La metamorfosis de los dictadores
Y cuando despertamos, el dinosaurio estaba allí. Había sufrido una metamorfosis y se había convertido en un monstruoso y enorme dictador (insecto).
Empalmo, groseramente, la idea original de dos frases vigorosas que contienen un significado atroz y condenatorio. Entre el microrrelato de Augusto Monterroso, El dinosaurio, y la oscuridad de Gregorio Samsa, en el inicio de La Metamorfosis, de Kafka, hay una analogía paradójica, dramática y oscura. Las noches previas en las que, seguramente, existió todo un plan tenebroso y premeditado y la claridad del nuevo día en la que se consolida la fechoría y la condena como un golpe certero a la libertad, a la democracia y a la voluntad.
En ambas frases hay una advertencia subyacente de facto en la que se anuncia la consumación de la infamia. Es una ineludible pena dictada e impuesta por un sistema que responde a los caprichos y a las órdenes de un cacique, un capataz, un caudillo, un “gran hermano”, un dictador, o un enorme insecto que, en línea recta, vincula a todos los anteriores.
De ahí en adelante solo queda la lucha y la resistencia.
Despertar supone reaccionar, levantarse y enfrentar la realidad con toda convicción para salvar la dignidad y los derechos más elementales.
En Bolivia y en Latinoamérica, sabemos perfectamente cómo es amanecer de golpe. Desde hace 14 años en este país despertamos de golpe, asumiendo que la defensa de la libertad nos punza como filo de maguey manejado con destreza por manos tenebrosas.
Casi siempre los dictadores en ciernes comienzan con un discurso unificador, ese es su mecanismo de defensa y de proclama más frecuente, sencillo y letal. Los dictadores en Latinoamérica, particularmente en Sudamérica, pertenecen a esa línea directa que une la delincuencia y la mentira. Casi todos los países, por no decir todos, estuvieron a manos de dictadores que duraron décadas, violaron sistemáticamente los derechos humanos y mantuvieron secuestradas las libertades más elementales. Desde Montesquieu, “una dictadura es una magistratura con poder exorbitante”.
Si las dictaduras militares se definen como regímenes de fuerza que siempre utilizan el terror y las armas como métodos de coerción y muerte, las dictaduras civiles recurrirán a la supresión parcial o total de la institucionalidad. Sin recurrir al terror de las armas, las dictaduras civiles copan el poder total del Estado, desde esa instancia hibridan su administración: coartan, intimidan, amenazan, reprimen, encarcelan, matan y, a la par, aseguran que son democráticos y respetuosos de la ley. La dictadura perfecta, diría Mario Vargas Llosa. ¿Ejemplos? ¡Hay muchos! Argentina, con Perón y los Kirchner, Venezuela, con Chávez y Maduro, Ecuador, con Correa, y Bolivia, con Morales.
Estos personajes ven al Estado como un fin en sí mismo y, por lo tanto, como único administrador supremo de la cosa pública que compra, con facilidad, las conciencias de sus ciudadanos, sus destinos y sus esperanzas.
“El poder central no reside en el capitalismo privado ni en las uniones sindicales ni en los partidos políticos, sino en el Estado”, dice Octavio Paz.
El Estado, es el filántropo que extiende la mano “dadivosa” al pueblo, esa mano que lava a la otra y las de los que lo adulan. Es la máquina que crece y se reproduce sin parar, con la venia de unos y la ceguera de muchos, es también una franca introducción a una dictadura.
Deshonor y repulsa para el ogro filantrópico que provee de bonos y otras mercancías a las masas para contentarlas y crear así una dependencia condicionada, semejante a la de Pavlov. Una suerte de gobierno-cajero automático que está presto a canjear dignidad por llunk’erio, estrictamente regulado por las reglas inquebrantables del mandamás. Esas también son otras formas de ejercer una dictadura.
Los 14 años de gobierno del MAS y su actual extensión, han convertido la política en biopolítica, es decir, la necesidad de hacer creer que en este país debe existir un amo que reparta alimentos, dádivas, regalos, premios para los que están con el “proceso de cambio” y palo, cárcel y persecución para sus detractores.
“Todo en el Estado, todo para el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado", decía Il Duce.
¡Se tiene poder en la medida en que se es obedecido!
A un año de gobierno, Arce Catacora rubricó su postura autoritaria, de confrontación y beligerancia con su discurso atropellado y totalmente politiquero pronunciado el pasado lunes.
Ese talante de Arce Catacota, bien podría ser una transición, una metamorfosis peligrosa que ya va pergeñando ideas y actitudes en proceso de transformación.
A todo esto se suma el vergonzoso saludo del gobierno boliviano al “triunfo” electoral del dictador Daniel Ortega. “El Ministerio de Relaciones Exteriores saluda al hermano pueblo nicaragüense por la participación y vocación democrática en el proceso electoral que realizó este domingo, 7 de noviembre”, dice el comunicado.
Todo, en este gobierno, parece supeditado a presupuestos altamente sesgados que tienen la huella de haber sido manipulados entre gallos y media noche. La metamorfosis hacia el autoritarismo y la dictadura es una delgada línea que casi siempre se camufla con el aval de las huestes que, esencialmente, responden a un mando supremo y legitiman lo ilegítimo.
Ojalá que un día de estos no nos despertemos y veamos al dinosaurio convertido en un monstruoso y enorme dictador, o insecto, que es casi lo mismo.
El autor es comunicador social
Columnas de RUDDY ORELLANA V.