Fin de otro año de peste
Terminó el año dos de la pandemia y estrenamos uno nuevo. Se agotaron los calendarios de 2021, concluyeron los plazos anuales y entramos directo al fin de semana, a una especie de limbo temporal donde las fechas pueden carecer de importancia, hasta el lunes, cuando lo que parece haberse suspendido ayer tarde se reanudará de manera irreversible y el 2022 cobrará plena vigencia formal en su primer día hábil.
Es un inicio de año marcado por una nueva exigencia que renueva el impacto de lo que estamos viviendo desde hace 22 meses, sin perspectiva de fin próximo.
Fue el segundo fin de año con una peste cuyas consecuencias, en todos los aspectos de la vida humana, son de una trascendencia que no es aún del todo evidente para nadie, quizás porque su impacto vuelve a cobrar fuerza y la experiencia del primer golpe parece habernos enseñado poco.
Es como si no hubiéramos aprendido la lección colectiva y personal que tendría que habernos enseñado el año 1 de la pandemia, y tenemos que repetirla. El mundo entero vive una experiencia nutrida de temores, incertidumbres y aprendizajes que tendrían que ser enriquecedores, pero que demoran el serlo.
Y en Bolivia, a la peste sanitaria se sumó la fiebre oficialista de venganza y embuste para imponer su fantasía de “golpe de Estado” y borrar el oprobio del fraude de 2019, el descalabro del “proceso de cambio” y el repunte de la corrupción en las instancias públicas que erosiona nuestra democracia.
Una democracia que no cesamos de construir, oscilando entre las opciones de la manifestación callejera de descontentos ciudadanos, las movilizaciones contra los abusos del oficialismo, la desconfianza en un sistema judicial sometido al poder político, el desengaño de su imposible reforma, las elecciones subnacionales y el fracaso disimulado del año escolar.
La parte más oscura de todo ese panorama más bien sombrío es aquella que concierne a la educación de tres millones de niños y adolescentes —los del sistema público— que tuvieron un año escolar apenas menos malo que el clausurado, 2020, porque las estrategias gubernamentales no consiguieron establecer un esquema eficiente para el proceso enseñanza-aprendizaje en pandemia.
Y nada permite esperar que el año que inauguramos sea mejor gracias al desempeño de un Gobierno que, a 13 meses de su inauguración, aún no parece haber asumir que administra un país.
Lo que vaya a ocurrir el año que comienza hoy está aún marcado por la incertidumbre que deja el que terminó ayer. Una incertidumbre que será vencida por la esperanza en días mejores y nuestra voluntad para lograrlos.