La ira del Inca
Hace un año, los comités cívicos estaban derrotados, los partidos políticos de oposición, confrontados, y reinaba una resignación dolida ante la victoria electoral del MAS. La administración de Luis Arce se encargó de revertir esa situación. Gustavo Torrico, Jesús Vera y otros cabecillas de grupos de choque oficialistas ya no tienen la fuerza para impedir manifestaciones públicas ni protestas sociales contra el gobierno central.
Las recientes movilizaciones no fueron solamente de la oposición político-partidaria, sino también de amplios sectores populares descontentos por la violación, por enésima vez, de esa máxima hueca de: “gobernar obedeciendo al pueblo”. Para la oposición tradicional al MAS, la cuestión parece simple: someterse a la “mayoría” o sufrir un destino parecido al de Jeanine Áñez. Ese juego de suma cero, tan perverso, se decanta en una rearticulación contraoficialista. Es como si la crisis de 2019 no pudiera ser dejada atrás y volviera, una y otra vez, para recordarnos las profundas divisiones sociales que marcan nuestro rumbo como país.
El MAS no tiene la capacidad para ejercer el poder sin el esquema político perdido tras la fuga de Evo Morales a México. Negociar con la oposición no es un lujo ni una señal de debilidad, es una necesidad imperiosa si no quiere que, a futuro, los hechos sobrepasen su resistencia. Haberse tragado sus propias mentiras sobre el “golpe de Estado” demuestra sus terribles consecuencias, la falta de autocrítica no es una deficiencia de segundo orden pues vuelven a cometer errores parecidos a los de 2019. Autoidentificarse como las eternas víctimas del racismo y del imperialismo desestabilizador ya no funciona.
Incluso un pacifista como David Choquehuanca sucumbió a ese autoengaño viéndose forzado a abandonar su discurso conciliador, tan vacío como rico en metáforas de cóndores, para invocar a sus bases a resistir ante otra “intentona golpista”, bajo la amenaza profética de despertar “la ira del Inca”, conmovedora muestra de sabiduría ancestral, pero que esconde una práctica institucionalizada y racista.
Cuando el conflicto se agrava los que son empujados a la lucha no son Eduardo del Castillo o Juan Ramón Quintana, el MAS utiliza a indígenas, mineros y campesinos como carne de cañón perfecta, si mueren se vuelven mártires del Proceso de cambio y combustible de la victimización, si agreden o asesinan no es tan grave porque cuentan con un blindaje étnico. Para el Gobierno la lógica es simple: golpear indígenas te vuelve fascista, ser golpeado por indígenas los vuelve “defensores de la democracia”.
El presidente no es un mago macroeconómico, ese mito se viene abajo al constatar que su Gobierno intenta sacar a flote la economía nacional con políticas impositivas y una desgastada estrategia de amedrentamiento. A este paso, se pedirán tributos y facturas por mandar audios por WhatsApp. Pero lo verdaderamente patético es la ingenuidad oficialista al creer que su victoria de octubre de 2020 equivale a contar con el respaldo militante del 55% de la población, en suponer que la mayoría del país está dispuesta a entregar su vida para defender a Luis Arce, a quién el puesto le quedó demasiado grande y con cada discurso recuerda más a un dirigente sindical violento que a un presidente constitucional.
El MAS ganó las elecciones nacionales porque se constituyó en el mal menor, en contraste con una oposición desgastada, corrupta e irreversiblemente desprestigiada. Pero el voto de confianza que la mayoría de la ciudadanía depositó en su favor no fue un cheque en blanco para enjuiciar “golpistas”, sino para llevar a cabo la recuperación económica, enfrentar la pandemia de Covid y, lo más importante de todo, sentar las bases de un proceso de reconciliación nacional.
Si las oposiciones políticas al masismo demostraron su incompetencia para gobernar el país durante la transición, el MAS desperdició su victoria electoral como punto de partida para entablar un nuevo pacto social. Es imposible reducir el nivel de polarización reinante cuando la prioridad es ajustar cuentas con los “golpistas”. Constatar el nivel de la paranoia masista ante un supuesto nuevo “golpe de Estado” mientras el evismo se pasea por el Chapare de la mano de la más absoluta impunidad, convierte “la ira del Inca” en un mal chiste y un rotundo fracaso como intento disuasivo para futuras protestas sociales.
El autor es abogado y politólogo
Columnas de VLADY TORREZ