Las cumbres cada vez más pequeñas
Pocos y magros resultados ha tenido la Cumbre de las Américas realizada recientemente en Los Ángeles. Más allá del Acuerdo Migratorio, promovido por Estados Unidos, y de algunas declaraciones no vinculantes y desiderativas, no hubo ningún convenio o compromiso firme sobre asuntos urgentes e importantes como seguridad alimentaria, salud, intercambio comercial, facilidades arancelarias o créditos de emergencia.
La IX Cumbre era la primera gran reunión de presidentes y jefes de gobierno del continente que se realizaba tras la pandemia de la Covid-19, y en medio de la crisis económica activada por la guerra entre Rusia y Ucrania. Por eso mismo, se esperaba que los líderes asistentes, debatieran medidas, hojas de ruta, experiencias o alternativas comunes para enfrentar los graves problemas de inflación, pobreza creciente, inseguridad, desinversión, crisis energética y desempleo, que ya están provocando daños en todo el continente. Pero no fue así.
Además de los planteamientos del presidente argentino Alberto Fernández, de organizar continentalmente la producción de alimentos y proteínas, y de desarrollar el potencial energético y la minería estratégica; y de las alusiones del presidente Biden a la necesidad de potenciar el BID Invest (mayoritariamente privado), fortalecer las cadenas de suministros y el comercio digital, y avanzar hacia la formalización y la descarbonización de la economía, muy poco se debatió sobre los problemas señalados, que fueron citados sólo como parte del contexto argumentativo, en los discursos.
De hecho, más menciones y cobertura tuvieron las ausencias voluntarias de Bolivia y México y las obligadas de Venezuela, Nicaragua y Cuba, que la consideración, por ejemplo, de la advertencia de la ONU y la Cepal que, en días previos a la Cumbre, hicieron conocer el riesgo inminente de una crisis alimentaria sin precedentes en América Latina.
En las disertaciones, se señalaron temas transversales y sin duda muy importantes, como la necesidad de sostener la democracia y sus instituciones, la urgencia de fortalecer la integración y el comercio intrarregional, así como de avanzar hacia la igualdad plena y la implementación de medidas más eficientes de adaptación al cambio climático.
También se escucharon críticas al papel de la OEA y del propio país anfitrión, cuestionamientos a los gobiernos autócratas, informes de logros de los mandatarios en sus países y hasta frases de impacto como “América para los americanos”, “Nos salvamos juntos o nos hundimos por separado”, “La política del goteo ha fracasado”, ideales para titulares de prensa, pero inútiles para resolver los acuciantes problemas de los 210 millones de latinoamericanos que viven en la pobreza.
En perspectiva, es evidente que las crisis no han logrado acercar a los líderes americanos y que estos parecen estar cada vez más lejos de los verdaderos problemas de sus pueblos. La excesiva ideologización está nublando el horizonte de la región e impide apreciar con claridad las amenazas y las oportunidades —acechando las unas y destellando las otras— que emergen de un mundo multipolar y en desorden, que está volviendo la mirada hacia los recursos alimenticios, energéticos, estratégicos y ambientales que nuestros países poseen en abundancia.
No se vislumbra un camino de integración plena, y posiblemente lo más cercano a la unidad que veremos en los siguientes años, será la conformación de bloques de países con posiciones políticas similares para fortalecer su propia estabilidad, y los aspectos culturales, geográficos y comerciales que unen a la región serán más débiles que los factores ideológicos que la dividen.
Aunque no debemos perder la esperanza de la unidad y la integración total, quizá ha llegado el momento de repensar las ideas de Latinoamérica, Panamérica o Iberoamérica, y de reiniciar el proceso desde las realidades geopolíticas de Sud, Centro y Norte, como ejes de articulación basados en la identidad cultural, pero también en los bloques comerciales, los megaproyectos subregionales y los polos de desarrollo.
La globalidad siempre nos ha llevado a idealizar a las instituciones internacionales, elaborar declaraciones rimbombantes y crear organismos para planificar cumbres que terminaron siendo ineficientes, confrontativas y costosas como la Unasur, y, como se está mostrando, la Cumbre de las Américas. Tal vez ha llegado el momento de ser más realistas, concretos y pragmáticos y bajar de las cumbres al llano, donde están los problemas y también las soluciones.
Columnas de RONALD NOSTAS ARDAYA