Si yo fuera migrante
En esta maldita hora de migrantes y refugiados, de asediados y perseguidos por todo el mundo, algún instante se me dio por preguntarme cómo sería tener que irme de pronto, para siempre, sin nada más que una mochila, tal como a millones les está pasando. Aparte de las personas, pensando nada más que en las cosas que se tiene, donde se vive, etc., ¿qué me costaría y dolería más abandonar?, me pregunté.
Pensé inmediatamente en la biblioteca. Tener que dejar de golpe todos, toditos los libros, ahí en sus estantes, sin poder llevar más de cuatro o cinco (para siempre). Al imaginarlo me di cuenta, también, de que una biblioteca, los libros, no se incluye en las palabras “propiedades” o “posesiones”, de la misma forma que un auto, los enseres domésticos o demás objetos. Su estatuto de pertenencia es diferente.
Una biblioteca no es reconstruible ni intercambiable. Si perdiera la mía y tuviera luego fondos y acceso a las editoriales que quiera y me esforzara por “reponer”los títulos, estaría lejos de ser la misma biblioteca. En una personal muchos libros tienen historia. Tal libro me lo compré en tal ciudad, en tal ocasión, la librería era… Aparte, está su contenido. Con este o aquel otro libro uno vuela supremamente por unos días de tal o cual manera, según de qué sea, novela, ensayo, poesía, etc. Libros a los que uno vuelve, libros subrayados, libros en espera.
Y un día tener, de pronto, que salir quizá corriendo, sin más que lo que puedas cargar en el cuerpo… Al ocurrírseme estas cosas, llegué a tener una medida más real, o desgraciada, de la dimensión de lo que ocurre en esas situaciones tan dolorosas. Y con ella más pesadumbre por lo que está pasando con los millones de refugiados del mundo, escapando de dictaduras caribeñas o de los misiles de Putin. Abandonando, seguramente, cientos de miles de libros…
Columnas de JUAN CRISTÓBAL MAC LEAN E.