimen cocalero de Evo Morales, la historia parece no haber transcurrido. Sus elites decidieron obviar dos mil años de historia y enfrentar al Estado evista con una retórica lineal y en campo abierto, estrellándose como una horda de pictos contra la hegemonía discursiva del MAS y su consistente encuadre: No es ataque, es desagravio. No es judicialización, sino justicia.
Igual que el rapto de Helena de Esparta, el golpe a Evo y la afrenta a la wiphala son encuadres morales que el MAS instala con disciplina retórica. La oposición, por contraste, deambula del discurso del fraude al de la raza y región según el ritmo de la contienda que imprime el MAS, sin reparar en que su discursividad no coaliga ni otorga sentido de propósito, sino que dispersa a la disidencia en un archipiélago de esfuerzos aislados. El discurso del MAS divide, segrega, se funda en la dicotomía, pero el de los cívicos apenas articula relatos dentro de ese esquema de anulación del otro en el que jamás presenta una respuesta a la ecuación más crítica: ¿Qué hacer con el MAS después de la guerra?
De griegos y cristianos las elites cívicas podrían aprender que los Estados más poderosos se pueden ocupar sin arrojar una piedra cuando un pueblo está convencido de compartir causa justa, sea el desagravio de un honor mellado, cumplir un mandato divino o alcanzar su destino manifiesto.
Obviando a los clásicos Nietzsche, Foucault o Bourdieu y a los contemporáneos Napolitan y Duran Barba, se puede decir que dos mil años de teoría de la confrontación producida por tres mentes maestras de la estrategia se sintetizan en dos postulados: No ser predecible y anticipar al adversario. Por eso creo que la dirección del movimiento cruceño debe revisitar a Sun Tzu, Maquiavelo y Von Clausewitz.
Ya en el 490 a.C., el general y filósofo chino decía “los buenos guerreros hacen que el adversario venga a ellos”, mientras en 1513 el autor de El príncipe diría que “quien desee éxito constante debe cambiar su conducta con los tiempos”, y en 1800 Clausewitz añadiría que “talento y genio operan fuera de las reglas”.
Plantear un conflicto asimétrico es romper la simetría que le otorga al Estado legibilidad social; romper la linealidad del relato oficial. Las hegemonías discursivas se combaten con retóricas asimétricas, estrategias liquidas y tácticas no convencionales, no actuando el rol que nos impone el encuadre narrativo del rival, en cuyo libreto la derrota final del antagonista es siempre inminente.
El autor es magíster en comunicación política y gobernanza
Columnas de ERICK FAJARDO POZO