Memorias de un caudillo jubilado
En estos tiempos de urgencias democráticas y de lucha constante por ser librepensante, ya no interesa si eres de derecha o de izquierda o, como sostenía José Ortega y Gasset: “Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejia moral”. Las dos opciones, desde luego, traen la misma concepción original de la estupidez elevada al cuadrado. La historia lo demuestra y los nefastos personajes que lo llevaron y aún llevan a cabo lo refrendan con sobrado descaro.
No debe dejar de preocuparnos la macabra intromisión del Estado en nuestras vidas que diariamente se ven desgastadas por su rol acaparador, corrupto(r) e inoperante. Único criminal del siglo XX y XXI que compra conciencias: las regala, las soborna, las corrompe y las rifa.
Hay,pues, un afán maquiavélico del aparato estatal de querer destrozar la integridad, los derechos y la dignidad de la sociedad civil en pro de una imposición monolítica, valiéndose del poder que le otorga el monstruo del Estado.
Catorce años y más de gobierno evista han demostrado, con más pena que gloria, que el Estado se ha constituido en un quebrantador del bien. El gobierno del ex presidente Evo Morales se caracterizó por un estatocentrismo en beneficio de pocos oportunistas y vivillos que rápidamente se convencieron de que su “proceso de cambio” era una oportunidad irrepetible, “histórica” e intransferible.
Tu gobierno no sólo se encargó de crear escepticismo y descrédito en la figura presidencial, sino también en el Estado mismo, ese que está para servir a los demás y no servirse de los demás.
Mientras insistías en que te debías a tus “sectores sociales” (élites de poder), mientras te gastabas la plata en millonarios elefantes azules que beneficiaban a un puñado de personas, mientras ejercías la función de un ogro filantrópico como estrategia para mantenerte vigente y necesario, pretendiendo convencer sobre una política asistencial que ya hacía aguas por todos lados, el grueso de la sociedad civil boliviana batallaba por ser libre, por hacer de su entorno un espacio más próspero, por construir un futuro en el presente, por luchar para que sus derechos sean respetados. Luchaba en medio de una indefensión democrática. Reclamaba mejor calidad de vida, bienestar, libertad, equidad, inversión en cultura, salud y justicia.
Todas estas demandas, Evo, eran legítimas, estaban al margen de colores políticos, derechas e izquierdas absurdas, eran, pues, “exopolíticas”, que tenían como centro gravitacional la vida, el futuro y la democracia.
Tu gobierno convirtió la política en biopolítica, es decir, la necesidad de hacer creer que en este país debía existir un amo que repartiera alimentos, dádivas, regalos, premios para los que estuvieran con tu “proceso de cambio”, palo e intimidación para los que rechazaran tu posición autocrática.
La biopolítica no es política, desde ningún punto de vista.
Tu gobierno gastó más de mil millones de bolivianos en obras que no se justificaban para nada.
Mientras te gastabas 50 millones de bolivianos en tu museo de Orinoca, la salud y la cultura en este país sufrían y seguirán sufriendo una pobreza insultante. Cultura para todos, en su horario habitual de las tres de la mañana, dicen Les Luthiers.
72 millones de dólares costó el edificio del Parlamento Suramericano, una joyita.
Mientras invertías poco más de 245 millones de bolivianos en la construcción del aeropuerto internacional de Chimoré, el presidente del Comité Olímpico Boliviano, Marco Arze, se cuestionaba: “Se están esgrimiendo una serie de argumentos para justificar algo por lo que el deporte no ha recibido apoyo. Que se demuestre el presupuesto que tiene el Ministerio para el Deporte, ¿cuándo ha ejecutado? Porque ninguna asociación recibió apoyo económico, entonces ¿dónde está ese dinero?”.
En Bolivia, Evo, coexisten sin prejuicio alguno los Mercedes y las carretillas, los edificios millonarios y las comunidades pobres, los supermercados y los basurales. ¡14 años de despilfarro! Y no hay culpables.
Recuerdas que tu avión presidencial costó 38.7 millones de dólares. Caramba, cómo olvidar tus autos blindados. Tenías dos helicópteros para tus viajes que costaron 5, 5 millones de dólares y escuelas que se derrumbaban lentamente.
¿Te acuerdas de Eva, esa niña alteña de 12 años que murió por desnutrición crónica?
Estadios construidos en poblaciones lejanas y hospitales que colapsaban.
Han pasado 14 años y más, de pena y sin gloria, y todavía me pregunto sobre el rol mínimo del Estado y la participación máxima del individuo como artífice fundamental del cambio y el avance. No existe tal ecuación. El Estado, el que moldeaste a tu imagen y semejanza, se convirtió en la máxima influencia coercitiva de poder fáctico sobre la comunidad que, desde luego, está reflejada en la sociedad civil.
¡Lo que pasó está pasando todavía!
Quienes crean que Estado y Leviatán son instrumentos de dominio en pos de alcanzar la paz y derrotar el mal para que prevalezca el bien, están equivocados de cabo a rabo, pues en esencia más valdría huir de ese “Pacto Social” monstruoso y apostar por el bien común, por la autogestión de los individuos en tanto y en cuanto sean parte de una mancomunidad que se fortifique y se engrandezca en la diversidad, la coparticipación y la libertad en propósito de una colectividad, que estar a expensas de un opresor de libertades, un ogro filantrópico que se tragaba diariamente los sueños y las esperanzas de los ciudadanos.
La buena nueva, Evo, es que esa militancia que te veneraba ha comenzado a organizarse y a autogestionar sus espacios de poder. Su afán va más allá del color azul eléctrico. Está fijado en un empoderamiento coparticipativo que se fortalece en sus aspiraciones y se fija metas también mancomunadas. Esos leales que estuvieron bajo tus órdenes en su día ahora son tus noches o, desde tu interpretación, tus enemigos. Ha surgido en el seno de tu propio movimiento al socialismo una suerte de “primavera” masista. ¡Tu gran final como caudillo te está pisando los talones!
Columnas de RUDDY ORELLANA V.