La caída de Castillo
En menos de 24 horas, América Latina ha experimentado un remezón político que permite afirmar que, de un momento a otro, la situación puede cambiar inopinadamente. Una expresidenta y actual vicepresidenta argentina, Cristina Fernández viuda de Kirchner, ha sido condenada a seis años de cárcel por corrupción y un día después el hasta hace poco presidente peruano, Pedro Castillo, intentó dar un golpe de Estado, al estilo de su antecesor, el expresidente Alberto Fujimori, pero finalmente fue destituido por el Congreso y en su lugar ha asumido la primera presidenta incaica, Dina Boluarte.
Antes del terremoto político de Lima, ya se había previsto, para ayer en la tarde, una votación que concluiría inevitablemente con el ejercicio del mecanismo de la vacancia para la destitución de Castillo por el cargo de “permanente incapacidad moral” para gobernar, en el tercer intento de la oposición, en estos 16 meses de la cuestionada gestión, por alejarlo del poder.
El ahora expresidente intentó adelantarse a ese escenario terminal para su débil gobierno y mediante un mensaje anunció su decisión de disolver el Legislativo de su país: “En atención al reclamo ciudadano a lo largo y ancho del país, tomamos la decisión de establecer un gobierno de excepción orientado a establecer el Estado de Derecho y la democracia”, afirmó. La intención de dar este golpe de Estado, rechazado por las Fuerzas Armadas, la Policía y por la institucionalidad peruano, tuvo un efecto contrario, pues el Congreso se reunió inmediatamente, lo destituyó y juró en su lugar la vicepresidenta Dina Boluarte, quien previamente se opuso a la interrupción del orden constitucional que quería ejecutar Castillo, quien hoy está detenido y acusado por el delito de rebelión.
En los 16 cortos meses que ha durado su gobierno, Castillo nombró cinco gabinetes conformados por 80 ministros y su administración fue una de las más inestables en un país que en los últimos cuatro años ha sido gobernado por seis presidentes.
La caída del expresidente peruano se debe a las numerosas denuncias de corrupción no sólo contra su régimen y sus familiares, sino principalmente contra él mismo, pues fue acusado de encabezar una organización criminal proyectada para adjudicarse contratos del Estado (algo parecido al “caso vialidad” por el cual condenaron a Cristina Fernández).
Otro factor que contribuyó a la defenestración de Castillo y de la mencionada serie de presidentes peruanos es el diseño constitucional, sobre todo cuando cae en manos de una oposición capaz de entablar alianzas para ejercer la facultad de la vacancia. Se trata, en realidad, de un sistema que intenta combinar un presidencialismo fuerte, con poder para disolver el Congreso -lo que intentó activar Castillo, pero sin éxito-, y un sistema parlamentario también dotado del derecho de poner en marcha la vacancia del presidente. Bajo estas prerrogativas, puede que no haya un escenario de gobernabilidad que saque a Perú de estos terremotos políticos hasta que se efectúe una reforma constitucional de su sui generis sistema mixto, que es el núcleo de su forma de gobierno.
No obstante, ojalá que Perú, una nación con la que compartimos profundos lazos históricos, políticos y culturales, encuentre pronto el camino de la estabilidad que le permita alcanzar un mayor desarrollo del que actualmente tiene.