Las ideologías están obstruyendo la integración
En febrero pasado, Paraguay inauguró el primer tramo de una carretera de 544 kilómetros que, al concluirse, atravesará ese país de este a oeste. La obra tiene una gran relevancia porque es la ruta faltante más importante para materializar el Corredor Bioceánico Vial que, una vez concluido, unirá los puertos de Santos en el Atlántico brasileño y Antofagasta en el Pacífico chileno, y concretará el plan integracionista más importante del siglo XXI en Sudamérica.
El monumental proyecto, de 2.290 kilómetros, fue acordado en 2015 por Brasil, Paraguay, Argentina y Chile, y se empezó a construir en 2017. Se estima que, en su plena implementación en 2026, transitará por este corredor el 40% del alimento producido en la región, especialmente soya, carne, arroz y frutas, además de minerales, madera, manufacturas, etc. en ambas direcciones, reduciendo en 30% el costo que significa usar el canal de Panamá.
Pese a su importancia geográfica, cercanía y potencial en recursos naturales, Bolivia no fue incluida en este proyecto y para aprovechar sus beneficios tendría que acoplarse a través de uno de los ramales en Argentina. La limitada capacidad de nuestra diplomacia y las diferencias ideológicas del pasado nos privaron de ser parte activa de este gigantesco proyecto.
Pero el Corredor Bioceánico no es la única oportunidad que se está perdiendo por cuestiones ideológicas. En 2015, Bolivia presentó el proyecto del tren bioceánico, una vía férrea que recorre 3.750 kilómetros, de los que 3.000 ya están construidos, y que busca unir los puertos de Santos en el Atlántico e Ilo en el Pacífico, pasando por territorio boliviano, con enlaces a la hidrovía Paraguay-Paraná y a las redes ferroviarias de Argentina, Paraguay y Uruguay.
Pese a que varios bancos europeos propusieron financiarlo y el propio gobierno de China mostró su interés, la propuesta se congeló en el hoyo negro de las reuniones interminables, declaraciones de buena voluntad y estudios de factibilidad. Lo cierto es que, por diferencias ideológicas, Brasil se marginó del proyecto, mientras que Chile y Argentina lo neutralizaron, planteando un ferrocarril paralelo al corredor vial, que no contempla a Perú y Bolivia.
Desde hace varias décadas, empresarios privados bolivianos han invertido recursos y esfuerzos para hacer realidad la plena vinculación a la Hidrovía Paraguay Paraná a través de Puerto Busch; y recientemente se ha incluido al proyecto de Hub de Viru Viru como una de las reivindicaciones centrales del departamento de Santa Cruz. En ambos casos, se trata de iniciativas factibles que tienen un gran potencial para fortalecer nuestra posición geoestratégica, impulsar las exportaciones y generar polos de desarrollo regional. Coincidentemente en ambos casos las iniciativas provienen del sector empresarial y, casualmente, los críticos al sector privado han ralentizado sistemáticamente su implementación y postergado su concreción. En todos los casos, han sido factores humanos como la ineficiencia, el encono político o las diferencias ideológicas los que orientaron las decisiones de Estado, en temas de integración y desarrollo.
Con muy pocas excepciones, los líderes latinoamericanos siguen interpretando la realidad desde las categorías dicotómicas insalvables como derecha-izquierda, populismo-neoliberalismo, mercado-Estado, mientras en otros continentes estos temas ya han sido desechados del debate político y económico, y los paradigmas actuales son la integración, la colaboración mutua y la competitividad. Un ejemplo claro lo vimos hace pocos meses con la implementación de la Asociación Económica Integral Regional, el mayor acuerdo de libre comercio del mundo, compuesto por 16 países de Asia Oriental y el Pacífico, con diferentes economías, sistemas políticos y culturas, como China, Japón, Australia, Camboya, Laos. Myanmar o Brunei.
La ideología no genera progreso ni la política bienestar; es el esfuerzo individual y colectivo, impulsado por normas justas y sustentado en la igualdad de oportunidades, lo que construye el progreso. Esas certezas las aprendieron hace mucho, los países que alcanzaron altos niveles de desarrollo y justicia en sus sociedades, y hoy se esfuerzan en buscar estrategias para convertir la crisis planetaria en oportunidades.
Mientras no lo entendamos, vamos a seguir sumidos en el subdesarrollo, divididos y enfrentados por cuestiones anacrónicas e intrascendentes que ya nadie debate; vulnerables a las crisis de una globalización en decadencia e incapaces de dejar de lado nuestras creencias individuales y corporativas, para asumir que somos naciones que comparten un pasado y un destino común y que tiene que construirse en unidad e integración.
Columnas de RONALD NOSTAS ARDAYA