La marcha del Jefazo: entre el odio y el amor
Exactamente así, entre marchas, bloqueos, amenazas, advertencias, sentencias, cercos y movilizaciones sociales masivas de sus huestes y ramas anexas, Juan Evo Morales Ayma se afianzó, se agigantó y por fin llegó a la presidencia de la república y gobernó el país desde el 22 enero de 2006 al 10 noviembre de 2019.
La historia es imprescriptible, no se borra ni desaparece. La historia permanece en la memoria de los habitantes. Es la espada de Damocles que siempre pende sobre el cogote de los desleales.
Siguiendo la ruta sindicalista y de acción, antes que la razón, la construcción de Morales jamás respondió a un liderazgo aglutinador y colectivo en pos de la unidad nacional. Su retórica política nunca estuvo fijada a un concepto articulador que pudiera unir oriente con occidente, urbanos y rurales, campesinos y citadinos. Siempre estuvo presente su dedo desarticulador que indicaba la sentencia sobre los sectores sociales que no estuvieran a favor de sus mandatos, sus imposiciones o sus propias leyes.
Evo Morales es el fiel reflejo del jefe que impone, dispone y depone. Una lectura sociológica ligada a un neocolonialismo interno donde conviven, a contrapelo, una subordinación social voluntaria e involuntaria al mandamás y un uso humillante de las libertades, el disenso y el libre albedrío en desmedro de su masa social, siempre utilizada como coartada de una “representación democrática del pueblo”.
Morales es un político que se tejió una textura política tupida y vertical. En una Bolivia todavía abigarrada y con cicatrices imborrables del colonialismo. La figura de un hombre que implanta una fuerte convicción de víctima irradia también sobre sus masas una errónea idea de odio, racismo y exclusión hacia lo citadino, la clase media e intelectual. Una suerte de, salvando las distancias, conflicto social y político entre hutus y tutsis.
Evo, jamás respondió a la razón. Su trayectoria como dirigente cocalero único e insustituible, y su discurso monolítico, le enseñaron a no pactar, a no consensuar, a no dialogar en el marco de los reglamentos democráticos en los que sin duda alguien tiene que ceder pero que, pese a ello, con concesiones que deben estar sujetas a los beneficios sociales y colectivos del país.
La marcha que concluyó en La Paz el pasado 29 de noviembre, no fue del MAS ni de sus huestes, fue la marcha con la marca del Jefazo: for ever and ever, con Evo y para Evo. Una suerte de relanzamiento político del caudillo que rememora sus primeros pasos en su labor sindical. Más que una marcha, fue una peregrinación, un recorrido casi de penitencia hacia un fin claro: imponer la voz y la presencia del mandamás, reposicionar el tótem y el tabú que representa la efigie de Morales en el MAS. Único e inigualable, un semidiós.
Mientras se desarrollaba la marcha o el peregrinaje en cuestión, otros demonios danzaban en el averno del amor y del odio. El eros se manifestaba en forma de libertad y de oportunidad más propicia para dar rienda suelta y traer al presente el idilio más polémico de la historia de este país. La señora Gabriela Zapata, expareja de Evo Morales, era excarcelada bajo libertad condicional. Recordemos que Zapata estaba encarcelada por los delitos de legitimación de ganancias ilícitas, asociación delictuosa, falsedad ideológica, uso de instrumento falsificado, contribuciones y ventajas ilegítimas y uso de bienes y servicios públicos. El amor, pese a las adversidades y las oposiciones de los canallas, siempre triunfa. O casi siempre. Por lo general, en el amor, uno de ellos hace el sacrificio más profundo y desgarrador para que la otra persona se salve de las lenguas del fuego del infierno. ¿Ejemplos? ¡Hay muchos!: Cleopatra y Marco Antonio, Tristán e Isolda. Juana la Loca y Felipe el Hermoso, Romeo y Julieta, Paris y Helena de Troya.
En el tánatos, repito, mientras triunfaba el amor, el presidente Arce Catacora gritaba a los cuatro vientos que la manifestación era el inicio de la defensa de la democracia ante la “derecha golpista”, y el secretario de la COB, Juan Carlos Huarachi, amenazaba con nacionalizar las empresas de Santa Cruz.
“Cuando el pueblo marcha, cuando hace retumbar la ruta en la calle, es porque está exigiendo algo y hoy el pueblo exige respeto a la democracia, respeto al voto en las urnas (...). La derecha, siempre que el pueblo está así como hoy en esta histórica plaza, la derecha tiembla, hermanas y hermanos. La derecha tiembla porque esta es la única manera de avanzar, ustedes lo han dicho hoy y siempre, y nosotros los escuchamos, nosotros escuchamos la voz del pueblo”, decía Arce Catacora.
“Si a mí me hicieron golpe, al Lucho no lo van a hacer (…) Estamos defendiendo la unidad del pueblo boliviano”, dijo con palabras elocuentes Evo Morales Ayma a radio Patria Nueva al afirmar que está “como siempre, casi cero kilómetros”, tras haber marchado por una semana.
Simultáneamente, y siguiendo siempre el trazo de tánatos, la Fiscalía omitía la resolución del Tribunal Constitucional Plurinacional y acusaba por la vía ordinaria a la expresidenta Jeanine Áñez.
Casi como una escena surrealista, los hechos se fueron entrelazando para convertirse en un popurrí de sinsentidos, de amenazas con ejecutar otras marchas más contundentes. O mejor en una puesta en escena que simplemente habla de una Bolivia que no para cabeza y que no encuentra, a través de su Gobierno, un horizonte claro y estable.
Y así estamos, al garete. Entre demagogias, acusaciones y escándalos. Mientras tanto, tenemos a un país polarizado en el que las oscuras golondrinas revolotean los aires y la araña ponzoñosa, teje y teje, de nueva cuenta, su oscuro retorno.
El autor es comunicador social
Columnas de RUDDY ORELLANA V.