A mi padre, al siglo de su nacimiento
Jorge Luis Derpic Matulic, hijo de inmigrantes croatas, nació el 13/12/1922, en Potosí. Hace un siglo. Lo rememoro regocijándome de ser su hija, sintiendo el pesar inagotable por su muerte, tan prematura para él a sus 57 años… tan prematura para mí a mis 21.
Abogado, apasionado por la filosofía, la historia, la política, la economía y la sociología de un lado, y de la música, de otro, fue un ser en búsqueda insaciable de conocimiento, amante de los libros que, junto a los discos de vinillo y una modesta vivienda, formaron todo el patrimonio material dejado a su partida de este mundo, prueba incontrastable de su sentido de vida. Esposo fiel, hermano solidario y padre interesado en la promoción humana de sus dos hijos, demostraba sin ambages sus descontentos, dejando sus afectos al metalenguaje del permanente compromiso, la lealtad sin medida, las miradas y los silencios cargados de caricias y mensajes.
Vivió según los valores y principios que declaraba: la dignidad de las personas, sus derechos, la justicia y la honradez, rechazando la discriminación y la condescendencia. Vivió por encima de la mezquindad del dinero, de los lujos y comodidades. Con fe irreductible en Dios heredada de sus ancestros, sin clericalismo ni concesiones al secularismo, barrera a la dictadura proletaria cuyos defectos teóricos y atrocidades prácticas mostró sin cansarse a quienes quisieron ver y oír.
Me presentó a León Bloy, Jacques Maritain, Emmanuel Mounier y Étienne Gilson, a Miguel de Cervantes y Saavedra, Alejandro Dumas y Julio Verne. A Pierre Teilhard de Chardin, “el hombre del siglo”. Me hizo leer sobre el mundo y sus problemas, me enseñó a comprender lo que leía, a no conformarme y buscar más información. Me enseñó a pensar por mí misma, a decir lo que pensaba. Respondió a mis preguntas poniendo libros en mis manos.
Me mostró el ancho mundo que me llamaba con sus potencialidades y reclamos, saliendo a su encuentro, equivocándome muchas veces. Como cuando opté por inscribirme en las filas de los perfectos idiotas latinoamericanos, ante y contra mi padre que aborrecía al comunismo por ser la mayor maquinaria de dominación, explotación y muerte incluso de los propios obreros y de cualquiera, ¡a nombre de los proletarios!, reavivando tal desvío el dolor que le produjo igual viraje colectivo de aquellos jóvenes demócrata cristianos tan queridos para él que tomaron ese camino en 1969, con costo irreparable en tantos casos.
Amante del fútbol, fue arquero y locutor deportivo. Hizo teatro en la Acción Católica y en las célebres veladas bufas de la Facultad de Derecho, revelando una vena presente en dos de sus diez nietos. Fue abogado libre, fiscal de distrito, vocal de la Corte Superior de Potosí y ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, de merecidas mayúsculas en esos tiempos. Docente universitario, protagonista de verdaderas clases magistrales.
Hombre de sobria elegancia, traje, corbata y sombrero. Metódico y austero. Cada cosa en su sitio y cada actividad en su horario. Ahora mismo, 10 de la mañana de un domingo cualquiera, estaría en la misa y, después, poniendo flores en el cementerio para volver a casa y almorzar. En la tarde oiría la transmisión de los partidos de fútbol de la Argentina, en especial si su cuadro favorito, River, jugara. Más tarde habría música sonando en el pick-up…La escucho, me transporta en el tiempo y el espacio.
Rasga el silencio el nostálgico bandoneón de Troilo quejándose o acompañando emotivamente a Edmundo Rivero con “la ñata contra el vidrio” de aquel Cafetín de Buenos Aires y los prolongados silencios de D’Arienzo en La Cumparsita y Felicia. Sucedieron al Temps des Fleures tembloroso en el acordeón de Joss Baselli y a la inolvidable Morgen de Bert Kaempfert. Se anticipan a los vaivenes del Poeta y aldeano de von Suppé, a la caída de la cabeza de Egmont en la obertura de Beethoven, en espera del dramático Réquiem de Mozart, preludio de la Oda a la Alegría, cierre maravilloso de la Novena Sinfonía. Acompañaron el recorrido necesario por los senderos de su vida, algunos de los cuales estuve junto a él. Llenan ahora el ambiente desde donde escribo estas palabras.
Con ese fondo musical abrazo su memoria con amor y gratitud, entregándole el único regalo que tengo para darle: esta vida mía bien vivida gracias a la fuerza interior que despertó en mí siendo como fue, habiendo aprendido que es una permanente rectificación porque la verdad es un horizonte lejano del cual sólo se alcanzan fragmentos, y en eso ando desde la caída del muro en 1989, habiéndome convencido de que entre el negro y el blanco hay muchos colores; que son los medios los que justifican los fines; que la democracia es medio y es fin; que toda revolución deriva en autoritarismo y por eso la vía es la reforma permanente. En resumen, volviendo a los valores que heredé de mi padre croata-boliviano, Jorge, en cuyo seguimiento me he liberado y me sigo liberando. En mi nombre y en el de él. Hasta siempre papá.
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