El fin de la historia a la boliviana
Todos los días la propaganda oficialista nos bombardea: “Estamos saliendo adelante”, “la economía va muy bien”, rezan las consignas desde la cúspide del poder. Pero si uno busca salir del ruido del adoctrinamiento debería preguntarse, ¿estamos bien en relación a qué? No hay bienestar absoluto. Por lo tanto, los puntos de comparación son claves. Pueden existir varios, por ejemplo: ¿estamos mejor que el vecindario? ¿Estamos mejor que en el pasado? ¿Estamos mejor que el ideal que nos propusimos? En algún momento se hablaba de que Bolivia iba camino a Suiza.
En este último caso, el relato ideológico se construye de la siguiente manera: lo que nosotros estamos haciendo a nivel económico y social es lo mejor que hay en el concierto de la ideas y es lo que podemos alcanzar como país. Estamos bordeando la perfección frente al espejo. Una especie de fin de la historia a la boliviana. Cabe recordar que en los años 90 Francis Fukuyama, un cientista político norteamericano, había afirmado que el modelo neoliberal y la democracia eran los sistemas perfectos, más allá de ellos no había nada mejor. La humanidad había alcanzado el cenit económico. Ahora, en la versión local, el modelo estatista, primario- exportador y comerciante, coquetamente rebautizado como el modelo económico, social, comunitario y productivo, es el alfa y omega de la humanidad. Estamos tocando el Nirvana del modelo de desarrollo.
El gobierno nacional utiliza algunos indicadores económicos y sociales para presentar su modelo como el fin de la historia, en una versión de izquierda. Por todos los medios machaca que Bolivia recuperó el crecimiento 6,1%, que la de tasa de desempleo es de 4,2 % y registra como inflación una de las más bajas de América Latina: 1,6% a 12 meses.
En el campo social nos dice que entre 2000 y 2021 la tasa de pobreza se ha reducido de 66,4% a 36%. La pobreza extrema en el mismo periodo habría disminuido de 45,3% a 11 %. La esperanza de vida aumentó de 62 a 72 años y la tasa de finalización de la escuela primaria subió de 84% al 99 %.
Por supuesto, es una lectura parcial, interesada e ideológica de la realidad económica y social. Leen la espuma de la historia. Es la construcción de la narrativa política del proceso de cambio.
Pero existen otras lecturas de los mismos datos presentados por el Gobierno. En el caso del Producto Interno Bruto (PIB), el crecimiento de 6,1% es un efecto rebote que viene de -9 % de recesión. En los hechos, desde 2014 la economía boliviana se viene achicando, es decir, creciendo cada vez menos. Lo que pasó en 2021 es excepcional. De hecho, conociendo la tasa de crecimiento del primer trimestre del 2022, 3,97%, vemos que probablemente estamos volviendo a la tendencia de largo plazo de la economía, que es de crecimiento bonsái. En una perspectiva de 100 años la economía crece en torno al 3%. Nada nuevo bajo el sol, porque caminamos en círculos en el modelo primario-extractivista.
Cuando uno mira la tasa de desempleo baja (4,2%) más en detalle, descubre que esta cifra oculta una enorme precariedad en el trabajo. Más del 80% de la gente tiene una ocupación en el sector informal, en actividades de muy mala calidad, sin seguro médico, ni programas de jubilación. A rigor, son estrategias de sobrevivencia. Llamar empleo a estas actividades es exceso conceptual. Y esto no es un tema simplemente coyuntural de la crisis de la pandemia. Una de las bases del modelo económico, primario-exportador y comerciante es promover el “empleo” en el sector informal (comercio y servicios) de muy mala calidad.
La tasa de inflación baja, por supuesto, es algo que la población aprecia, pero también es importante saber que ésta tiene un coste elevadísimo en términos de déficit público y pérdida de reservas internacionales. Para mantener estos precios tan bajos, la economía boliviana tiene subsidios enormes en varios sectores, especialmente en alimentos e hidrocarburos, y en este último en 2022 puede superar los 1.000 millones de dólares. Además, los precios bajos se explican por la apreciación del tipo de cambio real que ayuda a comprar productos baratos de los vecinos. Para importar inflación baja, el Gobierno quemó parte de las reservas internacionales, que bajaron de 15.000 millones de dólares en 2014 a 4.200 millones de dólares en la actualidad. En algún momento debemos sincerar esta política cambiaria.
En el caso del área social, los temas son más controvertidos porque si bien la pobreza ha bajado, tanto la extrema como la moderada, sólo estamos viendo el fenómeno monetario o de ingresos. Eso significa que más bolivianos viven con más de dos dólares al día huyendo de la pobreza moderada y que también han aumentado los bolivianos que viven con más de un dólar al día, mejorando la pobreza extrema. Sin embargo, la dimensión de ingreso de la pobreza es una visión parcial del fenómeno social. Para tener un panorama más completo de la pobreza, debemos incluir una lectura multidimensional de ésta, saber cuál es la situación de la salud, la educación, el saneamiento básico, el transporte, el acceso y la calidad del empleo, el ejercicio de las libertades y derechos y tanto la seguridad humana como alimentaria de la gente. En este caso, según el estudio elaborado por el Cedla (Pobreza multidimensional y los efectos del Covid-19 en Bolivia), el país registraba, en 2019, que el 62% de su población puede ser caracterizada como pobre multidimensional. Puede que tenga un poco más de plata en el bolsillo, en base al crecimiento del sector informal, pero sus servicios sociales siguen cercanos a Haití.
Asimismo, la pobreza multimensional empeoró con la pandemia. Más niños van a la escuela, pero la educación que reciben es de muy mala calidad, peor con el apagón educativo que se produjo con la cuarentena. También el Covid-19 mostró la precariedad del sistema de salud.
Por lo tanto, un diagnóstico más profundo de la realidad muestra que la procesión de la crisis se lleva por dentro. Más allá del maquillaje macroeconómico, persiste o se han profundizado temas estructurales como el agotamiento del ciclo del gas natural, serios problemas de productividad y competitividad del sector productivo, escasa formación de capital humano, la pobreza multidimensional, la destrucción del medioambiente, la crisis fiscal, el atraso cambiario, los subsidios a los hidrocarburos insostenibles, el colapso del sistema de justicia y la economía informal que mayormente se alimenta del contrabando y el narcotráfico, entre otros.
En suma, el fin de la historia a la boliviana es el viejo modelo de capitalismo estatal de amiguetes que navega en un mar de informalidad.
Columnas de GONZALO CHÁVEZ A.