Nazaria Magdalena y el aura amarilla
Nazaria Magdalena no imaginó el rumbo que iba a tomar el país cuando notó un brillo especial en la gente que pasaba por la calle, se trataba de una especie de resplandor amarillo que les envolvía de pies a cabeza y que iba y venía como si se tratase de un aura ondulada. La mujer, que en ese instante barría el portón de su calle, se santiguó; lo hizo como en su momento le enseñó su tatarabuela a su bisabuela, y ésta a su abuela y finalmente ella a su madre, sabía que el alma de las personas solía traducirse en el color de un espíritu que la ciencia se empeñaba en negar y que la vida se encargaba de evidenciar.
Aquella mujer, de poco más de setenta años y que ya mostraba evidentes patas de gallo junto a los ojos, se quedó seca en su sitio cuando su comadre le contó que aquella misma tarde habían detenido al gobernador de Santa Cruz.
- ¡Casi lo matan! -le dijo casi a los gritos Úrsula Flores, su comadre desde los tiempos de la revolución.
Las imágenes eran evidentes, en los teléfonos y en la televisión, en la prensa y en las redes sociales, y en los ojos y en el alma de la ciudadanía, se mostraba un operativo desmedido con armas en mano y con la violencia por delante.
-¿Qué pretende este gobierno? -se quejó Úrsula Flores-, ¿son realmente tan tontos como para esto?, ¡se están dando un disparo en el pie!
Nazaria Magdalena la miró con inquietud, notó en su comadre el aura amarilla que carcomía a todos, el típico miedo que empedraba la existencia del pueblo en conflicto; la imaginó corriendo a la gasolinera hasta agotar la última gota de combustible, padeciendo como loca mientras compraba todo lo que se le cruzaba en el mercado del barrio y difundiendo cuanta información falsa se le procuraba en los grupos de Internet.
- ¡Con razón Santa Cruz quiere independencia! -afirmó la comadre-, el Estado boliviano parece su enemigo, empecinado en hundirlo y obsesionado con una guerra política. Sé que el gobernador no es un angelito, pero tampoco es para tanto -prosiguió Úrsula Flores-, ¿o acaso quiere contentar al cocalero?, ¿o demostrarle que éste no es un gobierno de la derecha?
Nazaria Magdalena supo entonces el porqué del aura amarillenta que envolvía a todos aquel día, y sintió también en el aire el tufo propio del conflicto, miró a la gente que pasaba por ahí y notó en todos la mirada de preocupación, la expresión de angustia y la percepción de inestabilidad. Ella, como muchos otros, sabía que aquella aflicción era siempre causada por la misma zozobra: los políticos de morondanga que mal manejaban los hilos del poder.
- Los políticos debieran matarse entre ellos -afirmó Nazaria Magdalena-, así nos dejarían vivir en paz.
Columnas de RONNIE PIÉROLA GÓMEZ