Por ser mujer
Por segunda semana consecutiva me ocupo de la creadora de contenidos Albertina Sacaca, pero no por ella sino por las reacciones que provoca en la gente.
Cuando afirmé que los ataques que ha sufrido están directamente vinculados al racismo que todavía azota a este país, la asambleísta departamental de Potosí Azucena Fuertes me dio la razón, pero agregó otro motivo: la atacan por ser mujer.
La afirmación me dio en qué pensar por provenir de una persona como Azucena, que ha sufrido discriminación de diferentes formas, desde que, todavía muy jovencita, incursionó en la prensa y recibió ataques de mis colegas mayores, que veían su edad como una ofensa.
Para ella, le resulta familiar que Albertina provoque una indignación que no causan las personas con piel clara debido a que éstas parecen tener libertad de hacer lo que quieran. Si lo hace alguien con otro tono de piel, las críticas menudean. “Pero a ella no sólo le atacan por la piel. Si te fijas, ahora hay hombres con ese mismo tono de piel que hacen muchas cosas censurables, caen en actos de corrupción, pero no les dicen nada. Otra cosa, muy distinta, sería si la que lo hace es una mujer”, me dijo.
Y al ver las reacciones de la gente en las redes que no son de Albertina, le encuentro razón a lo que dice.
Como ejemplo, tomé los comentarios de los seguidores de la cuenta del diario Correo del Sur en Facebook, cuando la “tiktoker” ingresó a la plaza 25 de Mayo, de Sucre, bailando salay en una de las entradas folklóricas de la fiesta de la Virgen de Guadalupe. Allí —hay que admitirlo—, Albertina cometió un error: ingresó resguardada por dos efectivos de seguridad privada y, así, evitó contacto con la gente, lo que sin duda multiplicó la indignación de quienes la vieron.
En los más de 8.300 comentarios, el adjetivo que más se repetía era el de “imilla”, que quiere decir “muchacha”, pero que nuestro racismo ha convertido en peyorativo.
En la mayoría de las críticas, se compara a la bailarina con otras mujeres, pero de piel clara; por ejemplo: “Modelos, mujeres más lindas, ves aquí andar sin ninguna seguridad, ¿que siempre es ella? Aquí hasta Anabel camina tranquila”. Y las quejas iban contra el periodismo: “ocúpense más de Conrado (Moscoso)”, el campeón mundial de piel clara que, para fortuna suya, no es mujer, así que no es tan fácil de atacar.
Pero lo curioso en Bolivia es que la mayoría de los ataques a las mujeres provienen de las mismas mujeres. Fue una, por ejemplo, quien escribió que Albertina “por lo menos debía barrer” las calles del trayecto de la entrada, una vez terminada ésta. ¡Terrible!
Entonces, Bolivia no sólo es un país racista sino también misógino y ésa es una de las muchas explicaciones para sus altos índices de feminicidios.
Columnas de JUAN JOSÉ TORO MONTOYA