Padres y educación
Más de 3 millones de niños y adolescentes comenzaron ayer el año escolar en 160.000 unidades educativas de todo el país como todos los años a inicios de febrero, con las expectativas y problemas —recurrentes— de siempre y uno nuevo.
Aprender los conocimientos y adquirir las habilidades que serán sus recursos para afrontar su vida de adultos es la expectativa de los estudiantes y sus padres.
La falta ítems para pagar a todos los maestros necesarios, su deficiente preparación y el estado inadecuado de las infraestructuras escolares son algunos de los problemas de cada año.
Esta gestión trae un tema conflictivo adicional: la nueva malla curricular impuesta por el Gobierno, que incluye nuevas materias cuyo contenido es objeto de cuestionamiento de padres de familia y algunas instituciones.
Los docentes, por su parte, se resisten a enseñar esas nuevas materias, entre otras razones, porque no están suficientemente capacitados. El ministro del área les dio la razón, a pesar suyo, ayer al anunciar que la capacitación de los educadores de todo el país en la aplicación de esas asignaturas, iniciada hace unas semanas, continuará durante los primeros trimestres.
Es decir que el Ministerio de Educación entiende que se introduzcan materias para cuya enseñanza los maestros aún no están capacitados.
Eso revela una improvisación que no sorprende a nadie por su frecuencia, y cuya recurrencia da un tinte de normalidad a las deficiencias en el sistema educativo.
Se ignora el detalle de esas deficiencias por la falta de evaluaciones serias de la calidad educativa, pero se conocen sus generalidades: Bolivia ocupa el puesto 13, entre 16, en lo que se refiere a los logros de aprendizaje de los estudiantes, según el Tercer Estudio Regional Comparativo y Explicativo patrocinado por la Unesco, en 2019.
Es evidente: la educación en Bolivia adolece de fallas estructurales que impiden a los estudiantes, y a los docentes, adquirir habilidades mínimas para organizar sus ideas, comprender lo que leen y hasta expresarse con claridad.
Eso no va a cambiar al menos, y en circunstancias ideales, en las próximas décadas, pues la transformación implica una mejora radical en la formación de los docentes y en la gestión del Estado.
Así, la única opción posible para mejorar la educación de esos 3 millones de estudiantes es que los padres participen de manera activa en la tarea, cuidando la calidad de los contenidos a los que se exponen, alentando la lectura, aprendiendo a aprender con ellos para ayudarles a adquirir los conocimientos y habilidades que les permitan enfrentar su vida de adultos con mayores probabilidades de éxito, y contribuir a la construcción de un mejor país.