¡Chitón!
“Si él (dios) quisiera que uno no yogase (sic) iba y hacía a todo el mundo capado y los nenes nacerían huérfanos de padre y madre”.
Esta dulce, irreverente e hilarante cita pertenece a la magistral novela Doña Flor y sus dos maridos de Jorge Amado. Sintetiza con sencillez lo natural de la sexualidad. No obstante, el ejercicio histórico de la sexualidad humana, si nos remitimos a las vertientes culturales abrahámicas, está lleno de obstáculos, tapujos y frustraciones que incluso hoy en día, en pleno siglo XXI, persisten.
La disyuntiva se repite: mientras una cultura históricamente represora opera para frenar o postergar lo más posible el desenvolvimiento de la sexualidad, la biología tira para el lado contrario. La secuela son seres humanos que aprenden a aplacar su sexualidad, resultando una transmutación enfermiza en manifestaciones que, generalmente, o vuelven infeliz al sujeto o “explotan” en comportamientos violentos, autoritarios o patológicos. Otros recurren a una doble moral que distancia lo que predican de lo que verdaderamente hacen. Freud llamó a este fenómeno “malestar en la cultura”, relacionando a la represión sexual con las alteraciones de la psiquis, pero también con las prácticas de abuso sexual, misoginia, tendencias tiránicas y la propensión a la guerra.
En consecuencia, nuestra cultura sexual es esquizoide y bipolar. Por un lado, se promueven costumbres puritanas, principalmente de índole religiosa, que insisten en la contención del instinto y del placer. Por otro, se alimenta una industria masiva que lucra con diversas expresiones sexuales estereotipadas que se censuran en la cotidianidad, lo que se constituye en un círculo vicioso que confunde y perturba a las personas.
El tema de los embarazos no deseados se vincula directamente con esta cultura. Hace poco, no faltó el escándalo por una maestra de escuela que trataba de brindar educación sexual y que quiso mostrar semen en el microscopio a las/os estudiantes. Justamente, la falta de educación sexual es una de las causas fundamentales para que se generen embarazos no deseados, eso junto a la cultura opresiva mencionada que convierte al despertar sexual de las/os adolescentes (y adultos/as) en algo que se hace a escondidas, a las apuradas y sin información oportuna, objetiva y suficiente, porque hasta hablar de ello es motivo de reparo. ¿Así cómo se espera que no existan embarazos no deseados y, por tanto, abortos, por más prohibiciones punitivas que elaboren? ¿Acaso el aborto clandestino no es una realidad tangible que pone en riesgo la vida de miles de mujeres?
Lo paradójico es que son las mismas instituciones y corrientes de pensamiento que históricamente se han dedicado a reprimir (y, por ende, a enfermar) la sexualidad, las que hoy se oponen a encarar el aborto como una cuestión de salud pública, esas mismas instituciones y corrientes de pensamiento que miran con desconfianza la educación sexual y los métodos anticonceptivos.
Otro asunto, que denota una hipocresía y misoginia colectiva evidentes, es cierta rehuida masculina al uso del condón para prevenir embarazos no deseados y Enfermedades de Transmisión Sexual (ETS). ¿Cuántos de estos señores que vociferan contra el aborto usan condón en sus relaciones sexuales? ¿O les será más cómodo dejar que “la mujer se haga cargo” ante cualquier eventualidad y posibilidad de embarazo? ¿Cuántos de estos señores que vociferan contra el aborto se ocupan realmente de los vástagos que traen al mundo? Porque lindo es no utilizar condón por su propio egoísmo y capricho, embarazar, y que luego la responsabilidad caiga sobre la mujer, finalmente, ella es la que pone en riesgo su cuerpo abortando en condiciones inciertas, o ella es la que se tendrá que ocupar mayormente de los hijos/as sin necesariamente haber deseado ese destino, como si criar niños/as no fuera una decisión de vida.
En suma, todas esas instituciones históricamente represoras de la sexualidad, de la educación sexual y del uso de anticonceptivos y todos esos varoncitos que se rehúsan a usar condón, ¡chitón!, en semejante escenario no tienen ningún derecho para opinar sobre las decisiones, cuerpo y vida de las mujeres.
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA