¿Nombrar o defender?
Hace 21 años, Emiliano Mamani Canaviri y su familia manifestaron que tanto en la escuela como en la universidad y en el barrio donde vivían eran objeto de discriminación por llevar los apellidos mencionados, “al punto de no soportar más estos atropellos, ya que incluso a uno de sus hijos lo echaron de la Escuela Naval”. Vieron, como única solución, cambiar de apellidos por los de Montero Santa Cruz.
Este hecho fue publicado en un edicto en 2001 y la demanda fue admitida en la provincia Chapare del departamento de Cochabamba. 20 años después, en febrero de 2022, se emitió, en varios portales informativos, que “Bolivia ahora está alentando a los padres a optar por nombres culturalmente significativos en aymara, quechua y guaraní para sus recién nacidos, un intento de contrarrestar la creciente influencia extranjera resultante de la globalización y las redes sociales”.
Muchas personas “colocan nombres de jugadores, dependiendo de la época, de películas, de novelas y, obviamente, cuando el niño va creciendo esos datos (personales) no les gustan”, dijo el director del Servicio de Registro Cívico (Sereci) de La Paz, Jesús Gómez.
El funcionario mencionó que hubo casos en los que algunos padres han elegido nombres para sus hijos como Ricky Martin o Rey León, Neymar o Messi, aunque en este último caso la escritura varía a Mexi o Mezi, dependiendo de cómo lo entienden. Ante esto algunos Sereci han difundido catálogos con nombres en aimara, quechua y guaraní, tres de las 36 culturas reconocidas en Bolivia, para que los padres los consideren. La intención es buena. Y válida en un contexto de autoafirmación de las identidades de cada pueblo.
Sería ideal que el Estado pueda reproducir esta práctica en todas sus filas, porque defender la identidad no es solamente un nombre o una cultura, sino también un territorio. Como el caso de las explotaciones mineras que acechan al Parque Nacional Madidi, un área protegida altamente diversa de Bolivia. Las comunidades indígenas denuncian severos daños al medioambiente, por el uso de mercurio para separar el oro de los materiales extraídos del fondo del río.
También está la inacción del Estado a través de sus instituciones nacionales, departamentales y locales frente a la construcción clandestina de un puente sobre el río Parapetí, a cargo de un grupo de menonitas, sin autorización gubernamental ni estudios ambientales. El director del Sernap, entidad que debería velar por las áreas protegidas, es Teodoro Mamani, ex secretario de la Confederación Sindical única de Trabajadores Campesinos de Bolivia, agrupación del MAS vinculada a avasallamientos y deforestación. Mamani ha sido criticado por su desinterés para proteger los parques y ha sido señalado como uno de los actores para promover su destrucción.
Así que en lugar de que estemos con la atención puesta en colocar nombres como Aruni (que tiene palabra) o Mujsa (dulce) para mujeres, Illapa (poder de rayo) o Inti (sol) para hombres, o Antawara (atardecer) o Waylla (hierba verde) y los masculinos Raymi (fiesta) o Sumaq (hermoso), estaría mejor preservar lo verdaderamente valioso que tiene Bolivia: sus reservas naturales, su territorio rico en biodiversidad, avasallado por el “feroz capitalismo” que tanto denuncian las autoridades en el extranjero, pero que… oh, casualidad, hacen la vista gorda cuando el dedo señala el tumor cancerígeno que está devorando el país.
La autora es periodista
Columnas de MÓNICA BRIANÇON MESSINGER