Nueva Doctrina de Seguridad Nacional (o por qué me gusta Boric)
En América Latina, la Guerra Fría tuvo dos grandes efectos antagonistas:
1. El triunfo de la Revolución cubana en ese contexto, implicó que la misma traspasara de sus orígenes nacionalistas (al estilo México de 1910 y Bolivia de 1952) a la aceptación de integrar el bloque geopolítico “socialista” de la Unión Soviética y China, es decir, intentó pasar del nacionalismo al “socialismo”. Además, fue impresionante el impacto de la victoria de esta revolución en América Latina, aquello dio bríos y esperanza sin precedentes a las distintas corrientes de izquierda de la región. Así, en los 60 y 70s del siglo XX, se fortalecieron como nunca los partidos y movimientos de izquierda latinoamericanos.
2. No obstante, también existía la reacción y se disputaba el campo político de América Latina el otro polo de la Guerra Fría: el bloque “capitalista” liderado por EEUU y los países de Europa occidental. Ellos auspiciaron el descarado adoctrinamiento de las FFAA latinoamericanas para combatir al “comunismo”; potenciaron su tradicional conservadurismo para convertirlo en un anticomunismo dogmático, ignorante y asesino de lo que encontrara. Ese adoctrinamiento se llama Doctrina de Seguridad Nacional y significó el establecimiento de dictaduras militares terriblemente genocidas y donde el prójimo era violado, desmembrado, quemado, electrocutado, lanzado al mar y a los ríos luego de ser sedado y torturado. No es una película gore, hablo de espeluznantes tragedias que verdaderamente sucedieron durante el tiempo de las dictaduras militares latinoamericanas.
Obviamente, en semejante coyuntura, la polarización política maniquea y oscurantista era el pan de cada día.
Por eso es paradójico que, décadas después y bajo supuestos regímenes democráticos maduros de pleno siglo XXI, hoy se estén replicando varios imaginarios relacionados con la Guerra Fría y específicamente el de la Doctrina de Seguridad Nacional.
En ese sentido (y sumando a algunos “socialistas” de discurso que caen en similar homogenización de las izquierdas) es preocupante que se replique un “anticomunismo” virulento, irracional, fanático, desconocedor de un mínimo de historia y teoría política y basado en la repetición de vacías consignas tóxicas.
Esas tendencias suelen echar en una misma bolsa inquisidora a cualquier expresión política reivindicadora, desubicando completamente su contexto y razón de ser, no diferencian a nacionalistas, populistas, feministas, social demócratas, marxistas, anarquistas, etc. Simplemente, todas esas corrientes complejas se desestiman y simplifican como “progres”, “comunistas”, “socialistas” “castrochavismo”, etc. Igualmente, de la forma más ignara, asemejan a todas las izquierdas nacionales de América Latina como si los procesos históricos de los países estuvieran calcados y como si las izquierdas fueran uniformes. Así, por ejemplo, son capaces del disparate de comparar a Salvador Allende con Abimael Guzmán, a la Unidad Popular con Sendero Luminoso.
Recalcar que el problema con este tipo de pensamiento (más allá de fomentar el prejuicio, el oscurantismo, el desconocimiento y la repetición como forma de comprender la realidad) es que puede transformarse en virulento autoritarismo y violencia política y, si no lo creen, pues pregunten a los sobrevivientes de las dictaduras a nombre de la Doctrina de Seguridad Nacional.
Por eso siempre, pero siempre, preferiré a un Gabriel Boric que representa a una izquierda que —por los propios procesos históricos de Chile— tiene más de social democracia institucionalista que de populismo hueco y bullicioso; frente a las peroratas maniqueas y paranoicas de los gorilas militaristas que echan flores a quienes se divertían colocando picanas eléctricas en la magullada piel de seres humanos.
La autora es socióloga
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA