Bolivianos, el hado propicio
Dentro de la sucesión de casualidades que atañen a la vida de todos los seres humanos, está el lugar en que nacen. Sobre eso nadie puede alegar fundadamente mérito ni culpa alguna, pues no es el resultado de esfuerzo alguno en procurarlas ni en impedirlas; en otras palabras, no cuestan nada. Igual que nuestro sexo, el caudal hereditario de índole físico y psicológico de nuestros antecesores, a quienes no elegimos, premisa en una buena medida de los defectos y las cualidades que nos deforman y/o adornan, según se vea, según quien vea.
Mi primer llanto se oyó en Potosí, ese que fuera un rincón ignoto del mundo hasta cuando se produjo el hallazgo de sus argentíferas riquezas escondidas en las entrañas del Sumac Orcko, esa montaña cuyos diámetro y altura originales superaban los cinco kilómetros, el portentoso y condenado seno materno del capitalismo, eje principal del Alto Perú, la joya más preciada de la corona y la manzana de la discordia entre los ejércitos enfrentados a lo largo de la prolongada guerra independentista, el realista y el de los libertadores, y también entre estos últimos; fue asimismo la piedra fundamental de la República de Bolivia en su creación el 6 de agosto de 1825 y sigue sosteniendo con trabajos redoblados las columnas, los muros y los techos de su edificio… o de lo que queda de él; entre otras, todavía con las riquezas del “coloso de plata”… o de lo que queda de él.
Alumbrada a los pies de ese coloso, soy boliviana de nacimiento, sin haberlo decidido, sin motivo alguno de satisfacción o enojo. Implica tal hecho mi comprometida conciencia de serlo, con todas sus consecuencias, punto sin retorno en el cual ser boliviana deja de ser una casualidad aceptada en pasividad y sin remedio para convertirse en una opción tomada en ejercicio de la libertad personal, por voluntad propia, camino sin vuelta a la acción, esa nuestra condición humana.
Por eso el 6 de agosto es una fecha especial, me convoca a la renovación del compromiso con el presente del país, considerando su pasado, conjunto ineludible de antecedentes, asumido como plataforma de lanzamiento para avanzar, en abierta rebeldía a dejarlo con resignación como ancla que condena a quedar clavados en la profundidad.
Sí, su pasado, ese objeto de estudios terca e insuperablemente inacabados; cofre colmado de ovillos cuyas puntas es necesario agarrar para lograr el tejido completo; paleta de colores en su gama de múltiples tonos e intensidades en espera de ser integrados con pinceladas plurales hasta la plenitud del cuadro panorámico; ese espejo donde nos miraremos de cara y cuerpo enteros, reconociendo quiénes y cómo somos; estableciendo sin disimulos lo que nos condena y sin modestias lo que nos redime.
Dejando claro que de ese pasado no somos artífices ni culpables sino desde que nos convertimos en ciudadanos, cuando comienza el tiempo que nos involucra y puede condenarnos si por negligencia, por impericia o, peor aún, por mala fe, no alteramos para bien el curso de las aguas de nuestra existencia común desde ahora hacia el mañana, luchando por la recuperación del país, de la democracia, del Estado de derecho, de la seguridad y la confianza; si no enfrentamos por todos los medios no violentos el proyecto dictatorial expropiador de su patrimonio natural, económico y financiero y su estrategia de dominación. Es una misión irrenunciable.
Repitiendo nuestro Himno Nacional, cantado cientos de veces: “Bolivianos, el hado propicio…”, expresión cuyo sentido deriva del vocablo “hado” que, según la RAE, se entiende de dos formas. En la primera, de la tradición clásica, es “la fuerza desconocida que obra irresistiblemente sobre los dioses, los hombres y los sucesos”. Por consiguiente, equivale a destino. En la segunda, de los filósofos paganos, es el encadenamiento fatal de los sucesos; esto es, relación de causalidad. El vocablo “propicio” quiere decir “favorable, inclinado a haber un bien”. Así, “hado propicio” es una expresión positiva respecto de la emergencia de Bolivia como República hace 197 años y de su promisorio futuro, pendiente de construcción aun hoy, en espera del “hado propicio”, la fuerza irresistible de nuestras convicciones, la luz interna que puede hacer la diferencia, capaz de contribuir como factor causal de resultados largamente ansiados.
Parafraseo un texto mío publicado en mi blog personal hace más de tres años: “Nos carcome el pesimismo y hace tanto ya se perdió, perdimos, la fe en lo único merecedor de una apuesta: lo que somos capaces de hacer, aquí y allá, hoy y mañana. Sí, extrañamente, en lo mucho que somos capaces de hacer a condición de ponerlo en evidencia ante nuestros propios ojos, ahora mismo, sin excusas posibles ni lamentos admisibles. De eso se trata el desafío, el nuestro, el de todos, CON todos, nada más. Démonos por enterados y abandonemos finalmente las pesadillas de un sueño letárgico tan parecido a la muerte, prolongado en viejos despertares”. Traigamos de vuelta al HADO PROPICIO.
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