“¿Cómo es, hermanos, les damos su dosis?”
Fue poco después de la muerte de Manuel Isidoro Belzu, el “Tata Belzu”, cuando por órdenes supremas del general Mariano Melgarejo el periodista y político Cirilo Barragán —hermano de los también periodistas Alejo y Román Barragán— fue fusilado el 10 de mayo de 1865 frente a la mirada impotente de un pueblo que, hasta entonces, había reconocido en Cirilo una auténtica labor de servicio social y de lucha intransigente por defender los intereses más altos de este país.
Cirilo Barragán es, desde un punto de vista histórico, el primer mártir de la prensa boliviana. Había resistido y denunciado con estirpe de luchador a la catastrófica y corrupta administración de Melgarejo. La masonería que imperaba en ese régimen había sido desnudada e indiscutiblemente revelada ante el pueblo boliviano como una de las mafias más dañinas para el país. En la práctica, Cirilo fue la punta de lanza para que, a través de su trabajo periodístico, el régimen de Melgarejo fuera denunciado y condenado como el más servil y desastroso.
La prensa boliviana siempre registró en su historia una trayectoria de lucha y de denuncia y es por eso que, a mérito suyo, la credibilidad y la convicción se convirtieron en escudos que soportaron y aún soportan constantes amenazas que pretenden torcer la verdad y amordazar la libertad de expresión.
La democracia no es un concepto que se teorice: es, ante todo, una práctica diaria que enseña a convivir en el disenso, cotejando las diferencias y aceptando que la razón no es una propiedad transferible, sino un bien común que facilita, a través del debate, la diversidad y el avance hacia un fin multilateral.
Bolivia, a lo largo de su historia, tuvo que experimentar una batalla incesante contra el amago de la mordaza.
La lucha por defender la libertad de expresión cobró vidas, pero hizo renacer los derechos que demostraron a los transgresores de las libertades una férrea defensa por la palabra.
“Contra el silencio y el bullicio invento la Palabra, libertad que se inventa y me inventa cada día”, dice Octavio Paz en su poema “Libertad bajo palabra”.
Hay una dualidad en esto. Frente al silencio cómplice, amordazador y sesgado, siempre estará la palabra dicha, reveladora, clara y denunciante. Frente al bullicio ensordecedor, la palabra, surgida de la transparencia, hará que el horizonte esté más próximo a la certeza. La libertad como palabra, o la palabra como libertad, ambas frases encierran un sentido profundo, un fin develador.
Quizá por todo eso el Procurador General del Estado procuró una pregunta peligrosa, amenazante y sarcástica que, desde mi interpretación, no sólo está referida al diario Página Siete, sino a toda la prensa que se precie de hacer un trabajo libre, inquisitivo e independiente.
“¿Cómo es, hermanos, les damos su dosis?”, interrogó el servidor público sin aparente rubor ni pudor.
¿Su dosis de qué o para qué?, me pregunto.
Ciertamente es una frase marginal y tenebrosa que no debe pasar como hecho menor. El trasfondo es brutalmente desafiante y temerario.
En estos tiempos en los que la libertad para decir y demandar la verdad se ha reducido a poco y se la tiene secuestrada, es necesario reivindicarla a diario. Desde la trinchera en que uno se encuentre, desde los pocos diarios independientes que quedan y denuncian los atropellos y los despropósitos de 14 años de gobierno y MAS, hasta las páginas y columnas de matutinos que han aquilatado el contenido sustancial y plural de la máxima de Demetrio Canelas: “La palabra independiente tiene un sentido que sugiere cierta doblez calculada, cierta ausencia de determinación conciencial. Este es un diario libre, lo que es diferente”, es necesario defender la transparencia. Es vital desenmascarar a la mentira travestida de verdad.
Libertad para defender la palabra y denunciar las cortapisas. Pero también revelar a una prensa que está venida a menos, subyugada, en muchos casos, por el poder del Gobierno, condenada al servilismo y a una dependencia que hace inválida la objetividad y la convierte en un instrumento de poder y de servicio. Ése es el doble desafío de una prensa que aún persiste y está reducida a un puñado de centinelas que aún agitan sus banderas de libertad y de independencia: enfrentarse al desafío de un Gobierno que diariamente ejerce un ataque de baja intensidad para menoscabar el trabajo de denuncia y transparencia, y lidiar contra la mano del poder corruptor que no escatima esfuerzos por cooptar los medios para convertirlos en voceros que hablen por él, para él, con él y lo que ordene él. Bajo conminatoria de ley.
“El periodismo es libre o es una farsa”, decía el periodista argentino Rodolfo Walsh. En estos tiempos, la prensa independiente en el país labora bajo libertad condicional o con libertad bajo palabra, con un constante escrutinio de sus fuentes, sus propósitos y bajo condiciones deleznablemente impuestas.
Por todo eso la prensa en Bolivia también necesita un nuevo orden de información. Un reencauce de sus valores éticos y morales, de servicio, de información y de formación. Ha perdido credibilidad por varios flancos: un desorbitado manejo de sus principios éticos, producto de 14 años y más de gobierno que ha carcomido valores sociales, morales e informativos. Ofertándolos al que se vende bueno, bonito y barato.
El periodismo en Bolivia debe recrearse. Necesita reivindicar sus raíces primarias, elementales, donde conciencia, veracidad, ética y objetividad fueron en algún tiempo pilares determinantes para allanar caminos de libertad y credibilidad.
Que el próximo 10 de mayo, Día del Periodista Boliviano, los medios de comunicación se planteen ser enteros en torno a una reflexión esencial y decisiva: seguir aletargados por la abulia, el conformismo, el desarme moral y, en muchos casos, el poder subyugador del régimen, o combatir, a ultranza, la corrupción, la injusticia y el poder que amenaza con frecuencia “dar su dosis” a los medios independientes.
“Batirse es mucho más hermoso que vencer”, sostenía Oriana Fallaci.
Columnas de RUDDY ORELLANA V.