El futuro de Brasil y los desafíos post-Bolsonaro
Mauricio Blanco Cossio
Brasil vuelve hoy a las urnas para elegir las máximas autoridades, senadores, diputados, gobernadores y los miembros de las asambleas estaduales. Las encuestas de opinión muestran estabilidad en las preferencias del elector brasileño, colocando a Lula da Silva como favorito en las elecciones presidenciales. Con 15 puntos porcentuales abajo, se ha situado el actual presidente Jair Bolsonaro. Los otros cinco candidatos juntos no alcanzan al 12% de las preferencias del electorado.
Lo que le da emoción a la elección de hoy no es que el resultado se encuentre indefinido, sino si Lula alcanzará la victoria en la primera vuelta. La última encuesta de DataFolha del 23 de septiembre muestra que Lula ya tiene 50% de los votos válidos. Sin embargo, en el caso de haber segunda vuelta, todas las encuestas muestran una amplia victoria de Lula da Silva.
Más allá de las amenazas veladas del actual presidente de no respetar el resultado de las urnas, aduciendo —sin ningún fundamento o pruebas— la inseguridad en el voto de las urnas electrónicas, creo que el nivel de la institucionalidad brasileña será una barrera más que suficiente para evitar aventuras golpistas del actual mandatario. Por tanto, lo que se coloca como objeto de debate son los desafíos urgentes que le esperan a Brasil después de Bolsonaro.
En primer lugar, la reinstitucionalización y la recuperación de las relaciones entre los poderes de la república es una tarea inaplazable y que no depende únicamente de la cabeza del Ejecutivo. De forma diferente a lo que sucede en nuestro país, la cooptación de los otros poderes no fue una línea de acción de Bolsonaro, lo que sí hizo el mandatario es amedrentar, amenazar e intentar debilitar a los otros poderes. Al fin y al cabo, los populismos de cualquier color pueden diferir en sus tácticas, pero no en sus fines: debilitar la democracia.
Dentro del Ejecutivo, el futuro presidente tendrá que ejercer como primera y más urgente medida la desmilitarización del Poder Ejecutivo. Bolsonaro fue apoyado activamente y sustentado por segmentos importantes de las fuerzas Armadas, el precio a pagar fue la cooptación de los diversos ministerios por parte de oficiales de media y alta patente. Los militares comandan ministerios y están en puestos claves en casi todos los sectores y autarquías. Retomar la meritocracia e investigar los casos de corrupción que rodean a las Fuerzas Armadas dará un trabajo complejo.
Bolsonaro ha mencionado en la campaña resultados positivos en el campo económico. Sin embargo, la desestructuración de la economía durante su mandato es evidente. Su ministro estrella, Paulo Guedes, un académico mediocre y obscuro, acabó eclipsado en medio de sus promesas rimbombantes y sus frases de efecto vacías. Al inicio de su gestión como ministro de economía prometió recaudar nada más y nada menos que 300 mil millones de dólares con la venta de todas las estatales. No consiguió avanzar ni 15% de lo prometido.
Con Bolsonaro, la economía fue desorganizada de varias formas: la implantación de mecanismos que reducen casi a cero la transparencia del presupuesto del país, como es el caso del presupuesto secreto que distribuyó recursos a toda la clientela bolsonarista a espaldas de la sociedad y burlando los mecanismos de control. El manejo público y responsable del erario fue totalmente dañado por “gabinetes paralelos”, que nada más son círculos informales de poder generalmente liderados por la familia Bolsonaro y sus más estrechos aliados para desviar recursos. Estos gabinetes funcionaron en buena parte de los ministerios, como en el ministerio de salud en plena pandemia o en el sector de educación.
Estos esquemas y prácticas tendrán que ser desmontados si se quiere una gestión económica racional y que promueva el crecimiento.
Finalmente, el efecto más devastador de la era Bolsonaro se produjo en el área social con la remoción de derechos conquistados y garantizados por la Constitución de la Nueva República (1988). Los diversos gobiernos previos a Bolsonaro habían construido una trayectoria exitosa en las políticas sociales, aunque, claro, había distorsiones y desafíos a ser alcanzados. Pero programas sectoriales con alto grado de sofisticación beneficiaban a los segmentos sociales más vulnerables y a las minorías. Bolsonaro colocó a Brasil 50 años atrás. Lo hizo con un fuerte rasgo ideológico y religioso. La teocracia militarista que se instaló en la política social promovió a personajes bizarros a la cabeza de los ministerios del área social.
Retomar el camino del progreso social y de la reducción de las desigualdades, junto a una celosa defensa de la garantía de los derechos, no será una tarea fácil.
Brasil tiene una enorme capacidad de reinventarse y es en esa capacidad que la esperanza surge. Sin embargo, la era post-Bolsonaro también coloca dudas y sombras en el futuro. La duda más importante consiste en preguntarse si el partido más corrupto de la historia de la Nueva República es el que podrá sacar a Brasil de las tinieblas en las que el actual mandatario sumergió a Brasil.
Columnas de ROLANDO TELLERÍA A.